por Laboratorio de Signos
Cuando estos fartificios cayeron sobre la ciudad como lluvia rancia los expertos de El Laboratorio advirtieron que se trataba del soporte ideal para la emisión de miasmas grafiteras de todos los colores. Otros componentes del mobiliario urbano se contagiaron con rapidez de esta plaga o sarpullido siniestro capaz de adaptarse a todos los planos de ruptura del paisaje urbano. Ninguno de ellos poseía características tan adecuadas para ofrecerse como las víctimas propicias del crimen cultural por excelencia: solidez, visibilidad, imposición política, fealdad incluso. Los ya famosos chirimbolos eran peleles del poder, pantallas donde encajar buenas masas de frustración. Pero mientras en la prensa se los atacaba con dureza y los trazadores oficiales de signos andaban preocupados en defenestrar y lamentar la garrulada, los chirimbolos sobrevivían incólumes e inmaculados. Alguno de ellos fue testigo directo del atentado de Aznar y aún sigue allí para contarlo.
Desde el punto de vista del perceptor de estos mensajes no hay razones que expliquen semejante sacralización y fortuna. El grafiti invade las calles, especialmente en verano y en épocas de crisis sociopolítica, De hecho quedan hoy pocas superficies en Madrid que no exhiban su marca, pero El Laboratorio no pudo aportar ninguna prueba que confirmase su teoría. Semejante ridículo predictivo reclamaba una explicación convincente y El Laboratorio cree haberla hallado en lo que llama las razones del emisor. El grafitero posee un sentido del espacio, esto es pinta espacios con sentido. No amenaza a la pared, sino que a sus ojos la dignifica y la hace suya. La elección del punto donde trazará su marca sigue cánones efectivos o de política interna del grupo: identifica el paisaje donde creció o se divirtió, por feo que fuere o precisamente por ello; el lugar socialmente significativo y los puntos frecuentemente vigilados son un aspecto de prestigio. Esto es así no sólo para los grafitis “de marca” tipo Muelle, sino incluso para los que poseen significado ideológico. Desde este punto de vista, ¿qué afecto despertarán semejantes criaturas de otros tiempos aparecidas de extraños juegos de manos derechas de la noche a la mañana? ¿Qué prestigio aportarán en su abundancia y desmesura? Los chirimbolos que invaden Madrid no han sido reconocidos ni integrados, no forman aún parte de la ciudad y no son valorados como objetivo. Los grafiteros de toda laya y color les han hecho el vacío, y esta condena resulta más espectacular que los berrinches de cualquier columnista de El País.
Amano 2 (1995)
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