Hacia 1984 funcionaba por Madrid una agrupación de performances callejeras que actuaban bajo el nombre de OBRA/ABRE (Raúl Rodríguez, Javier Codesal, Rafael R. Tranche) y que proponían el cultivo del arte terrorista como una fórmula de acción estética superadora del lenguaje autocomplaciente de uso y consumo (tal vez el de la declinante Movida). Esta fórmula consistía en la escenificación de un signo con una lectura profunda subversiva en un espacio marcado. Consiguieron inscribir tan aparatosa etiqueta en el número 44 de La Luna, en una delirante entrevista en tonos dadá donde arremetían confusamente contra la Cultura (en abstracto) y trataban de desordenar palabras para definir su propósito:
Después vinieron los años del desarrollismo y el diseño, en los cuales era difícil hacer algo con cierta entidad sin recibir una subvención y en que se fabricaron remesas enteras de ídolos de paja, pintores, escritores y poetas lanzados en serie por generaciones para satisfacer a un público que quería refinarse y ascender socialmente. No había lugar para el silvestrismo ni la independencia estética. España se adaptaba al modelo occidental de lo espectacular integrado que hacía apuntar a Debord:
"Estamos haciendo emerger la creación de un modelo de arquitectura que existe en la calle. Grita hasta perder la voz. Porque la bestia que veíamos en todas las cosas se ha vuelto subjetivamente entera. Como aquellos viajes organizados en los que extraviábamos a los clientes. No obstante, traficamos con lo esquizofrénico, sin control y poder perturbadores, desde el momento en que el empeño es locura y no ambigüedad. Y que conste que no somos gilipollas. Sin astucia. Sin habilidad. Sin capacidad para fagocitar secretos. Estamos completamente alejados de la permisibilidad, del diagnóstico, de los iluminados, de la interacción, de las circunstancias. ¿Es que nos van a cuidar como pacientes de esta cultura catatónica?".La revista citada recogía tres de sus intervenciones, entre ellas la ubicación de un televisor en el nicho de un cementerio y se apuntaban maniobras verdaderamente divertidas, "como cuando llenamos de piojos el Reina Sofia". Sin embargo, la cosa no cuajó en los ámbitos artísticos: "Porque somos contradictorios y a veces, aunque queramos, no nos crece. Además el academicismo es una defensa ante la contradicción. Lo mejor de estos años es que el arte ha aceptado la mentira. Eso es morder el flujo de tu ano". Desde lejos, parece el inútil boqueo agonizante de una línea estética que trata de recuperar su poder de subversión.
Después vinieron los años del desarrollismo y el diseño, en los cuales era difícil hacer algo con cierta entidad sin recibir una subvención y en que se fabricaron remesas enteras de ídolos de paja, pintores, escritores y poetas lanzados en serie por generaciones para satisfacer a un público que quería refinarse y ascender socialmente. No había lugar para el silvestrismo ni la independencia estética. España se adaptaba al modelo occidental de lo espectacular integrado que hacía apuntar a Debord:
"Desde que el arte ha muerto se ha vuelto extremadamente fácil disfrazar a los policías de artistas. Cuando las últimas imitaciones de un neodadaísmo resucitado tienen autoridad para pontificar gloriosamente en los medios de comunicación y por tanto también para modificar un poco la decoración de los palacios oficiales, como los locos de los reyes de pacotilla, puede verse cómo, simultáneamente, se garantiza una cobertura cultural a todos los agentes o similares, de las redes de influencia del Estado." (DEBORD, Guy, 1988: Comentarios a la sociedad del espectáculo, Anagrama, 1990),
Tras el paréntesis del pre-92 y la entrada en una época de recesión económica y de auténtica crisis sociopolítica estamos asistiendo a una segunda ola de independencia estética, en cierto modo configurada desde arriba para desarrollar espacios de posible desmarcaje institucional de los artistas. Así, lo independiente se convierte en una etiqueta: lo indie, cuyo concepto puede degustarse adquiriendo el último número de El Gran Musical con CD de regalo. El sistema ofrece simulacros y contratipos para integrar la disconformidad dentro de sus regiones en una situación de crispación, pero no puede evitar que de esa misma crispación emerjan modelos verdaderamente críticos.
La Fura dels Baus retoman la idea de la intervención-performance callejera para denunciar el tratamiento catastrofista que dan a la cultura los medios de comunicación mediante la instalación de varios ataudes en la calle Preciados de Madrid (1994). Un director novel prefiere gastarse las 60.000 pts. que le cobran por proyectar su cortometraje en salas comerciales en proyectarlo en plena plaza de Callao. No vamos a ser ingenuos y a pensar que ninguno de estos dos gestos comportan una actitud subversiva: los primeros promocionaban así su espectáculo "Noun" y el segundo sabía que lograría así, y no de otro modo, una página impar de El País. Pero son estrategias a seguir tal vez desde otros contextos y en todo caso significan la punta del iceberg de un modo de acción estética que se extiende desde proyectos como la Zentral de Arte Subversivo de Granada, el Laboratorio Turón de Asturias o Industrias Mikuerpo de Madrid, así como de modos de acción que no se proyectan en lo artístico, pero que poseen implicaciones políticas, como la contrapublicidad.
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