(Acción colectiva)
por José Manuel Rojo
La noche del 21-V-1997 algunos miembros del Grupo Surrealista de Madrid, acompañados por sus amigos de Industrias Mikuerpo, llevaron a cabo una acción poética de contenido político consistente en la impresión, mediante plantillas, y en las paredes del barrio de Malasaña (Madrid) de ciertas frases que bajo una apariencia lírica, humorística o desconcertante, eran susceptibles en mayor o menor grado de provocar un estado de agitación, euforia o exaltación en las personas que, distraídamente o no, las leyeran en la calle. La reflexión teórica que animaba esta acción y otras parecidas ya realizadas con anterioridad (ver "Los Días en Rojo"), es la consideración de la necesidad de sabotear el discurso de la economía que se exhibe impúdicamente negando cualquier otra voz que no sea la suya, o la que aparece dominada por su propia lógica, lo que a veces desactiva ya desde el principio algunas formas de protesta que se anclan en las fórmulas más tradicionales. En cambio, por medio de acciones como la aquí descrita, se intentaría «desacreditar el monolitismo de la realidad manifiesta... se trata, pues, de provocar un punto de fuga en el espíritu del paseante y abrirle así una posibilidad de superación de todo su aparato afectivo...La sistematización de estas acciones supondría una seria amenaza al dominio que el principio de realidad ejerce sobre el principio de placer , causando una severa grieta en el edificio que lo sostiene y por la que el segundo insuflaría un aire nuevo a la liberación de lo sensible». No hace falta insistir sobre su carácter festivo, incluso gratuito. Se entenderá entonces que la acción se desarrollara en una atmósfera de juego que se concretó en una deriva, no prevista en un principio, por el barrio de Malasaña.
En el marco de tal deriva, muy pronto se empezaron a elegir otros soportes distintos a las habituales paredes de las casas. Elección que estaría determinada como no podía ser menos tanto por una reflexión consciente sobre las posibilidades del lugar, como por las secretas solicitaciones que ellos mismos ejercían sobre nosotros y que nos revelaba la inspiración del momento. Así, los cajeros automáticos resultaron ser destinatarios obvios pero eficaces de la frase «El dinero no contiene energía». Unos sacos de arena de una casa en obras, amontonados como el germen de una barricada, reclamaban el lema de «Enseguida es muy tarde». «De la actualidad a la acción» encontró su lugar oracular en una ventana de cristal opaco blanquecino iluminada desde dentro.
Finalmente, otra serie de consideraciones se manifestaron, más tarde y a otro nivel. Una de las frases elegidas era la brechtiana «Queremos vivir siempre como cuando hay huracán»; pues bien, y como pudimos leer al día siguiente (menos Jesús Gª Rodriguez, que escuchó la noticia en el autobús que le devolvía a su casa), las secuelas de un terremoto de baja intensidad que tuvo su epicentro en la provincia de Lugo sacudieron el subsuelo de Madrid a la misma hora de nuestra acción y que, por tanto, esta sentencia se inscribía en las paredes de Madrid. Por otro lado, la calzada de la calle Espíritu Santo desde la Plaza de Juan Pujol hasta la Corredera Alta de San Pablo, fue intervenida disponiendo una sucesión de frases, como un reguero de pólvora, un cable de alta tensión... o una línea de fractura subterránea (además, se pensó en ese momento que hubiera sido una buena idea utilizar pintura fluorescente, lo que remite al fuego y a la lava; y por otro lado, el Espíritu Santo se asocia simbólicamente con las lenguas de fuego). Así mismo, Eugenio Castro pintó su frase «Un dolor de estómago que ríe por su boca» sobre una trampilla de mantenimiento que daba a las conducciones subterráneas de la ciudad. Más aún, el momento concreto de las repercusiones del terremoto (sobre las 12 de la noche) coincidió casi exactamente con la última pintada realizada, en las escaleras de la estación de Metro de Alonso Martinez, bajo la superficie del suelo.
No es nuestra intención extraer de esta coincidencia conclusiones arbitrarias o precipitadas. Menos aún adentrarnos en explicaciones de causa y efecto, o caer en la miseria de las interpretaciones trascendentalistas o religiosas. Solamente nos preguntamos por el valor liberador de estas experiencias. Por un lado, su dimensión intrínsecamente poética permite el acceso directo a la poesía más allá de sus disciplinas tradicionales (arte, literatura); por el otro, ¿serían capaces de restaurar los lazos rotos entre el mundo interior y el exterior, entre el estado de vigilia y el estado de sueño, entre la conciencia y el universo, entre el ser humano y la naturaleza? No es prudente dar una respuesta, en un sentido o en otro. Pero nos arrogamos el derecho de plantear la cuestión.
En el marco de tal deriva, muy pronto se empezaron a elegir otros soportes distintos a las habituales paredes de las casas. Elección que estaría determinada como no podía ser menos tanto por una reflexión consciente sobre las posibilidades del lugar, como por las secretas solicitaciones que ellos mismos ejercían sobre nosotros y que nos revelaba la inspiración del momento. Así, los cajeros automáticos resultaron ser destinatarios obvios pero eficaces de la frase «El dinero no contiene energía». Unos sacos de arena de una casa en obras, amontonados como el germen de una barricada, reclamaban el lema de «Enseguida es muy tarde». «De la actualidad a la acción» encontró su lugar oracular en una ventana de cristal opaco blanquecino iluminada desde dentro.
Finalmente, otra serie de consideraciones se manifestaron, más tarde y a otro nivel. Una de las frases elegidas era la brechtiana «Queremos vivir siempre como cuando hay huracán»; pues bien, y como pudimos leer al día siguiente (menos Jesús Gª Rodriguez, que escuchó la noticia en el autobús que le devolvía a su casa), las secuelas de un terremoto de baja intensidad que tuvo su epicentro en la provincia de Lugo sacudieron el subsuelo de Madrid a la misma hora de nuestra acción y que, por tanto, esta sentencia se inscribía en las paredes de Madrid. Por otro lado, la calzada de la calle Espíritu Santo desde la Plaza de Juan Pujol hasta la Corredera Alta de San Pablo, fue intervenida disponiendo una sucesión de frases, como un reguero de pólvora, un cable de alta tensión... o una línea de fractura subterránea (además, se pensó en ese momento que hubiera sido una buena idea utilizar pintura fluorescente, lo que remite al fuego y a la lava; y por otro lado, el Espíritu Santo se asocia simbólicamente con las lenguas de fuego). Así mismo, Eugenio Castro pintó su frase «Un dolor de estómago que ríe por su boca» sobre una trampilla de mantenimiento que daba a las conducciones subterráneas de la ciudad. Más aún, el momento concreto de las repercusiones del terremoto (sobre las 12 de la noche) coincidió casi exactamente con la última pintada realizada, en las escaleras de la estación de Metro de Alonso Martinez, bajo la superficie del suelo.
No es nuestra intención extraer de esta coincidencia conclusiones arbitrarias o precipitadas. Menos aún adentrarnos en explicaciones de causa y efecto, o caer en la miseria de las interpretaciones trascendentalistas o religiosas. Solamente nos preguntamos por el valor liberador de estas experiencias. Por un lado, su dimensión intrínsecamente poética permite el acceso directo a la poesía más allá de sus disciplinas tradicionales (arte, literatura); por el otro, ¿serían capaces de restaurar los lazos rotos entre el mundo interior y el exterior, entre el estado de vigilia y el estado de sueño, entre la conciencia y el universo, entre el ser humano y la naturaleza? No es prudente dar una respuesta, en un sentido o en otro. Pero nos arrogamos el derecho de plantear la cuestión.
Publicado originalmente en la revista Salamandra 10 (1999).
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