jueves, 21 de octubre de 2010

La acción como una de tantas ilusiones

Nota editorial de Maldeojo # 2 (junio 2001)

por Maldeojo

* * *

El primer número de Maldeojo, aparecido el año pasado, se anunciaba como "cuaderno de crítica y acción social". Sin embargo, al reproducir el texto de José Manuel Rojo "Tiempo de carnaval", el periódico CNT calificaba la fuente de "cuaderno de crítica social", sólo. Puede que la inexactitud de la cita no esconda ninguna intencionalidad, y que se deba simplemente a un descuido de transcriptor, pero la corrección resulta tan acertada, y tiene en todo caso tanto sentido, que somos llevados a pensar que pueda no tratarse de una transcripción, sino de un desvío crítico, como un papelito amarillo que dijese: de acuerdo, he aquí un texto que merece ser leído y comentado por más de quinientas personas, pero a fin de cuentas no deja de ser un texto, y por exasperadamente crítico que sea la acción es otra cosa.

Efectivamente, aunque la experiencia espectacular esté vaciando cada vez más el contenido de nuestros actos y llevándonos a todos a preocuparnos más por representar algo que por significar gran cosa, no podemos poner al mismo nivel una huelga laboral y la santa indignación de un columnista, un programa de inserción de la marginalidad, un atentado, una de las doscientasmil firmas o un tartazo al delegado americano en la Cumbre del Clima. Tras el agotamiento de las falsas expectativas de desarrollo global del Capitalismo Mundial y la evidencia creciente de la imposibilidad de frenar sus efectos nocivos mediante la articulación de respuestas reformistas que comparten en el fondo su lógica y se ven arrastradas por él, la falsa conciencia encuentra ahora en el "compromiso" y en ciertas formas tipificadas de "lucha" su paz interior y su consuelo. Vuelve a valorarse el "trasfondo social" de las "producciones culturales", el estilo "militante" que ya no encuentra dónde militar, la reivindicación barata que expresa con su platitud la incapacidad para procesar la complejidad de lo real, el romanticismo pijo... Este inmovilismo factual hecho de pequeños "transportes" sin dirección ni objetivo lleva a algunos a tomar la "dictadura de lo real" por su propia cuenta, tomando por tal realidad sus propios temores y hundiéndose simplemente con ella en su negativa a mantenerla a flote.

Esto que podemos llamar ideología de la acción, o simplemente activismo, tiene expresiones tan dispares como las indicadas más arriba, lo que hace seguramente discutible su categorización genérica, así como la comprensión inmediata de las relaciones específicas que dicha ideología mantiene con cada uno de los patrones en que se manifiesta, a veces bastante enfrentados entre sí. Ninguna ideología resulta por otra parte comprensible de esta manera: el contenido de la ideología no resulta evidente a partir de su forma realizada. Por otra parte, no habrá pasado inadvertida la paradoja que parece entrañar la formulación de una "ideología de la acción", toda vez que la condición de toda ideología parecía ser su desvinculación con la praxis. No obstante, esta aceptación acrítica de la pureza de los conceptos y de la existencia de oposiciones no dialécticas entre ellos contiene en sí más ideología que cualquier desarrollo "simplemente teórico" de los mismos. No resulta fácil decir en qué momento una acción concreta se "ideologiza" ni cómo se "ponen en práctica" las ideas. Ya sabemos que no hay acción que no parta de presupuestos ideológicos ni ideas que no busquen su realización con más o menos fortuna una vez que se formulan. Este mismo texto es consciente de ser una determinada acción teórica, y no pretende por tanto dictar los contenidos de la acción misma, ni aspira a sustituirla. Tampoco juzga las motivaciones de los agentes de cada acción concreta ni establece las condiciones de la acción eficaz. Trata simplemente de poner de manifiesto y de desmontar una de las figuras ideológicas que mejor se corresponden con la época de la realización acabada de la ideología.

El mejor ejemplo nos lo proporciona la llamada "acción humanitaria" y toda la corriente de voluntarismo juvenil y onegeísmo que la acompañó en los noventa. Sin cuestionar aquí la necesidad de dispositivos que palíen el sufrimiento que acompaña a las numerosas catástrofes naturales (muchas veces asociadas a la explotación incontrolada de los recursos limitados del planeta) y a los conflictos bélicos (provocados siempre por choques de intereses entre los poderes que se disputan el control de esa explotación), es obvio que la acción humanitaria no es hoy el paradigma de ningún tipo de oposición eficaz a un sistema para el que la vida humana no es más que el recurso a explotar por excelencia. Si alguna vez supuso una heroica práctica alternativa a las condicionadas por la lógica del beneficio capitalista, hoy se integra funcionalmente en los complejos dispositivos que la sustentan. Si en algún punto comporta un auténtico "humanismo" preocupado por resolver las cuestiones inmediatas que se presentan aquí y allá, su concreción institucional sigue alimentando y legitimando un sistema depredador que ha aprendido a sacar provecho de las esperanzas de unos y de las ilusiones de otros.

Cuando no es directamente promovida desde arriba por los estados y ejecutada por los propios ejércitos, la acción humanitaria no tiene más remedio que funcionar como cualquier empresa al uso. Para ser "operativa" en el contexto capitalista, una acción humanitaria de la envergadura que reclama, por ejemplo, un éxodo de refugiados de una guerra, necesita movilizar gran cantidad de recursos y disponer de una organización concentrada que los gestione y haga de mediadora. Una vez institucionalizada, la "organización humanitaria" desarrollará intereses propios y su propia existencia se vinculará de hecho al mantenimiento del problema que pretende resolver. El móvil humanitario se convertirá en la ideología de una "gestión realista" de los males y los remedios. Por su parte, el público espectador podrá llamar "acción humanitaria" a una transferencia bancaria, y seguir identificándose con "los buenos" en la continuación del drama humano que el televisor programa ante sus ojos cada día a la misma hora. Finalmente, la ideología de la acción humanitaria así constituída podrá servir de reclamo publicitario de cigarrillos y refrescos, cuando no de coartada para el surgimiento de entidades humanitarias fantomáticas con explícitos fines empresariales o con fines encubiertos al servicio de grandes poderes.

Otro ejemplo contemporáneo de acción adjetivada (es decir, convertida en sustantivo, en sustancia consumible y participable) es el caso de la llamada "acción estética". Venida de los territorios del arte como una de las formas de superación efectiva de sus límites y de reintegración del juego al mundo vivido, este rábano emancipatorio ha sido nuevamente cogido por las hojas de una estéril vanguardia y hervido en el mismo caldo de cultura insustancial que sus progenitores dadaístas. La conmoción del arte vuelve a transfigurarse en arte de la conmoción. Cuando los artistas plantan su chiringuito en la feria de la acción simbólica no pretenden dejar de serlo, sino serlo más que todos sus contemporáneos: no van a ninguna parte, sólo huyen de sí mismos. Y cuando los movimientos sociales atraen con pantomimas la curiosidad de las cámaras no están rompiendo con el pasivismo y la contemplación: lo hacen para ser contemplados.

Este "modo de acción" se entiende como "participación" en el discurso social que hoy toma forma en los medios. Considera, o bien que es posible intervenir en la construcción de ese discurso a través del espectáculo, o bien que resulta imposible hacerlo si no es a través de él, al haber invadido el espectáculo el mundo real y abolido en él todo criterio de verdad y falsedad. No creemos que resulte renunciable la referencia a toda verdad, por más que esta verdad se encuentre siempre suspendida en su representación. En cuanto a la posibilidad de intervenir a través del espectáculo, de agenciarse sus dinámicas y de subvertirlo en un sentido emancipador, están expuestas a un debate más complejo. No puede desestimarse por principio, pero tampoco debe ser celebrada acríticamente. Participar en la lógica del espectáculo con contenidos positivos (reivindicaciones, exposición de puntos de vista alternativos, producciones "críticas") entraña la ingenuidad de tomar el espectáculo por lo que dice ser: un reflejo objetivo de la realidad, un marco neutral donde se despliega el sentido como síntesis de los lenguajes que pugnan por hacerse comunes, por comunicarse. Hacerlo con sus propias armas, llevando su mistificación aún más lejos para colapsarlo, puede acentuar mínimamente el proceso de su descomposición irremediable, plantearle retos siempre más duros, pero los alfilerazos en los tobillos no alcanzan nunca el corazón de la bestia y nada sugiere que no puedan ser transformados en un efecto espectacular más, digno de ser contemplado y celebrado en un momento en que los "efectos especiales" ya no nos hacen levantar la vista del plato. Estos refrescantes "golpes de ingenio" no supondrán en última instancia sino la actualización de las figuras y los recursos del espectáculo, su adecuación a los tiempos en que el espectáculo autónomo, como antaño el arte autónomo, no puede hablar ya más que de su propia descomposición.

En realidad, quien pretenda infiltrarse en el espectáculo habrá de tener presente que lo hace en territorio enemigo. La lógica de los medios se inclina siempre del lado de su concentración, es decir del poder y de la dominación. La repetición condicionante de consignas vacías se impone sobre la dimensión cualitativa del lenguaje, entierra su profundidad y disuelve su sentido. Un medio de comunicación es equiparable a un arma de destrucción masiva de conciencia, y ante las modernas tecnologías del condicionamiento la guerrilla cultural no es más que un fenómeno marginal y anecdótico mantenido en gran medida por la necesidad de seguir vendiendo "cetmes". Y miedo. E ilusiones. Y sinsentido.

Idéntica suerte ha corrido la guerrilla telemática, el llamado "hack-tivismo", y por idénticas causas. Intervenciones puntuales y anecdóticas que pocas veces dañan significativamente la estructura del sistema producen el refuerzo de los dispositivos de control y seguridad (entre ellos las leyes que regulan el tráfico de información) y estimulan el desarrollo de una industria que vive de su propia obsolescencia, distanciando cada vez más al especialista de la programación, capaz de actualizar constantemente sus conocimientos, y al consumidor final, que la mayoría de las veces desconoce los códigos con que se relaciona con su propia máquina y no deja de percibir el "espacio público" que podría ser la red como un "territorio amenazado", y no tanto por la policía como por "gente imprevisible".

En realidad, estos ejemplos no son sino representaciones virtuales, farsas románticas en que la historia se repite a sí misma, del modelo de "acción armada" que hace tiempo mostró sus límites: necesidad de concentrar los recursos para oponer una mayor resistencia al enemigo y consecuente producción de estructuras rígidas y de modelos jerárquicos de decisión, sacrificio militante (y militar) a la Causa que pasa a justificar la vida y no a la inversa, héroes y mártires por todas partes, secretismo, infiltración, terror, una espiral de violencia y confusión que dinamita todo desarrollo positivo. En suma, afirmación del Poder en su propio terreno y sacrificio paradigmático de la vida a todas las instancias de la representación: la de una ideología que se acepta religiosamente y la de unos medios de confusión que someten a su propia lógica toda producción de eventos. El "espectáculo integrado" no es sino el espectáculo del terror.

Podemos aislar por tanto algunos rasgos que afectan de forma idéntica a las diferentes modalizaciones de la acción que hemos considerado aquí como expresiones diversas de una misma ideología: son espectaculares, es decir, concentran recursos e intereses, desarrollan ámbitos de producción separados, generan especialistas de la producción del sentido y cristalizan en instituciones que se reproducen al margen de aquello que las inspira; y son, además, espectaculistas, se hacen para el espectáculo, para ser consumidas en la contemplación productiva, subordinando todo contenido a la producción de imágenes.

Si esta ideología de la acción fuese el mero reflejo de la acción misma aún sería pura y simple "representación" de esa acción. Pero la determinación ideológica no reside en aquello que simplemente expresa, sino en lo que oculta o presupone. El concepto de "acción" ha sido un valor en constante alza a lo largo de la historia del capitalismo, y una consigna cada vez que su dinámica inerte ha topado con un límite. La acción es la panacea contra el "aburrimiento". Cuando el director de escena grita "¡acción!", la realidad queda en suspenso y los muertos se levantan de su tumba. Sin "acción", no hay espectáculo que valga la pena. En mitad del tedio y el vacío de la supervivencia cotidiana, la invocación a la acción atrae la mirada tanto como la luz parpadeante del móvil en una habitación a oscuras. Fueron "hombres de acción" los primeros emprendedores del naciente capitalismo, y hoy es la "iniciativa" de los "ejecutivos" y los "creativos" la que sostiene sus cimientos. Así que no resulta extraño que su fuente de valor sea un flujo constante de "acciones". El futurismo nació para convertirse inmediatamente en ideología de la tecnología y exaltación de la guerra. El Do It Yourself, el flujo alternativo de comunicación, deriva fácilmente en territorio de conquista, abre nuevos ámbitos de explotación, produce imágenes de reconocimiento. You Can Do It!, es decir: ¡hazlo! Detrás de la ideología de la acción existe, además de un proyecto de transformación de las condiciones de vida, una ideología de la "productividad" camuflada y un positivismo necio que busca el "éxito" a través de la "competencia".

En un mundo donde la acción es un valor del poder, ¡hay que ser "marchoso"! Más invocada y suscitada cuanto más agotados se encuentran sus principios (hoy más que ayer), la acción que propugna esta ideología es el fundamento del espectáculo. El espectáculo es el "concepto" de la acción. No sólo porque vive esencialmente para representarla (es decir, no sólo porque ella es espectacular), sino porque en ella reside su principio generador espectaculista: la disponibilidad con que el mundo se nos entrega, la obscenidad con que se humilla ante nuestras miradas pudientes, la ilusión de operatividad que nos proporcionan nuestros "medios". El espectáculo no es falso porque cuente mentiras: es la mentira fundamental. Transforma todo movimiento en movida y divide el principio de la acción en mil pequeñas actividades.

¿Qué "hacemos" entonces? No se trata de fomentar el pasivismo y la inacción, ya bastante extendidos. La acción es principio y consecuencia de la condición humana: a través de ella trascendemos nuestras limitaciones y buscamos siempre convertir nuestro desarraigo en autonomía. Es también la acción la que sacraliza los momentos y los fija a la memoria eternizándolos: la experiencia se nutre de la acción. Sin la acción, el tiempo sería una secuencia uniforme del mismo segundo. Cuando dejamos de actuar, envejecemos. De forma que en la acción misma, más incluso que en sus resultados, se encuentra la salvación que se busca en éstos. Lo que aquí denunciamos es precisamente la expropiación de esa acción en el mundo moderno e hiperburocratizado, la destrucción de todos sus puntos de referencia y su conversión en figura. Se trata entonces de volver a plantearse, en un mundo que ha hecho de ella fetiche, cuáles son sus auténticas condiciones de posibilidad, y cómo puede "reactivarse" la acción.

Cuando todo se mueve por inercia, con velocidad uniformemente acelerada, hacia la nada o hacia metas que definitivamente se nos escapan, la acción que se pretende autónoma y propugna la autonomía no consiste en ir más deprisa que ese movimiento, sino acaso en saber detenerse y contemplarlo con ojos desengañados (puede que incluso en poner zancadillas a los que corren demasiado). Puesto que se ha vuelto tan barata, es preciso problematizar la acción y restaurar su valor. Toda acción supone decisión, aplicación de principios y de objetivos, y una y otros se encuentran ausentes cuando la pura acción se convierte doctrina, en criterio y en programa. Tanto da que se la invoque en un spot televisivo o en los voluntariosos reproches de quienes se encuentran cómodos actuando.

Problematizar la acción significa hoy darle sentido y profundidad. En el desarrollo de la capacidad crítica se da también un momento contemplativo sobre el que hoy se pasa pronto de largo: es una acción poco evidente y nada productiva, pues su objetivo no es arrebatar al espectador, ni tampoco entusiasmarlo. Pero sin él, el contenido de la acción no cristaliza ni desprende ningún efecto efectivo. Al igual que el arte ha dejado de tener sentido en una época que lo ha visto realizarse en el mundo estetizado de la mercancía, desplazándose el peso de la producción de sentido del creador al receptor o intérprete (es decir, a la gente común, puesto que el problema no reside hoy en conformar un mundo de imágenes, sino en insuflar de nuevo vida a un mundo convertido en imagen), la producción social de acontecimientos ha de ser hoy constantemente desenmascarada por la crítica de los intereses que en ella se escenifican.

Por otra parte, si el planteamiento de toda acción comporta en sí mismo un componente de dominación que objetiva e instrumentaliza su objeto, habrá que tener presente que toda acción es a un tiempo interacción con un medio natural y humano, y desarrollar esa interacción con el entorno y con los demás agentes de forma constructiva. Habrá que entender esa acción menos como producción de enunciados que como un diálogo en el que saber escuchar (sin resentimiento, sin asentimiento) es tan importante como poder hablar. Habrá que atender a lo negativo, a lo pequeño, a lo cercano: ceñir el alcance de nuestra acción a dimensiones humanas no supone una renuncia, sino el reconocimiento y la aceptación de aquello mismo que defendemos. Es comprender que toda acción que no es directa no es en último término sino representación, y que como tal se proyectan intereses concretos en ella y se suscitan a través de ella ilusiones vanas.

Luchar no es lanzar apuestas inútiles ni brillar en la cima de la revuelta, sino construir desde la base, en contextos liberados de las rutinas capitalistas de producción de valor, valores que podamos compartir y que den profundidad a nuestras acciones. Todo ello supone una percepción completamente diferente de las relaciones. Sólo una comprensión del mundo sobre bases distintas permitiría construirlo sobre bases distintas.

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