En algunos focos de la red de mail-art está tomando cuerpo la convocatoria de una huelga general de arte para los años 2000-1 (P.O.Box # 22). Se trata de una convocatoria sin fronteras, ya que no las tiene la red, que utiliza el mismo logo que su precedente de 1990-3 surgida en Inglaterra. Tampoco hay tras ella ningún sujeto, ni personal ni colectivo. Se pretende que cada cual la haga suya o, cuando menos, se sienta obligado a reflexionar sobre los problemas éticos y estéticos que plantea su mera existencia. Si la propuesta parece en principio escandalosa, en ello debe consistir su primera virtud, pues hace tiempo que el escándalo no es posible en las artes.
Devolver la gestión del capital simbólico al dueño legítimo del deseo es una vieja aspiración de las vanguardias que retorna una y otra vez en nuevos movimientos y movilizaciones. Una vez enunciado un objeto la historia se apodera de él y lo consume, a pesar de los constantes y sucesivos empeños por enterrarlo. Con este propósito, la superestructura económica que hoy genera la infraestructura estética y que le impide avanzar y liberarse ha sostenido un sistema de las artes tan aislado de la dialéctica real de la cultura que ha fiado a los medios de masas la generación de significado. El progreso cultural no ha sido tan frenético ni tan catártico como la experiencia estética moderna. Antes bien se diría que nuestra percepción no espectacularizada de la obra de arte aparece bloqueada en el mismo punto en que se empieza a hablar de postvanguardia como de una época de concesiones y renuncias, un retorno a los códigos mediatizados de transmisión simbólica que no suponen ni superan las propuestas entusiastas de las vanguardias.
La convocatoria de una huelga de arte para el tránsito de milenio resulta oportuna porque reclama una moratoria y proclama una ruptura. Ambas cosas van íntimamente trabadas en la cristalización de las ideas. Nuestro siglo ha sido atravesado por una radical disolución de los fundamentos de la obra artística, que ha tenido como vectores principales la aplicación liberadora y potenciadora de la tecnología a la producción estética, por un lado, y por otro la ambigua relación, llena de pasiones y tensiones, entre belleza y dinero. La muy sobada equiparación entre posesión y estatus que dispara el consumo banal y estandarizado, la canalización mercantil del componente irracional de las vanguardias a través del pop y la generación de una extraña especie de dinero de saldo con exenciones fiscales, son todas ellas consecuencias de esta relación. El respaldo tecnológico al discurso de la apropiación topó de inmediato con la servidumbre al sistema dinerístico, que encontró en la liberación cultural un ámbito de multiplicación inaudito mediante la generación arbitraria de necesidades no materiales. Quedan circuitos de resistencia fuera de los medios de influencia tan alejados de la dinámica real de la cultura como el sistema institucional de las artes.
Para constituir una herramienta de liberación social, como se pretende desde ciertas posturas resistentes, el arte debe liberarse a sí mismo. En este fin de siglo, quienes se sienten herederos de sus contradicciones y paradojas, el artista, el crítico o fruidor deben meditar sobre lo que hizo posible el discurso de las vanguardias y sobre lo que lo hizo finalmente imposible. No se trata, o no debería tratarse, de un registro más en el anecdotario del excentricismo moderno, sino que debe comprenderse en su contexto sociocultural, exhibir sus implicaciones políticas e históricas. Tampoco debe definirse como acto de violencia contracultural, sino mostrarse como derivación racional de los propios contenidos de nuestra cultura. Hay que entender la continuidad de la ruptura antes de emprenderla.
Finalmente, creo que hay que entender la huelga no como estrategia de resistencia pasiva, sino como moratoria activa. No ha de alentar actitudes reservistas, sino la participación activa de cada uno en la construcción de espacios de expresión en la vida cotidiana y en la búsqueda reflexiva de aperturas. No es el arte, cierta expresión o búsqueda de armonía entre individuo y contexto, sino el Arte, monumento en ruinas de nuestro pasado, el objeto de esta movilización.
Que el mundo esté tan lleno de mierda puede ser una buena razón para sumirnos en un estado de lobotomía creativa que a la larga sería revolucionario, pero no es esto lo que subyace a esta movilización desde el punto de vista de su necesidad histórica. La crisis de la representación que empieza a minar ya el ámbito de lo político hace tiempo que afecta al intelectual/artista directamente en su quehacer. El pasivismo es inviable en la actual circunstancia: nadie necesita al artista comprometido, ni él está en disposición de salvar a nadie. Su insustancialidad es la del individuo frente a la cifra, fisica y no ideológica. Si quiere preservar espacios de existencia debe conquistar espacios de expresión y desplazar las mediaciones que lo convierten en bufón y en anécdota. Dichos espacios se hallan no en el adoctrinainiento ni en la sumisión a las masas, sino en el aporte de materiales y en el tratamiento cualificado de los mismos en la construcción de una realidad social interactiva y difusa. De ahí el carácter difuso de una huelga que habría que concebir desde el principio como obra de arte colectiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario