Texto de Ana Lucas incluído en el nº 2 del fanzine Amano (1995)Para Benjamin la auténtica filosofia está más próxima a la actitud contemplativa del artista que al resultado de un proceso deductivo sin lagunas. La filosofía, si aspira a permanecer fiel a su forma, debe atenerse a la "exposición de la verdad", y ésta sólo se alcanza mediante la contemplación de la estructura discontinua del mundo de las ideas. El método filosófico por excelencia es el "rodeo", "interrupción del pensamiento". Esta incesante detención del pensamiento en su ir y volver posibilita y fija la exposición de la verdad, entendida como la "contemplación de las ideas", fragmentos de pensamiento ajenos a las deducciones. Al igual que un mosaico, compuesto por innumerables teselas, la contemplación filosófica también yuxtapone elementos aislados y heterogéneos, resaltando el valor del trabajo microscópico.
El contenido de verdad se muestra en el estudio de lo pormenorizado, a partir del cual podemos abordar el proceso intelectual en su conjunto. Su interés por elementos aislados, dispersos y heterogéneos centrará tanto su atención en la alegoría como en la exposición de las ideas. No debemos olvidar que el término "emblema" deriva del verbo griego emballo, que significa "incrustar", y en esa dirección apunta la obra de Benjamin, donde todo queda ensamblado formando un delicado trabajo de marquetería. El amor hacia la alegoría -equivalente en el reino del pensamiento al devenir ruinoso de las cosas- se manifiesta en las "imágenes del pensamiento" de dirección única, que han reemplazado a las ideas del drama barroco para reforzar una filosofía formulada en imágenes -filosofía de la mirada- pero, que, como las ideas del drama, siguen siendo mónadas. En el drama barroco, la idea es mónada. Al igual que Leibniz insiste en su Discurso de la metafísica (1686) que en cada una de las mónadas se dan todas las demás, Benjamin sostiene que la idea es una mónada y, por tanto, contiene la imagen abreviada del mundo. Ésta es la razón por la cual las ideas -las madres fáusticas de los fenómenos-, al ser consideradas mónadas en su confrontación histórica con la categoría de "origen", siempre responderán a un intento de restauración del mundo, planteamiento que le permite a Benjamin trasladar los recursos metodológicos del "tiempo estético" al "tiempo histórico". De hecho, así queda magistralmente expresado en el contenido de la Tesis XVII: "[…] No sólo el movimiento de las ideas, sino también su detención, forma parte del pensamiento. Cuando éste se para de pronto en una constelación llena de tensiones, le propina a ésta un golpe por el cual cristaliza en mónada. El materialista histórico se acerca a un asunto de historia únicamente, solamente cuando dicho asunto se te presenta como mónada. En esta estructura reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o dicho de otra manera: de una coyuntura revolucionaria en la lucha en favor del pasado oprimido […].”
El alcance de su procedimiento consiste en que la obra de una vida está conservada y suspendida en la obra, en la obra de una vida la época y en la época el discurso completo de la historia. "El fruto alimenticio de lo comprendido históricamente tiene en su interior al tiempo como la semilla más preciosa, aunque carente de gusto”.
La existencia fugaz de los seres y de las cosas configuran la visión melancólica que el hombre del barroco tenía de la historia como un incesante "paisaje primordial petrificado". De esta misma visión participará nuestro autor, para quien la historia es la acumulación de ruinas sobre ruinas que se alzan hasta el cielo, desde donde pueden ser contempladas como el resultado de una única catástrofe. También la alegoría, imagen del pensamiento, muestra el acaecer ruinoso de las cosas como la imagen abreviada del mundo reducido a escombros, pues al igual que ocurre en la esfera de las ideas, en cada alegoría resuenan todas las demás. En esta filosofía en imágenes, la vida y la muerte están indisolublemente unidas. No sólo la una da paso a la otra, sino que como la cara y cruz de una misma moneda, la vida se precipita en la muerte y en ésta quedan las huellas fosilizadas de aquélla, tal y como nos muestra una de las "imágenes del pensamiento" que construyen la calle-libro de Dirección única:
"Lenguaje incomparable de la calavera: la inexpresividad total -la negrura de las cuencas- unida a la más salvaje de las expresiones -la sonrisa sarcástica de la dentadura-".
Para Benjamin las ideas son la "interpretación objetiva" de los fenómenos. Pero ¿en qué consiste dicha interpretación objetiva cuando la fugacidad de la conversación es el testimonio de un presente condenado a ser eternamente pasado y expresa, desde la esfera del lenguaje, la caducidad de la vida, condenada a la muerte? ¿O se manifiesta desde la misma transitoriedad de la vida como "paisaje primordial petrificado"?
Desde muy joven, Benjamin fue consciente de esta fugacidad a la que todo está sometido. Ya en una carta escrita a su amigo H. Belmore a finales de 1916 -fecha especialmente significativa por su conmemoración histórica- le comenta: "Lo auténtico permanece: es ceniza". Su teoría del lenguaje, su estética y su filosofía de la historia heredan este mensaje. Benjamin elabora una estética de la caducidad que te permite pasar del "tiempo estético" al "tiempo histórico" y desde este último construir una filosofía de la historia que procura salvar, partiendo de la inmanencia, la falta de plenitud de lo acontecido a la luz de la redención-revolución. Esta búsqueda de la plenitud -secularización de la justicia divina- en la eternidad del instante presente y revolucionario de la jetzzeit pretende hacer justicia al pasado oprimido, rescatando su verdad desde los escombros de la historia, procurando que la restauración de la plenitud sea posible ahora.
La imagen tensional de la calavera que a la presencia rotunda de la muerte, expresada en la negra ausencia de su mirada, opone la sonrisa burlona de la vida, petrificada en su dentadura, nos deja entrever el incuestionable binomio de una nada que fue algo, de un todo que es nada. Y esta imagen del pensamiento me lleva a relacionar entre sí dos ideas: esquema y esqueleto. La una se desarrolla en la esfera del lenguaje y la otra en la esfera de lo real. Me interesa desentrañar este tipo de relación, porque a partir de ella puedo mostrar plásticamente la secreta conexión existente, en la filosofía de Benjamin, entre idea, alegoría y cosa. Si para Benjamin la idea es la interpretación objetiva de las cosas y las cosas son caducidad, es lógico que llegue a la conclusión primera -de la cual surgirán todas las demás que vienen a expresar lo mismo- de que "lo auténtico permanece: es ceniza".
A su vez, Ortega y Gasset define a la idea como un esquema. En sí mismo, un esquema es el fundamento de una realidad expuesta en sus puntos esenciales o el fundamento de un discurso dispuesto o vertebrado a partir de sus elementos principales, de la misma forma que el esqueleto es el fundamento y soporte del cuerpo físico. Pero en definitiva, ¿qué es un esquema? Un simple esbozo, unos pequeños apuntes, en resumen nada, al igual que el esqueleto, apuntalamiento de nuestro cuerpo, es en última instancia, polvo, ceniza y nada. Y la acumulación de tantos restos, de tanta injusticia perpetrada en la historia, ya sea en forma de ideas olvidadas o de seres oprimidos, reducidos a cenizas, es lo que Benjamin pretende desempolvar y rescatar a la luz del recuerdo, pasando a "la historia el cepillo a contrapelo", es decir, desde la actualización de lo que fue vencido y condenado al olvido.
Pero volviendo al poder magnético que sobre él ejercieron los objetos, debemos tener en cuenta su espíritu aventurero, de viajero solitario, dejándose llevar por el azar laberíntico del callejear y curiosear. Esta actitud es semejante a la aventura emprendida en sus paseos filosóficos a través de los libros y de la escritura.
Para Benjamin el acto de pensar y escribir es una acción detenida, similar a la que realizamos cuando nos detenemos en nuestro caminar a contemplar y mirar las cosas. Cuando alcanzamos la contemplación de una idea nuestra mente se ha detenido, de la misma manera que nuestra mirada se detiene cuando se posa sobre algo para contemplarlo. En la filosofía benjaminiana, mirar y meditar, o a la inversa, suponen la manifestación de un mismo proceso: la detención de nuestro pensamiento ante la exposición de una idea que surge de pronto. Este mecanismo, que constituye la esencia primordial de su filosofía de la mirada, nos pone de manifiesto el antisubjetivismo de Benjajamin, para quien las cosas se convierten en paisaje, en posibilidad de visión, tal y como ha destacado F. Desideri. Personalmente, comparto esta brillante teoría, la cual me trae a la memoria la proximidad del pensamiento de Benjamin con el A. Machado de Los complementarios, que le lleva a escribir: "sólo recuerdo la emoción de las cosas". La pasión que en Benjamin despiertan los objetos le hará ir, en mi opinión, incluso más lejos que al poeta sevillano, pues mientras que para éste la autoafirmación de nosotros mismos, de nuestra identidad, nos la otorga el reconocimiento del otro al mirarnos -recuérdese el verso: "Los ojos por que suspiras / sábelo bien / los ojos en que te miras / son ojos porque te ven"-, para Benjamin son las propias cosas cuando nos miran las que nos constituyen en sujetos.
Este talante me hace entender a Benjamin como un alma gemela de Baudelaire, poeta al que dedicó no en vano una buena parte de su obra y con quien comparte una misma melancolía. Tales afinidades se nos revelan, a modo de ejemplo, en el segundo párrafo del poema titulado por Baudelaire "Le confiteor de l'artiste", perteneciente a los Petits Poémes en prose (“Le Spleen de París”):
"¡Gran delicia la de aquel que baña su mirada en la inmensidad del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio íncomparable del azur! Una pequeña vela temblorosa en el horizonte, y que por su pequeñez y su aislamiento imita mi irremediable existencia, melodía monótona del oleaje, todas esas cosas piensan por mí, o pienso por ellas (pues en la grandiosidad de la ensoñación, el yo se desvanece. Rápidamente); sí piensa, he dicho, pero musicalmente, y pintorescamente, sin argucia, sin silogismos, sin deducciones".
También en Benjamin la cosas pensaban por él y él pensaba por ellas, alejándose del mundo de las deducciones. Este poema es una muestra excelente de cómo entendía Benjamin su relación con las cosas, la experiencia irrepetible y única del aura de las cosas en su convivencia íntima con ellas.
Texto: Ana Lucas
Imágenes: Miguel Sotos
Amano # 2 (Madrid, industrias mikuerpo, 1995)