Un relato de Luis Ruid
Algunos días no me acuerdo de aquel día y vuelvo a cometer los mismos errores, como la balada que silbo cuando me olvido de silbar. Paso entonces muchas horas delante del edificio blanco, repasando con la vista las grecas naranjas, silbando una columna intermitente de vapor con los brazos recogidos en los sobacos bailando sin manos como una marota, muy, muy cerca del kiosko. Nunca resulta aburrido porque a veces recorro el perímetro de la plaza pidiendo cigarrillos muy atento al ventanal de tu bufete, donde apareces de tanto en tanto, como una diosa que se asomase al mundo desde su hornacina, con tu gesto oval que nunca sé si admira o compadece el mundo que se extiende tras y se esconde detrás de los tejados, donde yo digo que hay paraísos perdidos y tú la negación del destino. No dejas que una sola mirada se despeñe contra la plaza, donde estoy yo accidentalmente, no como figura adscrita al paisaje, sino contra el paisaje con mi abrigo de cuadros. Y no espero que mires contra la plaza porque no deseo que me veas tan pequeño.
Siempre me digo que siempre fuiste tú quien mantuvo la dignidad de los dos, quien observa la obstinación de los objetos con analítico odio, quien me convenció de que el seguro social no incluye los riesgos del alma y los sentidos incitándome a renunciar a aquella servidumbre provinciana... Te debo tanto que debería matarte. Cierto que ya tenía imaginación entonces, al lado de esa refinada estupidez de ángel criado en los infiernos, pero no tuve nunca el valor para usarla, como tú cuando nos detuvieron a subfusil terciado por llevar matrícula de Navarra y te indignaste en vasco sin saber una palabra, cuánto sabes. Yo temí lo peor: verme abocado a ser el guerrero inútil de tu causa loca. Y nada te salvó del horror, según pienso, que el que les parecieses demasiado puta.
A veces me olvido y entonces ocurre algo así: que te vuelves hacia dentro, hacia el interior, y yo quedo así aquí, con mi sonrisa de saldo en el mundo de las rebajas; hacia el centro de la cuestión, hacia tus papeles, very very important, en los que has trazado las posibilidades de futuro de todos tus clientes.
Tú sabías como acabaríamos todos, al menos todos ellos y seguro que yo también, que vine en la misma oleada siguiendo tu olor, oliendo tu voluntad, pero no vine con ellos, que huyen de la tierra y se la encuentran aquí, más sucia y precaria, que abandonaron la miseria y la olvidaron y por eso recrearon su miseria. Yo perseguía, no huía; perseguía el Ideal. Todos sus anhelos no hallaron mas conducto que los barrios donde la ley sólo acude a divertirse; los míos se cumplían cada día junto a tí. Exaltado ante la posibilidad de joder sin miedo a manchar las paredes yo no dejaba de silbar. Por entonces creí que comenzaba a escribir canciones adultas y a ser firme en escena, porque tú creías en mí porque yo lo hacía todo con tu cerebro, aunque no soy, lo cierto es que no soy todavía lo que esperas. Y es lo que quiero que sepas, que lo sé.
Alguien cierra el telón que me mantiene expectante y sé por otras veces que aparecerás antes o después. He de arrancarme de este lugar al que estoy fundido desde que mis saltos comenzaron a ser leves vaivenes de rodillas. Incendio mi cuerpo con un beso a la petaca en la escarcha fina que se cree que estamos durmiendo, virgen sabia, santa del sacro, y me enfurezco jurando que te quiero. Te veo salir y son los mismos tu maletín y tu prisa. Se diría que es temor esa incomparable majestad con que atropellas la vida, miedo a que el mundo se reponga de tus golpes y se tome una venganza. Eres tan fugaz que ya estás bajo los arcos rompiendo las fronteras. Grito tu nombre, y creo conmover a la materia; te apresuras, caminas como quien olvida y no lo sabe y grito más, y creo con ello invalidar tu coartada, creo que dejo claro que es a tí de mí, y sólo queda el eco en los pórticos y tus tacones sobre el asfalto. Un taxi sucumbirá a tu gesto experto y yo me quedaré mirando cómo oscurece ciertamente en la plaza sin respuestas.
¿De qué me hubiese servido haber estado mas atento? ¿Acaso no hubieses pasado por encima de mí fingiendo que no me ves? Tienes miedo de mirarme, y yo tengo miedo de que alguna vez no lo tengas y yo tenga que darme cuenta por tus ojos de algo que no me explico. En el fondo ya empezaba a recordar, y en la superficie a cumplir el rito, pero el panorama es demasiado atractivo y tangible para conceder crédito alguno a las abstracciones de la memoria. Este olvido al que atribuyo carácter ritual puede tener un sentido utilitario como mecanismo defensivo, como la mejor opción posible en un juego de estrategias cuyas reglas son simples, pero que esconde su sentido. Sería entonces cierto que me acordaría al permanecer quieto sin recordarlo de aquel día en que quise detener el taxi con mis propios músculos. Fue la última noche para la insustituible chupa de cuero, comida por el asfalto mientras me arrastrábais incrédulos de que pudiese permanecer aferrado al parachoques mientras de mí quedase algo, pero aquella curva demasiado cerrada me lanzó contra el muro ante el asombro de los peatones, que os cogieron la matrícula, no podéis negarlo, aunque todo eso está ya olvidado. Sin embargo yo no me permití el lujo de desvanecerme, sino que enlacé el último instante de mi caída con el primero de mi reconstrucción y casi tuve que zafarme a golpes de la caridad ciudadana. Lo importante es que estaba vivo, aunque lo importante era que no podía cazaros. Sangraba la nariz y el espacio y el tiempo se movían como el güisqui. Tenía que correr apoyándome en las paredes. Doblábais por la tercera o la cuarta esquina a la izquierda o la derecha. Imposible.
Es normal que tú andes ahora en taxi mientras yo sigo colándome en el metro: ya leías la prensa nacional mientras yo escribía poemas, y a veces te reías de cosas que yo fingía entender con la sensación de que tú te reías de mi modo absurdo de fingir la risa. Cuanto decías tenía para mí un significado oculto que yo me resignaba a archivar en la memoria por si algún día consigo reconstruir tu trama y plantártela en la cara para decirte que ya basta, por tanto, de misterios, que a partir de algún día estarás siempre desnuda cuando estés conmigo.
Cuando estás casi desnuda estás más vestida. Sabes que un duelo de miradas se inclina ineludiblemente a tu favor, que tú precisas el escudo de tu cuerpo para evitar mis zarpazos, por eso llegas con tiempo, para vestirte de mujer desnuda. Sabes que demasiado rato y sin la prudencia de la piel blanca yo podría reprocharte todas mis carencias delante de todos tus excesos, que podría hacer vacilar tu edificio de enigmas con mis preguntas, ingenuos interrogantes que para tí cobran una dimensión extraña. Encuentro la puerta simplemente entornada y tampoco me explico porqué hay que ir tan despacio para que la materia sea dócil. Sé que tú también estás ahí detrás entornada, que a pesar de que me esperas me preguntarás ¿qué quieres? Eso posiblemente lo sepas tú, dije un día sonriendo, todavía adolescentes, pero tú parecías mayor y forastera. Apenas hice el esbozo de mi tesis acerca de la vida cuando me apagaste con tus carcajadas. Se me curvaron las cejas, porque yo todavía no estaba de vuelta de muchas cosas, y todavía no me explico por qué os volvéis, si no habéis llegado. No puede ser cierto que la experiencia os haga así de nulos, así de ignorantes. Son cosas muy simples, pero uno las toma o no las toma; y si las tomas y te sientes lleno todo lo demás consiste en vaciarse, eso es lo que tú ignoras por experiencia.
¿Qué quieres? escucho, en efecto. Resumo: quiero saber.
Tu gesto traza una mueca de comprensión. Podría ser el gesto de una madre ante un niño que llora. Pero yo no quiero tu comprensión, sino mi comprensión. Llevas una bata corta y has comenzado a andar hacia mí. Panky se mantiene rígido en un rincón, con porte de estatua y la amenaza brillando en la punta de las orejas. Quiero saber por qué me lanzaste sin piedad a mi destino y cuando regresé como una carta devuelta, manchando el pasillo de sangre y con la chupa colgando en un solo jirón, encontré la puerta entornada y tuviste para mí bálsamo y ternura. Y quiero saber por qué dejaste el grupo después de infectarlo de heroína y de ponerme a mí contra todos cuando ya siempre tenías trabajo y apenas ensayabas. Debe dar mucho lo tuyo. Nosotros seguimos allí igual, con todo mucho más sucio porque no estás tú y algunas cosas más limpias. Pero es imposible que seas sincera contigo misma, porque sacas las correas de los bolsillos, como si las hubieses preparado, y las tensas alrededor de tu brazo. Lo haces con obscena complacencia, como si quisieras poner ante mis ojos tristes aquel día. Panky está muy atento. Yo cierro los ojos, pero entonces lo veo todo mucho más claro: te veo a tí forcejeando con un hombre rudo y de gran tamaño que, sin el menor esfuerzo, te alza del suelo, inmoviliza tus brazos y saca de tu sostén roto una jeringa cargada y la estrella contra el suelo. Y entonces ese hombre se siente turbado por su propia violencia y porque todos os miran desde detrás de sus trajes y de los títulos de derecho que festejan, y porque él es el único que viste de negro y no se ha afeitado. Aprovechas entonces para zafarte de él y corres hacia la noche empujada por sus gritos, hasta montar en uno de los taxis que esperan y decir nunca más y él cómo perderte así, aquel día. Te escucho suspirar: debe ser como un orgasmo. Quiero saber por qué te entregas a esas ausencias, acaso sea porque sientes asco y yo tengo cosas limpias sin duda, empéñate en decir que huelo demasiado a hombre, porque yo no puedo evitar ser humano, amiga, aunque admire cómo y cuándo haces las cosas, porque tú sabes hasta dónde y con cuánto, pero ellos están hechos una pena. Debe ser como un orgasmo, pero tu sonrisa es lo más parecido al gesto de Panky, rígida, castrense, inculcando con los ojos el deseo de devorarme. Estás a punto de llegar hasta mí y muy pronto me rozarás con ese cuerpo que se apergamina ante mis ojos, con ese gélido sudor envenenado, enroscarás tu anatomía amarilla alrededor de mis piernas y seré abatido; ya no seré sino la sombra de tus ojeras, a no ser que, mezclando recuerdos y olvidos y agitándolos con furia en el crisol de mi rabia yo ponga en juego la inédita bofetada, el detalle que de un modo u otro resuelve siempre las grandes cuestiones. La recibes sorprendida; materialmente rebotas y eres lanzada hacia atrás como un dibujo animado. Pareces un montón de ramas secas, desordenadas y palpitantes bajo el viento.
Perdona, aplico tos axiomas. Además, creo que me estás pidiendo esto. Qué busco ya lo veremos; de momento ya hemos puesto orden aquí y podemos seguir especulando. Vamos a analizar qué somos. Tú asientes con la cabeza, mareando un sollozo. Somos un no sé lo que busco y ya basta de eso. Tú dices sí, así me gusta. Si esto es un juego es un juego sucio, porque yo no conozco las reglas, y por tanto no podrás decir que has ganado. No sé si dices sí o es que te estoy zarandeando. Dices sí. Por tanto voy a decirte lo que acabo de comprender: que estoy solo. Dices sí y confirmo que siempre estás sola conmigo. Y ahora que puedo estar, tú ya no estás, dices no sollozando... Estabas sola con el Ideal: quienes lo comprendían, lo despreciaban, y quienes lo amaban no lo comprendían, dices sí, sí, mi voz es firme y por fuerza dices sí. Tengo voz, amiga, tengo voz de tus palabras, dices sí. Y como llegaste muy lejos de lo vulgar, no en lo determinado, caíste en la pura mierda, dices sí, en la mierda garantizada. Dices sí, mi voz es firme, gesticulo con los brazos, me salen de las palabras. ¡No hay santos en Sodoma!, digo de pronto. Tú dices sí sollozando, completamente plana. Esa es mi última canción, que habla de que todos estamos en la mierda, dices sí. Pero tú no estás en la mierda, Silena, tú eres una puta mierda, dices sí. Y todo fue perfectamente.
* * *
La mañana es azul clara en los pueblos. La vida es un eterno crepúsculo entre los hombres. No eterno, pero perpetuo. Hay un agujero en la cama: está palpitando, caliente, pero vacío. Es un olor redondo profundo: se entra por él y se sale al canto de Silena. Ahora recuerdo que soy feliz. Silena se está duchando en la luz de la verdad. Silena es un animal pequeño: ahora recuerdo que soy feliz. Ayer fue el último día y valió la pena agotarnos. ¡Qué complejos somos! Todo lo difícil es erróneo. La cuestión es simple y llana, y ella dice sí constantemente. Silena, animal pequeño, se mueve alrededor y huele a limpio, así es ella realmente. Hoy es el primer día y los objetos nuevos brillan y yo soy un hombre nuevo que va a ducharse. Dices sí, sonriendo dices: sí, estás satisfecha. Que luego apague el calentador y tire de la puerta hasta que quede cerrada, digo ¿qué? Que deje las menos huellas posibles. Creo que necesitas un buen alegato, nena, dices bueno, otro día. Digo ¡no!, dices no, Panky se acerca rugiendo. Vibraste, estás satisfecha, siempre resulto muy satisfactorio. Es el momento de dar un nuevo puñetazo en la mesa, de poner el orden necesario. Panky interviene: negro, ágil, musculoso, se interpone entre Silena y yo. Que los hombres son poco útiles fuera de su contexto, que son agua estancada si no se marchan y reaparecen, que lo de hoy muy fuerte, casi demasiado, que no quieres ser una adicta. Me das las gracias tan hermosa y yo no me muevo porque me acuerdo de Panky y de aquel día. Cierras la puerta y parece que pone fin. Panky estrecha el cerco y ya me ducharé por ahí. No volverá a ocurrirme esto, quizá algo parecido, pero no lo mismo. Cierro yo también la puerta a mis espaldas y el calentador queda dentro encendido. Sólo ella tiene llaves.
publicado en Vinalia Trippers # 3 (1996)
ilustración de Silvia Díaz Chica
No hay comentarios:
Publicar un comentario