por Karen Eliot
El 1 de enero del año 2000 numerosos artistas e intelectuales cesarán su actividad dentro de los marcos institucionales hasta el día 31 de diciembre del año 2001. Será su modo de responder positivamente a una convocatoria de Huelga de Arte que no les afectará sólo a ellos, pues tampoco su actividad se disuelve, no debería hacerlo, en los inocentes receptáculos previstos para la misma. Ni estética ni políticamente podrá el artista eludir la confrontación con un concepto de Huelga que informará a las masas: porque el ensanchamiento del dominio de las artes y su evolución histórica contemplan y sugieren esta posibilidad como culminación de un desarrollo codificado en los libros de texto; y porque como sensor del ahora el artista no podrá cerrar los ojos a la movilización popular que amplía poco a poco sus frentes, cuestionando ya radicalmente el mito de la democracia representativa. Ni política ni estéticamente deberán los consumidores de cultura eludir la construcción de un concepto de Huelga que abolirá el consumo pasivo: porque todo documento de cultura es ahora un documento de cinismo sobrepuesto a la barbarie; y porque sacudir los yugos que define y legitima la Cultura requiere el esfuerzo (un esfuerzo que antaño se exigió como un derecho) de la participación.
El fracaso del proyecto postmoderno en el paradigma del Nuevo Orden pone históricamente de manifiesto cuál es la asignatura pendiente de la cultura occidental. La conversión de toda realidad en simulacro, fruto de la sana abolición de todo centro jerárquico de sentido, marcha a favor del discurso de la representación en que se funda el capital: en la democracia occidental todo súbdito posee una fracción de poder político, pero siguen existiendo especialistas que interpretan y ejecutan los deseos de la gente; en el arte de postvanguardia todo consumidor es una pieza fundamental en la experiencia estética, pero siguen existiendo especialistas que interpretan y formulan las imágenes de un pueblo; en la sociedad capitalista conviven diversas formulaciones de la realidad, pero todas se dejan traducir a dinero, objeto cuya especialización reside en representar todos los demás objetos. Pero ni la representación ha disuelto el dolor y la exclusión que habita en los cuerpos mediante el exorcismo mediático, convirtiéndose de este modo en simulacro de sí misma, ni la eliminación de todo centro de sentido se ha encaminado a otra liberación que la de un sentido abstracto y un espíritu numerizado. Moloch hereda todo el afán que los hombres habrían puesto en la religión o en sus líderes, el terreno queda aplanado, el acabamiento de la realidad convive con su imperfección pues dentro del marasmo contenido todo movimiento se transforma en tendencia..
Durante más de una década las explosiones de rebelión júvenil se dejaban descifrar con media sonrisa como el flujo infantil de una expresividad sin rumbo, un efecto más de la Generación X. Estos movimientos no han dejado de reforzarse, sin embargo, a pesar de la diseminación de sus focos y de la abrumadora exclusión mediática. Nuestra confianza en ellos se funda en el retorno de un fracaso, en la construcción paciente y continuada de principios difusos de autoorganización que han terminado cuajando en una verdadera cultura de la acción, menos preocupada en elaborar normas y programas que en sostener espacios, canales y lenguajes propios y autogestionarios. Este movimiento juvenil de carácter popular que los medios descubren ahora y del que tantas organizaciones pretenden extraer rentabilidad política es el primero en tener constancia de que la lucha social requiere un espacio y un concepto del tiempo propios, de que los conceptos difundidos por el poder se construyen contra la liberación del cuerpo social, al que hay que contener dentro del orden económico. Es también el primero en saber que los conceptos que difunde el mercado son puramente autorreferenciales y no enriquecen su experiencia. Es, por cierto, el primero que no se deja representar por ningún grupo parlamentario ni ningún medio de comunicación. La okupación de espacios y la apropiación de los medios son condiciones sin las que ningún proyecto de liberación puede cuajar desde las circunstancias actuales. Fundamental ha sido el sostenimiento de espacios autoorganizativos donde mantener relaciones interpersonales liberadas de la dinámica abstracta del capital y la rentabilidad política, espacios para el disfrute autónomo y para el debate, así como la elaboración continuada y a veces replicante de pequeñas publicaciones no legitimadas por el sistema, espacios también para el disfrute y el debate autónomo. Claramente la revolución que preconizan no es sintáctica ni semántica, afecta menos a la forma y al contenido que a las condiciones pragmáticas de la comunicación. La elaboración de contextos y la construcción de situaciones ha encontrado en la kasa okupada la miniatura encantada que aspira a encantar el mundo. Si ésta ha sido la clave para que movimientos como el de insumisión se sobrepusieran a su condición utópica para establecerse en la realidad como el fermento de futuras desobediencias, las sucesivas conquistas populares pasan por el mantenimiento de esta actitud.
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