Le había prometido volver al bar y así lo había hecho. Es un lugar como otro cualquiera para escribir, para dibujar. Basta una mesa y algo de papel. Así, incluso de pie, podemos construir todo aquello a lo que estemos dispuestos a dar cimientos. Partimos de la inamovible base del azar, contamos con la eternidad, y el lugar de trabajo está en las estrellas; quizá debiéramos sorprendernos con la sencillez de lo maravilloso. ¿Por qué no habríamos de poder todos disponer de los filtros del poeta? ¿Acaso hay alguien que no haya sido capaz de construir una sonrisa?
No hay por qué entretenerse persiguiendo el mal. Las cosas cambian, y el total triunfo del mal está en su total consumación, en el momento en que se destruye a sí mismo. Si de verdad somos hiperbóreos hemos de entretenernos con la diaria construcción del milagro de la vida.
Entrar en armonía, negar la muerte, destruir el concepto lineal y descubrir que el movimiento, por lo mismo que careció de origen, carecerá de final. Esto puede entenderse y no otro es el verdadero sentido de la vida, de las vidas, ya que en nuestro deseo de cambio, sucede que a veces nos gusta incluso cambiar de época, de tiempo. Jamás se aprende a imaginar el imposible. Hemos estado, estamos y estaremos, y pobre del que no pueda entenderlo. Vivirá para la muerte, para aprender a tenerle miedo. Cuando se pierde el miedo a la muerte, ¿quién será capaz de generar una amenaza? ¿Con qué? A quien no existe no se le puede negar la vida. Desprenderse del yo es entrar de pleno en lo que ya, desde siempre, andamos inmersos. Formamos-somos parte de todo el acontecer, cambiamos con las estaciones, con el ciclo somos y somos el ciclo.
La armonía es la melodía blanca que protege el pentagrama virgen. Nadie tiene la culpa de que algunos, ante la incapacidad de mejorar el silencio, se empeñen en emborronar sin más el pentagrama... No busquéis aprender la música en la academia. Esperad sentados en las ramas de los árboles: el pájaro trae el mensaje.
Bien es cierto que la sabiduría no reside en las palabras, pero en momentos las palabras pueden generar una música que conquiste a quien las escuche. Se pueden romper las palabras, las podemos pintar, articular, todo vale mientras no pierdan el sentido, la descripción de la eterna espiral en la que vivimos, la que nos realiza cuando somos capaces de atrapar la belleza del acontecer. Y puesto que estamos vivos, se hace imposible la detención, pues incluso al detenernos preparamos el movimiento próximo.
Me acusan de no saber guardar las formas, de preferir lo que se debe decir a lo que debe ser dicho. Si persisto en mi actitud es porque creo que alguien debe manifestarse en contra. Por eso no acepté este año participar en el supermercado del Arte, aquí en Ibiza. Hace más de ocho años que fui por ahí planteando la idea y nadie quiso. Hoy todos participan -por aparecer en la foto-, al menos ya saben dónde están, no entiendo por qué les costó tanto darse cuenta. Ahora me piden que participe, pero ya estoy en otra parte. Y lo cierto es que no me apetece darles más pistas.
No hay por qué entretenerse persiguiendo el mal. Las cosas cambian, y el total triunfo del mal está en su total consumación, en el momento en que se destruye a sí mismo. Si de verdad somos hiperbóreos hemos de entretenernos con la diaria construcción del milagro de la vida.
Entrar en armonía, negar la muerte, destruir el concepto lineal y descubrir que el movimiento, por lo mismo que careció de origen, carecerá de final. Esto puede entenderse y no otro es el verdadero sentido de la vida, de las vidas, ya que en nuestro deseo de cambio, sucede que a veces nos gusta incluso cambiar de época, de tiempo. Jamás se aprende a imaginar el imposible. Hemos estado, estamos y estaremos, y pobre del que no pueda entenderlo. Vivirá para la muerte, para aprender a tenerle miedo. Cuando se pierde el miedo a la muerte, ¿quién será capaz de generar una amenaza? ¿Con qué? A quien no existe no se le puede negar la vida. Desprenderse del yo es entrar de pleno en lo que ya, desde siempre, andamos inmersos. Formamos-somos parte de todo el acontecer, cambiamos con las estaciones, con el ciclo somos y somos el ciclo.
La armonía es la melodía blanca que protege el pentagrama virgen. Nadie tiene la culpa de que algunos, ante la incapacidad de mejorar el silencio, se empeñen en emborronar sin más el pentagrama... No busquéis aprender la música en la academia. Esperad sentados en las ramas de los árboles: el pájaro trae el mensaje.
Bien es cierto que la sabiduría no reside en las palabras, pero en momentos las palabras pueden generar una música que conquiste a quien las escuche. Se pueden romper las palabras, las podemos pintar, articular, todo vale mientras no pierdan el sentido, la descripción de la eterna espiral en la que vivimos, la que nos realiza cuando somos capaces de atrapar la belleza del acontecer. Y puesto que estamos vivos, se hace imposible la detención, pues incluso al detenernos preparamos el movimiento próximo.
Me acusan de no saber guardar las formas, de preferir lo que se debe decir a lo que debe ser dicho. Si persisto en mi actitud es porque creo que alguien debe manifestarse en contra. Por eso no acepté este año participar en el supermercado del Arte, aquí en Ibiza. Hace más de ocho años que fui por ahí planteando la idea y nadie quiso. Hoy todos participan -por aparecer en la foto-, al menos ya saben dónde están, no entiendo por qué les costó tanto darse cuenta. Ahora me piden que participe, pero ya estoy en otra parte. Y lo cierto es que no me apetece darles más pistas.
Obras de Miguel Sotos para el catálogo "Artesaldo" (Amano # 1, 1995)
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