por Dirk Schwarze
¿Qué sería del arte sin el original?
¿Un insignificante fenómeno visual?
Una cosa es cierta. El mercado del arte entraría en colapso si todos los originales se retirasen y sus copias se distribuyesen.
Imaginemos la escena por unos instantes: las ideas visuales se publicarían en series indefinidas. Asimismo, se prohibirían las ediciones limitadas, que aún tienen cierto aura de original. Solo se admitirían las cosas que pudiesen imprimirse, copiarse y distribuirse siempre que se desee. ¿Se volvería el arte más democrático o simplemente disminuiría el interés por el arte, porque los coleccionistas e investigadores se acabarían aburriendo de él? Todo es posible. Una cosa es cierta, sin embargo: las fotocopiadoras, junto a la serigrafía y las máquinas de impresión, tendrían un papel central si esta exclusiva producción en masa se tornase realidad. Realmente las fotocopiadoras ofrecen una garantía evidente de que -con la debida elección de la imagen- no existe ninguna diferencia entre el original y la copia. El sueño de cualquier copista. Éste ya no tiene que contentarse con una única copia: de esta sencilla manera, pueden producirse centenas o millares.
Por eso la copia es en sí misma una réplica de la obra de arte individual. Pero, ¿qué sería del arte y del artista si no consiguiesen liberar este medio de su dimensionalidad única y vencer las limitaciones de su técnica?
Durante casi veinte años, artistas de ambos lados del Atlántico han demostrado que la fotocopiadora, cuando se usa de modo no convencional, puede ser un compañero en el proceso creativo; que, de hecho, una copia puede transformarse en un original. El hecho de que una variedad del copy-art, el fax-art, se haya convertido ya en una parte integrante de la escena evidencia una rápida reacción de los artistas frente al desarrollo técnico.
Las ideas y las intenciones de los copy-artistas (aunque raramente trabajen exclusivamente como tales) son muy semejantes a las de los artistas fotográficos. Éstos acabaron con la creencia de que la fotografía apenas representa la realidad y procuraron un nuevo nivel de percepción. Para hacer esto, los copy-artistas usan sobre todo los puntos flacos de la tecnología: por más exacta y fiable que pueda ser una copiadora en blanco y negro, su debilidad es obvia cuando se usa para producir series indefinidas que hacen de la propia copia una matriz, haciendo una nueva copia de cada copia producida. Emmett Williams realizó 300 generaciones a partir de una impresión digital ampliándolas sucesivamente. Éstas acababan tan degradadas que producían imágenes enigmáticas semejantes a caracteres rúnicos. Por eso una copia continua de la realidad hace que la imagen se pierda en su propia reproducción.
Si se asume que la fotocopiadora se inventó y se desarrolló con el fin de reproducir (sin pasos intermedios que involucren el uso de otros materiales) páginas de texto e imágenes en grandes cantidades en el menor tiempo posible, entonces esta invención es una reproductora fiel (?) y una difusora de originales en las cantidades pretendidas.
Sin embargo, lo que el artista pretende de la fotocopiadora es justamente lo contrario de esto. Él produce obras de arte (originales) distorsionando una realidad intencional y gradualmente. Cuanto más intensivamente usa esta técnica, más radicalmente se pierde la verdad del original. Se creó una verdad nueva, una verdad artística. Aquí algo se desintegra como resultado de la ampliación, allí algo desaparece por el montaje continuado; aquí el texto contiene imágenes borradas, allí los colores se debilitan. La fotocopiadora se convierte en un palco donde se hacen posibles todo tipo de performances visuales. Ahora se puede dejar de considerar su aproximación como una fotografía instantánea. No en vano, el copy-art ofrece más libertad de acción.
Los copy-artistas son comunicativos. No es una coincidencia que gran parte de ellos hayan estado previamente involucrados en el mail-art, tengan inclinación por la performance o hagan libros de artista. No sólo son comunicativos con el público, sino también en las relaciones entre ellos. Los copy-artistas aparecen en grupos y las fronteras nacionales o las mayores distancias geográficas no representan para ellos la menor dificultad.
¿Un insignificante fenómeno visual?
Una cosa es cierta. El mercado del arte entraría en colapso si todos los originales se retirasen y sus copias se distribuyesen.
Imaginemos la escena por unos instantes: las ideas visuales se publicarían en series indefinidas. Asimismo, se prohibirían las ediciones limitadas, que aún tienen cierto aura de original. Solo se admitirían las cosas que pudiesen imprimirse, copiarse y distribuirse siempre que se desee. ¿Se volvería el arte más democrático o simplemente disminuiría el interés por el arte, porque los coleccionistas e investigadores se acabarían aburriendo de él? Todo es posible. Una cosa es cierta, sin embargo: las fotocopiadoras, junto a la serigrafía y las máquinas de impresión, tendrían un papel central si esta exclusiva producción en masa se tornase realidad. Realmente las fotocopiadoras ofrecen una garantía evidente de que -con la debida elección de la imagen- no existe ninguna diferencia entre el original y la copia. El sueño de cualquier copista. Éste ya no tiene que contentarse con una única copia: de esta sencilla manera, pueden producirse centenas o millares.
Por eso la copia es en sí misma una réplica de la obra de arte individual. Pero, ¿qué sería del arte y del artista si no consiguiesen liberar este medio de su dimensionalidad única y vencer las limitaciones de su técnica?
Durante casi veinte años, artistas de ambos lados del Atlántico han demostrado que la fotocopiadora, cuando se usa de modo no convencional, puede ser un compañero en el proceso creativo; que, de hecho, una copia puede transformarse en un original. El hecho de que una variedad del copy-art, el fax-art, se haya convertido ya en una parte integrante de la escena evidencia una rápida reacción de los artistas frente al desarrollo técnico.
Las ideas y las intenciones de los copy-artistas (aunque raramente trabajen exclusivamente como tales) son muy semejantes a las de los artistas fotográficos. Éstos acabaron con la creencia de que la fotografía apenas representa la realidad y procuraron un nuevo nivel de percepción. Para hacer esto, los copy-artistas usan sobre todo los puntos flacos de la tecnología: por más exacta y fiable que pueda ser una copiadora en blanco y negro, su debilidad es obvia cuando se usa para producir series indefinidas que hacen de la propia copia una matriz, haciendo una nueva copia de cada copia producida. Emmett Williams realizó 300 generaciones a partir de una impresión digital ampliándolas sucesivamente. Éstas acababan tan degradadas que producían imágenes enigmáticas semejantes a caracteres rúnicos. Por eso una copia continua de la realidad hace que la imagen se pierda en su propia reproducción.
Si se asume que la fotocopiadora se inventó y se desarrolló con el fin de reproducir (sin pasos intermedios que involucren el uso de otros materiales) páginas de texto e imágenes en grandes cantidades en el menor tiempo posible, entonces esta invención es una reproductora fiel (?) y una difusora de originales en las cantidades pretendidas.
Sin embargo, lo que el artista pretende de la fotocopiadora es justamente lo contrario de esto. Él produce obras de arte (originales) distorsionando una realidad intencional y gradualmente. Cuanto más intensivamente usa esta técnica, más radicalmente se pierde la verdad del original. Se creó una verdad nueva, una verdad artística. Aquí algo se desintegra como resultado de la ampliación, allí algo desaparece por el montaje continuado; aquí el texto contiene imágenes borradas, allí los colores se debilitan. La fotocopiadora se convierte en un palco donde se hacen posibles todo tipo de performances visuales. Ahora se puede dejar de considerar su aproximación como una fotografía instantánea. No en vano, el copy-art ofrece más libertad de acción.
Los copy-artistas son comunicativos. No es una coincidencia que gran parte de ellos hayan estado previamente involucrados en el mail-art, tengan inclinación por la performance o hagan libros de artista. No sólo son comunicativos con el público, sino también en las relaciones entre ellos. Los copy-artistas aparecen en grupos y las fronteras nacionales o las mayores distancias geográficas no representan para ellos la menor dificultad.
(Texto de Dirk Schwarze aparecido en el catálogo de la exposición internacional de copigrafías Expo-copy-93, organizada en Matosinhos por César Figueiredo en 1993). Trad. Luis Navarro incluída en el catálogo de la Muestra Internacional de Arte por Fotocopia "Industrias Mikuerpo" en 1996).
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