Texto publicado en la revista Maldeojo # 1 (junio 2000).
"Internet va a transformarlo todo”, se escucha decir a los que se dan por avisados, profetas de una revolución en marcha que no precisa sujeto alguno porque nadie tiene la iniciativa y todos vamos a remolque. Hoy no hay que recurrir a ninguna complejidad teórica para desacreditar esta ideología del progreso inmaculado que libera a la humanidad de las servidumbres de la naturaleza y la lanza siempre a la conquista de nuevos ámbitos. Sin embargo, cuando se aplica a las proliferantes redes de información parece que tuviésemos que adoptarla sin crítica, en función de una estructura o de un dinamismo esencialmente buenos de estos medios, fomentadores del conocimiento, la igualdad y la solidaridad planetaria. A una objetividad percibida como insuficiente en relación con los recursos objetivos que pueden movilizarse, no se opone la intervención creadora de los individuos, sino la esperanza de transformación que promete otra objetividad impersonal, otra estructura tan determinante como determinada.
La tediosa propaganda que acompaña a la masificación del uso de los nuevos medios de comunicación no es nueva. Ya ponga el acento en su faceta ilustrada, herramientas que extienden el conocimiento y los valores democráticos de igualdad, libertad y progreso a todos los rincones del planeta, o ya lo haga en su versión rompedora, transgresiva y futurista (¿Hasta dónde quieres llegar hoy?), contiene los mismos valores cuya forma mítica ha servido para sustentar y reforzar las estructuras capitalistas en la ideología moderna, difundidos e impuestos precisamente por esos mismos medios que con tanto éxito han asumido la función sacerdotal en el universo profano del capitalismo. La extraordinaria popularidad alcanzada en poco tiempo por el televisor doméstico, difusor por excelencia de ideología desde mediados del siglo XX tanto en los estados totalitarios como en las democracias capitalistas, fue saludada con los mismos vaticinios y lamentada por el mismo moralismo estrecho que veía en esa nueva forma de socialización el principio de descomposición de los vínculos tradicionales y de los valores basados en la antigua jerarquía. La importancia creciente del televisor en la vida de las personas, convertido hoy en una función naturalizada de las viviendas modernas, en una fuente de noticias tan imprescindible en ellas como el agua corriente, ha seguido sin embargo en lo esencial el proceso que los situacionistas denunciaban en su crítica del espectáculo. Ésta era la crítica de una sociedad que reduce la condición de sus ciudadanos a una masa de espectadores mudos de acontecimientos fragmentarios, esencialmente engañada y manipulada, y en todo caso incapaz de descifrar la verdadera relación que estos medios establecen con el mundo real que ocultan o condicionan y de asumir su propia realidad de “consumidores puros” de mercancías inmateriales. ¿Supone realmente el adviento de las nuevas redes el final de la "era del espectáculo"? ¿Tiene esta propaganda algún fundamento?
Apaga la tele. Se abre el telón
El espectáculo no es la televisión, sino un tipo de relación que emana de ella, que se impone a través de ella anulando cualquier otra relación práctica e inmediata. En este sentido el espectáculo no es la visión siquiera, el conjunto de imágenes que captan nuestra atención por cualquier medio, radio, prensa escrita, conferencia o concierto de rock. No hace falta decir que la televisión tampoco es necesariamente espectáculo. Sin embargo ha supuesto durante décadas su paradigma más obvio, el más comprensible y material. La televisión ya no necesita concentrar a los espectadores en un espacio común donde a pesar de todo podrían encontrarse, sino que se difunde a domicilio, sin que se establezca una clara línea de demarcación que lo distinga de la realidad (la taquilla, las luces apagadas, la prohibición implícita de moverse, de hacer comentarios, de abordar al ser humano que se encuentra a nuestro lado). Éste es el verdadero modelo a partir del cual los situacionistas forjaron la noción de "espectáculo" y de "espectador pasivo", y su primera expresión moderna, llevando al cine análisis que procedían de las vanguardias artísticas y que encontraban en él su confirmación.
La televisión se instala en una fase avanzada del paradigma espectacular que se caracteriza por una mayor difusividad y pregnancia, aspectos ambos capaces de poner en crisis la primera formulación de la teoría del espectáculo conmoviendo las bases axiomáticas del paradigma: la concentración y la unidireccionalidad de la comunicación. La "tele" se filtra en la vida privada, se integra en la familia y dialoga con ella propiciando un tipo de comunicación que no se apoya en lo esencial en una jerarquía superficialmente visible. Permite la dispersión, la atención difusa, se ramifica en múltiples canales entre los que se puede "elegir", y es finalmente una ventana abierta al mundo que extiende la información y denuncia, mostrándolas, las miserias. De ahí que algunos pudiesen ver en ella y en sus periféricos una potencial herramienta de liberación que promovería a largo plazo mayor igualdad, libertad y riqueza de valores, y que acercaría a los seres humanos de todas las regiones del globo. O que se pusiese el acento en la emergencia de una comunicación basada en la imagen, en la dimensión "figural" y su carga poético-intuitiva alternativa a los espolones de la escritura "masculina, blanca, patriarcal y homófoba".
A medida que ha desarrollado y perfeccionado su “embargo dialéctico” de lo real, la televisión ha podido integrar también la participación del espectador de múltiples formas. En realidad, el reflejo que proyecta sobre la realidad desencantada de sí misma no puede dejar de participar él mismo de esa realidad, o no ser nada en absoluto. Pero además los índices de audiencia determinan los contenidos in situ ("contraprogramación"), la publicidad devuelve imágenes aceptables de todos los deseos, la contribución del espectador es requerida con más insistencia cuanto más entra en crisis la imaginación de los programadores ante el desgaste objetivo del medio. Y hasta los actos más extremos de la conciencia radical acaban conformando los ingredientes necesarios de una velada satisfactoria. Un ejemplo asombroso: cuando Telefónica presentó una campaña con un anuncio que duraba todo un minuto, durante el cual la pantalla del televisor permanecía en blanco, estaba llevando al terreno de la publicidad un recurso subversivo con el que Debord quiso expresar de forma práctica la muerte del cine en su película Hurlements en faveur de Sade, y como él buscaba suscitar en los espectadores la misma inquietud haciéndoles tomar conciencia del "tiempo vacío" que su comunicación quiere colmar.
El anuncio fracasó más que nada porque el grado de falsedad de lo que pretendía venderse era aún mayor que la osadía del publicista, pero este género de recuperaciones resultan más que ilustrativas de la magnitud de las apuestas que se ve llevado a asumir el medio televisivo y denuncian por vía negativa su excesivo desgaste. ¿No reside el valor estético de este anuncio en marcar el punto donde estos medios inflexionan, donde empieza hacerse explícito que la tele ha muerto? Primero se apoderó de ella el virus de la publicidad, que era el agente de la economía privada en el cuerpo social del Estado, destinado a disolverse en ella y con ella. Hoy esta publicidad, que excede muchas veces el tiempo de emisión de los espacios "de contenidos" en la televisión pública, y que desde luego los condiciona escandalosamente mientras se acepta con tranquilidad pagar cuotas añadidas al mercado para preservar un medio convertido en necesidad compulsiva, se ve invadida a su vez por cantos de sirena de otros medios más dinámicos: telefonía; servidores de internet, fascículos de iniciación al worldware...
La muerte de la televisión habrá sido por una parte su “realización”, que se expresa en la colonización y el saqueo de la vida cotidiana que la televisión ha venido a representar, hasta el punto no ya de filtrar, sino de sancionar e irradiar a partir de sí misma esta realidad; y sería por tanto una “negación” de la televisión, que se ha vuelto incapaz de generar nuevos valores a partir de esa vida degradada que ella misma determina finalmente. El fenómeno de masas que constituye un programa como Gran Hermano en todos los países donde se ha llevado a cabo esta experiencia de "construcción experimental de una situación", no niega, sino que ilustra a la perfección lo que estamos diciendo. Ni para los concursantes ni para los espectadores que intervienen sobre dicha situación como un panóptico divinizado se presenta aquí el rostro auténtico de la invasión de la intimidad y de la abolición del mundo personal que se practica en nuestra época, sino nuevamente una "representación" de todo ello, una representación que expresa el momento autorreferencial en que todo medio entra en descomposición: no es "verdad televisiva" más que para los ingenuos, sino tele-verité.
Por otra parte, el modelo no se ha extraído del propio desarrollo del medio televisivo, sino que constituye de forma muy precisa su negación a partir de experiencias muy extendidas puestas al público desde hace tiempo en la red de internet (cámaras ocultas, conversión de la propia vida en mercancía sobre la pantalla). Esta negación comporta a su vez dos efectos claros: la pérdida creciente de credibilidad de la televisión y el desplazamiento del delirio utópico hacia otros medios que empiezan a invadirla y a irradiarse a partir de ella. Estos nuevos medios se injertan en el mundo desencantado de la televisión anunciando el reencantamiento del mundo gracias a un nuevo tipo de "comunicación" que no reconoce límites ni separaciones, que es esencialmente "horizontal" y democrática, genera valores accesibles para todo el mundo en un contexto de libertad y de inmediatez difícilmente manipulable y, en definitiva, propiciará una gestión más flexible de los propios asuntos y nuevas posibilidades de intervención en los asuntos mundiales. Are you ready? Es hora, pues, para todas y cada una, de dar el gran salto hacia ese nuevo tipo de humanidad universalista y participativa que se está gestando. La televisión ha muerto.
La información hace “libres”
En las sociedades antiguas y subdesarrolladas, cuya economía se basa en la mera explotación y consumo de los recursos naturales, la red es una herramienta de supervivencia y un arma. Hay un sujeto que la manipula, el que tiende las redes, y un objeto para el que se tienden, aquello que se atrapa o se conquista, la presa. Las sociedades sedentarias ya no tienden las redes, sino que las disponen en forma de cultivos que se alinean en base a un aprovechamiento óptimo del espacio físico domesticado y ceñido a una geometría humana, controlable. Pero este control impone también un cultivo paralelo del propio sujeto en las habilidades que le permitirán tomar posesión de ese espacio en estado salvaje. El grupo gana oportunidades de subsistencia y un mayor confort, pero pierde libertad de circulación y expectativas de realización, ya que surge la especialización. Al mismo tiempo que la red desarrolla posibilidades productivas y no simplemente consuntivas atrapa en la misma medida al sujeto en ella. La cultura es eso: una institucionalización de las relaciones sociales con la consiguiente pérdida de independencia del individuo.
El sistema de producción capitalista comenzó estableciendo redes rígidas de producción a gran escala, cadenas donde las multitudes se olvidaron de vivir convertidas en piezas y engranajes de una máquina que marcaba el ritmo progresivamente acelerado de la producción y el consumo. Pero su vocación última era el establecimiento de redes de contactos tan amplias y densas como fuese posible, mercados que canalizasen la sobreproducción e hiciesen llegar las necesidades allí donde no existían. En la fase desarrollada del capitalismo la red de distribución se impone por su importancia sobre la cadena de producción, que pasa a un segundo plano o se integra finalmente en el propio proceso de distribución al generar ámbitos como la publicidad, especializados en la tensión y el dinamismo de estas redes.
Con el advenimiento de la sociedad de la información se habla de "redes que dan libertad" cuyo destino no sería el de cubrir un espacio por el que transcurre el movimiento para capturar una presa, sino "liberar la información", extender los cultivos. La red de la que hablamos ya no sería un instrumento de combate, sino de puesta en contacto. En ella no hay presa de la que apropiarse a no ser la propia red y sus dinámicas de ampliación. No hay tampoco sujeto: la red se construye gracias a la interacción de los propios usuarios no siendo muchas veces más que esta misma interacción. Dichos usuarios dispondrán por tanto de una creciente libertad de acción y de expresión y grandes posibilidades de participación creadora sobre "la red", hasta el punto de sugerirse el término "interactor" como sustituto del clásico espectador de sus precedentes menos agraciados. Obviamente, la red mantiene un carácter instrumental, se sigue pensando en ella como un "medio", por más que hayan sido anulados los términos de la mediación: la presa, el cazador, el sujeto y sus fines. Estos se definen igualmente a partir de la propia red, que en esta fase de construcción únicamente busca ampliar su horizonte y densificar sus circuitos. En cuanto al espacio que cubren, ha dejado igualmente de existir como localización espacio-temporal, ha quedado reducido a dimensión puramente mental, a concepto. Esto proporciona a los interactores, que son frecuentemente exploradores altamente cualificados del territorio virtual, con capacidad para desviar hacia sus propios fines las rutinas del sistema, el don de la ubicuidad al mismo tiempo que una impunidad casi completa en sus actuaciones sobre la red. Los conceptos sobrevuelan las fronteras, y aunque en teoría se pretende constreñir su circulación según las leyes de cada jurisdicción nacional, en la práctica se aprovechan todas las lagunas y se abren todas las brechas.
Ahora bien, como también le ocurría a la idea de progreso, dicha libertad aparece limitada por barreras económicas que funcionan a diferentes niveles: marcando diferencias en el acceso, por supuesto, pero también en las posibilidades de programación y desarrollo, en las rutas de canalización del sentido, en el control de la "nueva economía", asegurando y promoviendo la galopante liberalización que en términos capitalistas no supone la colectivización de los recursos (libertad de acceso para todos) sino la conversión de lo colectivo en un recurso a explotar por parte de la iniciativa privada. La tendencia económica resultante ha sido la de una imponente concentración de capitales y una polarización aún más grande entre quienes disponen y quienes consumen las redes de información dentro de las fronteras nacionales y especialmente en el plano internacional. En realidad, han caído las fronteras físicas para que se alcen nuevas fronteras virtuales. Los nuevos estados marcan su territorio sobre el lenguaje, el signo fijado a un registro, la marca, la "propiedad intelectual": son las "grandes compañías", estados invisibles basados en leyes comunes y abstractas cuyos intereses convergen. Han pasado algunas décadas desde que Mattelart evidenciase que la libertad burguesa de expresión, por encima o por debajo de sus amables virtudes, es en un contexto capitalista, libertad para quienes disponen de los medios de expresión. En España se abrió un debate público que rozó el escándalo con el asunto de las stock options. Bill Gates se convierte en el hombre más influyente del planeta y en el principal garante de un orden económico que necesita disponer de márgenes crecientes de especulación y que se revela cada vez más vulnerable y dependiente de los valores generados en comunicación. En el inmenso océano donde millones de osados navegantes han emprendido la odisea sin fines de la tecnocultura sigue habiendo pescadores de aguas turbias y tiburones, piratas y náufragos, y por supuesto un plancton tan ufano como imperceptible que alimenta todo tipo de ambiciones.
Puede discutirse el grado de manipulación o de condicionamiento de la opinión que inducen estos medios, pero no puede ponerse en duda que ésta ha sido la tendencia dominante de nuestra época: los medios de comunicación de masas han desarrollado su propia lógica, han impuesto su necesidad Y han desplegado su mayor potencia en estrecha relación con la liberalización del capital. Y si hoy internet puede proclamarse oficialmente "enemigo de los totalitarismos" (según el último informe anual del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos), es porque antes la televisión puso en escena la progresiva anulación de las competencias de los estados en provecho de la mercantilización del ámbito público. Allí no se habla tanto de libertad de los individuos propiciada por los medios a su disposición cuanto de la libertad sin fines de una información que "quiere ser libre". ¿Y no querrá también, con el mismo carácter esencial que "informa" el concepto, reproducirse y dar forma al mundo, invadir la mente y luego la materia sin ningún criterio selectivo, independientemente de su interés o de su "ajuste a los hechos"? Lo que se supone provocador de este slogan no es tanto la afirmación de la libertad sin fines de una información que se recrea en su anárquico albedrío, sino la atribución de voluntad al objeto de una inercia abstracta. Con ello se reconoce sin ambages la autonomía del sistema con respecto a los individuos que lo componen, quienes a pesar de padecer trabas y separaciones de todo tipo disponen siempre del consuelo y la salida de alienarse en la información, libre. Del hecho de que la vida contenga sus propios códigos y proyecte sus procesos en forma de información se extrae la conclusión alienada de que la vida "no es más que" información, y de ahí que la información es vida. Hay que decir más bien lo contrario: "la información debe comprometerse", con los procesos que cifra y con sus intérpretes.
Juegos de lenguaje
En la teoría del espectáculo la comunicación entre los individuos separados es precisamente lo único que puede oponerse a los designios de un sistema que dicta el sentido y el lugar de cada uno en la jerarquía que lo gobierna, pero esta comunicación permanece ahogada por un caudal incontenible de imágenes y signos que impiden que muestre su perfil liberador. La gran tarea de una agrupación de fuerzas de contestación consistía en la formación de espacios públicos en los que esta comunicación pudiese darse de forma directa e incondicionado, mucho más que en la "acción" que siempre se le opone y que en todo caso sí que constituye el contexto necesario en el que esta comunicación puede tener un valor. En esa comunicación se encuentran ya el contenido y los fines de la acción.
En los foros públicos denominados chats muchos usuarios conectan desde su equipo con un ágora virtual que permite la comunicación instantánea en tiempo real desde lugares muy alejados. Junto a los grupos de noticias sobre diferentes temas que permiten la circulación de la información según una temporalidad menos rígida, estos foros de conversación en tiempo real y otros más complejos y abiertos al juego basados en la mismo modelo son el equivalente formal más aproximado del desaparecido espacio público, al reunir teóricamente en su estructura las condiciones de apertura, participación y libertad que permiten un uso democrático de estos espacios. La propia estructura de las redes requiere en efecto la participación del mayor número posible de interactores (a mayor número de usuarios de la red, mayor cantidad y utilidad de sus contenidos, mejores expectativas de realización), de forma que el modelo unidireccional de comunicación que caracterizaba el uso espectacular de los medios en su versión concentrada aparece negado por la propia estructura de la red. El chat únicamente ofrece la posibilidad de encuentro, sin determinar otros contenidos que los que introducen en él los participantes conectados en cada momento. La libertad de estas interacciones es casi total, no tanto en virtud del siempre relativo anonimato cuanto de su increíble profusión y de la falta de inhibiciones. Finalmente, la apertura de estas comunicaciones está asegurada, tanto hacia el exterior por el acceso generalmente libre a las mismas como hacia lo imprevisto de su desarrollo. Si no fuese por su carácter virtual tendríamos que hablar incluso de un grado de realización democrática difícilmente alcanzable en una asamblea física, donde por muy coherentemente que se asuma su funcionamiento no se impedirá que se manifiesten inhibiciones, roces personales, grados diferentes de participación, etc.
Esto es porque han desaparecido precisamente casi todas las resistencias que lo real opone a la fluidez de la comunicación y determinan su parcialidad, su permanente inacabamiento, el roce del signo con el mundo físico, el ruido: "habría que precisar, pero no hay tiempo para ello, y tampoco está uno seguro de que le hayan comprendido. Antes de haber sido capaces de hacer o decir lo que era necesario, estamos ya siempre lejos". Ahora bien, "la realidad de la que hay que partir es la insatisfacción". Cabe preguntarse si esta comunicación que ya no afecta roce alguno con el mundo real sigue siendo comunicación, si puede ser informativo aquello que ya no se opone en modo alguno al ruido. Cuando alguien entra en un foro de Internet Relay Chat (IRC) no hace otra cosa que actualizar (ejecutar), una secuencia en código que el procesador interpreta para conectar nuestra línea telefónica con el foro virtual. A continuación se adjudica a sí mismo una identidad más o menos compuesta que no tiene por qué coincidir con su identidad real y ni siquiera evocar semejante noción de identidad en términos precisos, y un apodo por el que resultará abordable por los demás. Luego dispondrá de cientos, incluso de miles de canales temáticos que equivalen a otras tantas ventanas o universos que generan los propios usuarios, a los que puede accederse "conjurando" el comando oportuno y el concepto guía que abre ese universo; cada uno de esos universos se alinean ante la mirada del usuario en forma de conceptos como las cajones de un archivo. Una vez dentro se tiene la sensación (más viva cuanto más minuciosamente representada mediante imágenes, sonido y todas las incorporaciones multimedia que adornan el vacío de la comunicación) de compartir una charla en una habitación con varios contertulios que se alinean igualmente a un lado de la ventana, pudiendo asimismo ser abordados mediante determinados comandos que abren otras ventanas denominadas "privados", sólo compartidos por quienes mantienen una conversación en un determinado momento. Se puede abrir y estar presente en tantas ventanas como quepan en la pantalla y pueda dar de sí nuestra habilidad con el teclado. Nunca faltan habitaciones en esta inmensa okupa. Las posibilidades de realización comunicativa son igualmente infinitas, se puede jugar a ser lo que no se es, se puede ser varias cosas a la vez, se puede no ser, y si se trata de ser, de intervenir y hacerse presente, podemos llevar a cabo todos los actos que seamos capaces de imaginar, hasta los más sórdidos: podemos vivir todo aquello que podamos decir.
Para la nueva teoría de la información todo aparece disuelto y mezclado en la comunicación realizada: el receptor en el emisor, el canal en el código, el mensaje en el medio... y todo ello conforma un magma indistinto de formas y signos que evolucionan en un mundo aséptico, indoloro y sin resistencias. En la inmersión en los universos virtuales a que se abre la pantalla del ordenador se produce sin renuncia ni violencia el "abandono del cuerpo" buscado patéticamente por el individuo moral, que descubre en la amoralidad sin consecuencias de su interacción a distancia una "idea" de juego, de trabajo y de consumo purificada del trato con la materia. El espacio físico se convierte en un pasadizo entre planos geométricos. El movimiento se produce entre módulos del cerebro que empiezan a distribuirse nuevas funciones en un mundo de universos paralelos, perfectamente incomunicados salvo en los umbrales de las ruinas del antiguo edificio del sujeto. ¿Quedará pronto algo de él? Y sin él, ¿tendrá todavía algún sentido la "comunicación"?
Una primera respuesta es que la vida no es eso, y que los interactores no son, aún, el mundo. El chat es de hecho la realización de la dimensión estética de la literatura, la superación y la supresión del oficio de escribir y del vicio de leer. Ya se trate de juegos de rol, de aficiones compartidas o de simples derivas por callejones conceptuales, la experiencia de escribir y de leerse "on line", transformándonos nosotros mismos en los personajes vivos de una ficción de la que al mismo tiempo somos espectadores, en un encuentro con lo que suponemos al menos que es otra mente humana, aunque no podamos determinar ni su sexo, ni su aspecto ni su verdadera localización geográfica, proporciona un sustituto ventajoso a la solitaria y tantas veces resentida búsqueda de sentido de la cultura libresca. No es en menos medida un marco incomparable de composición y de experimentación de situaciones para quien sepa manejarse en ellas sin ingenuidad tecnológica. La experiencia de su uso puede resultar, sin embargo, decepcionante para quien pueda haberse forjado alguna expectativa, tanto de realización en un plano "intelectual" como de actualización (ejecución) en un plano "real". Una "adicta" al cibersexo explicaba así el fundamento de su adicción: "si la situación no es extrema, no me excito; si lo es, me da miedo", por lo que había encontrado en los mundos virtuales la expresión exacta de su terror y de su aburrimiento. ¿Son todos nuestros deseos tan funestos? ¿Y dejarían de serio sin la huida hacia delante que impone agónicamente la tecnología?
Otra respuesta, más "positiva" sin duda, es que somos los "últimos hombres". Ya no es la literatura de ciencia-ficción ni la teoría radical, sino la genética y la biotecnología quienes nos colocan frente a un momento trascendental en la evolución de la especie humana, posiblemente ante el final de la Edad del Hombre tal y como hoy lo concebimos: conciencia de límite (que se expresa irracionalmente como miedo a la muerte) y ejercicio de la razón vinculado a ella (el esfuerzo por superar esos límites aplicando soluciones creativas en base al conocimiento experimental del mundo).
Los ballesteros del sol siempre han sido centauros: los poetas y los artistas descendían a los infiernos sacando a la luz tesoros podridos. Sus anhelos y sus terrores podían ser profecías. Pero la ciencia-ficción ya no va delante, sino detrás del delirio que desborda la ficción de la "ciencia". Es la falsificación poética de la poesía realizada en una ciencia que ya no busca certezas en el mundo, sino que se ha hecho ella misma experimental en el modo no de capturarlo, sino de reescribirlo a todos los niveles. En su forma idílica este abandono del estadio humano por la realización de sus fines no parece sino la consumación del asalto a la divinidad que dio origen a la razón según todos los mitos: alimentando y atizando siglo tras siglo el vulnerable hilo de fuego arrebatado por Prometeo, sembrando y cultivando generación tras generación la semilla perfeccionada de su pecado, el hombre habría cubierto el ciclo material de su existencia y se habría elevado a la condición de Creador. Habría materializado su salvación hasta el punto de eliminar completamente la historia y sus huellas, detener el tiempo, instaurar la eternidad; habría alcanzado su madurez como especie desprendiéndose del cuerpo y de las pasiones; habría creado a Dios al final del circuito de su ateísmo irredento, volviéndose capaz de regular los ciclos naturales y de crear por sí mismo nuevas especies en una imprevisible deriva de formas. He aquí la auténtica materialización del impulso creador del hombre, la verdadera realización del arte en la vida. Lo que no queda claro es que sea todavía vida aquello que ya no se opondrá a la muerte.
Internet es la guerra
La paradoja de la comunicación consiste en que sólo tiene algo que decir aquel que ha sido expropiado del derecho de decirlo, el que se ve llevado a tomar su derecho a la expresión por su propia cuenta. Esta paradoja ha sido la que ha minado los mecanismos de control mediante censura en la larga fase de empuje y desarrollo de los medios de comunicación de masas, de la que internet va a encargarse de escribir el último epígrafe: la comunicación realizada, la libre circulación de informaciones en un contexto de abolición de toda temporalidad y de toda resistencia, un contexto que hará finalmente la comunicación inútil y por tanto imposible. Donde todo puede decirse nada tiene verdadera importancia, y allí donde el derecho a la libre expresión recibe más atención y cuidados que el propio derecho a la vida, esta vida se da por definitivamente ganada o por definitivamente perdida en el libre juego de la información.
Por supuesto, esta crítica "simplemente ideológica" sólo afecta a los aspectos ideológicos de un fenómeno; no puede alcanzar todavía al propio fenómeno en su naturaleza concreta. Es la crítica de la situación "ideal" que la ideología de estos medios define como propia y de sus contradicciones con el "mundo real", el mundo de la vida. Éste sigue gobernado por el conflicto, conflicto exacerbado por los propios medios de comunicación, cuya estrategia consiste en polarizar las actitudes hasta hacerlas prácticamente incomunicables. Y los "nuevos medios" no tienen más remedio que seguir expresando este conflicto un tono por debajo o por encima de su discurso positivo, de ahí que la información siga teniendo sentido incluso en las transparentes redes, y que la comunicación, cuando efectivamente se realiza, sea allí portadora de una potencia y de un valor desconocidos hasta ahora. Estamos cada vez más lejos de comprender estos medios como otros tantos reflejos del conflicto de intereses que rige la sociedad global, y nos empeñamos en celebrar sus grandes posibilidades para eximirnos de realizarlas y sin tener en cuenta que el dominio extrae de ellos posibilidades aún mayores.
Así como la brecha abierta por el desarrollo tecnológico desencadenado entre la acumulación de recursos y su aplicación liberada al conjunto social constituía para Benjamín la amenaza efectiva de la guerra, la inflación de imágenes que los nuevos medios de reproducción permiten e imponen, no hallando una aplicación verdaderamente política, desemboca en la producción técnica de condicionamiento. Es necesario enfrentar el uso de estos medios como si, en vez de suponer la realización de la utopía comunicacional, inaugurasen un nuevo campo de enfrentamiento donde entran en juego armas de efectos devastadores desde el punto de vista de la estrategia política, a la que se han sustraído sus mejores virtudes. Los éxitos aparentes de esta "revolución a plazos" son sus fracasos fundamentales (la "nueva economía" y la "participación efectiva" de los consumidores en la producción de los recursos de su alienación), y sus fracasos (la creciente inseguridad del "sistema" y la generación de desarrollos irreductibles al mismo y enfrentados a él en todos los planos) son abiertamente sus éxitos hasta el momento, para nosotros y para el futuro.
Así es reconocido implícitamente incluso por los defensores del "libre intercambio de información" cuando reclaman y promueven sensatamente desde posiciones “alternativas” el uso de la encriptación y el blindaje. Necesaria en un contexto donde la información es un poder y donde las luchas de poder distan de haber sido resueltas, la encriptación de los mensajes no deja de suponer sin embargo una contradicción con respecto al principio que reclama la transparencia y afirma la autonomía de la información, y pone de manifiesto las auténticas condiciones en las que el juego se despliega.
Así se manifiesta también en la existencia de la comunidad Linux, la alternativa pujante al monoteísmo informático de Microsoft y la única capaz de articular múltiples formas de resistencia a un sistema que pretende imponerse como única vía de estabilidad y progreso dentro de las múltiples que se podrían explorar. Linux no plantea una oposición política definida, y de ahí que pueda aglutinar una amplia diversidad de planteamientos en un mismo desarrollo, pero la oposición a Microsoft y a toda la estructura económica que representa empieza hoy por Linux. Linux no plantea una oposición en el plano económico, sino que funda un ámbito propio y desarrolla una lógica que desestructura por completo cualquier intento de fijación de los códigos a la razón mercantil (títulos de propiedad, monopolios, publicidad). Sin embargo también tiene sus limitaciones: la comunidad de desarrollo que inaugura toda producción regida por el copyleft (la cesión de los derechos de copyright al usuario con la simple condición de que éste no se los apropie para su uso exclusivo) no constituye un freno definitivo a la mercantilización; y sus contradicciones: la oposición a un sistema que se descompone en la futilidad y la inercia dinamiza en vez de bloquear el medio, hace más significativa cualquier interacción sobre el mismo y retrasa consecuentemente la puesta en evidencia de la anulación de todo sentido que ha sido el horizonte sobre el que se ha desarrollado el sistema espectacular. Linux es hoy la condición necesaria e insuficiente para una utilización crítica de internet.
Y así se pone también de manifiesto en la proliferación diaria de nuevos virus disfrazados con los colores del espectáculo. El último ejemplo que ha trascendido ha sido el del virus mutante del amor, una especie de sida informático cuya estructura sin embargo, según los juicios de los expertos, es sorprendentemente simple y quizá por ello tanto más eficaz. Suele hablarse de estos virus en términos de amenaza, y en la defensa contra los mismos las fuerzas de la conservación integran los pequeños intereses particulares. Sin embargo el daño material que pueden producir en un equipo bien gestionado es mínimo en comparación con el daño que ocasionan al desarrollo de estos sistemas a medio plazo fomentando la desconfianza sobre su capacidad para canalizar con orden y concierto el inmenso negocio que se genera a su alrededor.
No se trata de discutir las ventajas materiales que estas redes comportan, muy relativas cuando son transformadas en nuevas servidumbres que la productividad del sistema impone. Ni se trata tampoco de fomentar discursos tecnofóbicos que pudieran pretenderse exteriores a su objeto, y que efectivamente lo son muchas veces, aunque en virtud de su impotencia y de su desconocimiento. Mucho más interesante que la "crítica de los medios por procedimientos no mediáticos" es la construcción de espacios alternativos que nieguen y desestructuren la lógica de estos medios en un contexto de espectáculo heredado y consumado. Por esta misma razón, estas comunidades deben ser políticas en un sentido profundo y explícito, comunidades de combate con capacidad para desarrollar sus propios recursos y mantener sus propias estructuras de contacto. El modelo desarrollado en España por sindominio.net resulta ejemplar al respecto, constituyendo desde hace tiempo la formulación más apropiada y apropiable de la contestación en internet. Estos usos representan todavía no obstante una proporción mínima en relación con el uso alienado de las redes, y la eficacia de su funcionamiento resulta mitigada cuando tendemos, por incapacidad o desconcierto, a mantener en torno a los mismos actitudes contemplativas. La gestión y el desarrollo de estos recursos exigen un conocimiento avanzado de los mismos y una disposición permanente a actualizarlos y perfeccionarlos, es decir una inversión de tiempo, aprendizaje y esfuerzo que no resulta todavía accesible universalmente.
El desarrollo tecnológico, y actualmente los horizontes que abren las tecnologías informacionales, son fenómenos objetivos cada vez más absorbentes frente a los que no cabe ya sembrar ingenuas barricadas ni replegarse en los viejos modelos e instituciones de difusión de la información y del poder. Se abre repentinamente, cubre y arrasa la vieja trinchera un nuevo espacio de lucha, ni más virtual que la caligrafía ni menos real que el Ministerio de Defensa. Nunca cupo esperar que ningún progreso tecnológico fuese capaz de constituir por sí mismo un progreso social. El verdadero progreso producido por un medio no se hace patente hasta mucho después y con inevitables pérdidas, cuando este medio se naturaliza y pierde su potencia especulativa, cuando llega a hacerse necesidad y olvido.
por Luis Navarro
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"Internet va a transformarlo todo”, se escucha decir a los que se dan por avisados, profetas de una revolución en marcha que no precisa sujeto alguno porque nadie tiene la iniciativa y todos vamos a remolque. Hoy no hay que recurrir a ninguna complejidad teórica para desacreditar esta ideología del progreso inmaculado que libera a la humanidad de las servidumbres de la naturaleza y la lanza siempre a la conquista de nuevos ámbitos. Sin embargo, cuando se aplica a las proliferantes redes de información parece que tuviésemos que adoptarla sin crítica, en función de una estructura o de un dinamismo esencialmente buenos de estos medios, fomentadores del conocimiento, la igualdad y la solidaridad planetaria. A una objetividad percibida como insuficiente en relación con los recursos objetivos que pueden movilizarse, no se opone la intervención creadora de los individuos, sino la esperanza de transformación que promete otra objetividad impersonal, otra estructura tan determinante como determinada.
El espectáculo en la era de internet
La tediosa propaganda que acompaña a la masificación del uso de los nuevos medios de comunicación no es nueva. Ya ponga el acento en su faceta ilustrada, herramientas que extienden el conocimiento y los valores democráticos de igualdad, libertad y progreso a todos los rincones del planeta, o ya lo haga en su versión rompedora, transgresiva y futurista (¿Hasta dónde quieres llegar hoy?), contiene los mismos valores cuya forma mítica ha servido para sustentar y reforzar las estructuras capitalistas en la ideología moderna, difundidos e impuestos precisamente por esos mismos medios que con tanto éxito han asumido la función sacerdotal en el universo profano del capitalismo. La extraordinaria popularidad alcanzada en poco tiempo por el televisor doméstico, difusor por excelencia de ideología desde mediados del siglo XX tanto en los estados totalitarios como en las democracias capitalistas, fue saludada con los mismos vaticinios y lamentada por el mismo moralismo estrecho que veía en esa nueva forma de socialización el principio de descomposición de los vínculos tradicionales y de los valores basados en la antigua jerarquía. La importancia creciente del televisor en la vida de las personas, convertido hoy en una función naturalizada de las viviendas modernas, en una fuente de noticias tan imprescindible en ellas como el agua corriente, ha seguido sin embargo en lo esencial el proceso que los situacionistas denunciaban en su crítica del espectáculo. Ésta era la crítica de una sociedad que reduce la condición de sus ciudadanos a una masa de espectadores mudos de acontecimientos fragmentarios, esencialmente engañada y manipulada, y en todo caso incapaz de descifrar la verdadera relación que estos medios establecen con el mundo real que ocultan o condicionan y de asumir su propia realidad de “consumidores puros” de mercancías inmateriales. ¿Supone realmente el adviento de las nuevas redes el final de la "era del espectáculo"? ¿Tiene esta propaganda algún fundamento?
Apaga la tele. Se abre el telón
El espectáculo no es la televisión, sino un tipo de relación que emana de ella, que se impone a través de ella anulando cualquier otra relación práctica e inmediata. En este sentido el espectáculo no es la visión siquiera, el conjunto de imágenes que captan nuestra atención por cualquier medio, radio, prensa escrita, conferencia o concierto de rock. No hace falta decir que la televisión tampoco es necesariamente espectáculo. Sin embargo ha supuesto durante décadas su paradigma más obvio, el más comprensible y material. La televisión ya no necesita concentrar a los espectadores en un espacio común donde a pesar de todo podrían encontrarse, sino que se difunde a domicilio, sin que se establezca una clara línea de demarcación que lo distinga de la realidad (la taquilla, las luces apagadas, la prohibición implícita de moverse, de hacer comentarios, de abordar al ser humano que se encuentra a nuestro lado). Éste es el verdadero modelo a partir del cual los situacionistas forjaron la noción de "espectáculo" y de "espectador pasivo", y su primera expresión moderna, llevando al cine análisis que procedían de las vanguardias artísticas y que encontraban en él su confirmación.
La televisión se instala en una fase avanzada del paradigma espectacular que se caracteriza por una mayor difusividad y pregnancia, aspectos ambos capaces de poner en crisis la primera formulación de la teoría del espectáculo conmoviendo las bases axiomáticas del paradigma: la concentración y la unidireccionalidad de la comunicación. La "tele" se filtra en la vida privada, se integra en la familia y dialoga con ella propiciando un tipo de comunicación que no se apoya en lo esencial en una jerarquía superficialmente visible. Permite la dispersión, la atención difusa, se ramifica en múltiples canales entre los que se puede "elegir", y es finalmente una ventana abierta al mundo que extiende la información y denuncia, mostrándolas, las miserias. De ahí que algunos pudiesen ver en ella y en sus periféricos una potencial herramienta de liberación que promovería a largo plazo mayor igualdad, libertad y riqueza de valores, y que acercaría a los seres humanos de todas las regiones del globo. O que se pusiese el acento en la emergencia de una comunicación basada en la imagen, en la dimensión "figural" y su carga poético-intuitiva alternativa a los espolones de la escritura "masculina, blanca, patriarcal y homófoba".
A medida que ha desarrollado y perfeccionado su “embargo dialéctico” de lo real, la televisión ha podido integrar también la participación del espectador de múltiples formas. En realidad, el reflejo que proyecta sobre la realidad desencantada de sí misma no puede dejar de participar él mismo de esa realidad, o no ser nada en absoluto. Pero además los índices de audiencia determinan los contenidos in situ ("contraprogramación"), la publicidad devuelve imágenes aceptables de todos los deseos, la contribución del espectador es requerida con más insistencia cuanto más entra en crisis la imaginación de los programadores ante el desgaste objetivo del medio. Y hasta los actos más extremos de la conciencia radical acaban conformando los ingredientes necesarios de una velada satisfactoria. Un ejemplo asombroso: cuando Telefónica presentó una campaña con un anuncio que duraba todo un minuto, durante el cual la pantalla del televisor permanecía en blanco, estaba llevando al terreno de la publicidad un recurso subversivo con el que Debord quiso expresar de forma práctica la muerte del cine en su película Hurlements en faveur de Sade, y como él buscaba suscitar en los espectadores la misma inquietud haciéndoles tomar conciencia del "tiempo vacío" que su comunicación quiere colmar.
El anuncio fracasó más que nada porque el grado de falsedad de lo que pretendía venderse era aún mayor que la osadía del publicista, pero este género de recuperaciones resultan más que ilustrativas de la magnitud de las apuestas que se ve llevado a asumir el medio televisivo y denuncian por vía negativa su excesivo desgaste. ¿No reside el valor estético de este anuncio en marcar el punto donde estos medios inflexionan, donde empieza hacerse explícito que la tele ha muerto? Primero se apoderó de ella el virus de la publicidad, que era el agente de la economía privada en el cuerpo social del Estado, destinado a disolverse en ella y con ella. Hoy esta publicidad, que excede muchas veces el tiempo de emisión de los espacios "de contenidos" en la televisión pública, y que desde luego los condiciona escandalosamente mientras se acepta con tranquilidad pagar cuotas añadidas al mercado para preservar un medio convertido en necesidad compulsiva, se ve invadida a su vez por cantos de sirena de otros medios más dinámicos: telefonía; servidores de internet, fascículos de iniciación al worldware...
La muerte de la televisión habrá sido por una parte su “realización”, que se expresa en la colonización y el saqueo de la vida cotidiana que la televisión ha venido a representar, hasta el punto no ya de filtrar, sino de sancionar e irradiar a partir de sí misma esta realidad; y sería por tanto una “negación” de la televisión, que se ha vuelto incapaz de generar nuevos valores a partir de esa vida degradada que ella misma determina finalmente. El fenómeno de masas que constituye un programa como Gran Hermano en todos los países donde se ha llevado a cabo esta experiencia de "construcción experimental de una situación", no niega, sino que ilustra a la perfección lo que estamos diciendo. Ni para los concursantes ni para los espectadores que intervienen sobre dicha situación como un panóptico divinizado se presenta aquí el rostro auténtico de la invasión de la intimidad y de la abolición del mundo personal que se practica en nuestra época, sino nuevamente una "representación" de todo ello, una representación que expresa el momento autorreferencial en que todo medio entra en descomposición: no es "verdad televisiva" más que para los ingenuos, sino tele-verité.
Por otra parte, el modelo no se ha extraído del propio desarrollo del medio televisivo, sino que constituye de forma muy precisa su negación a partir de experiencias muy extendidas puestas al público desde hace tiempo en la red de internet (cámaras ocultas, conversión de la propia vida en mercancía sobre la pantalla). Esta negación comporta a su vez dos efectos claros: la pérdida creciente de credibilidad de la televisión y el desplazamiento del delirio utópico hacia otros medios que empiezan a invadirla y a irradiarse a partir de ella. Estos nuevos medios se injertan en el mundo desencantado de la televisión anunciando el reencantamiento del mundo gracias a un nuevo tipo de "comunicación" que no reconoce límites ni separaciones, que es esencialmente "horizontal" y democrática, genera valores accesibles para todo el mundo en un contexto de libertad y de inmediatez difícilmente manipulable y, en definitiva, propiciará una gestión más flexible de los propios asuntos y nuevas posibilidades de intervención en los asuntos mundiales. Are you ready? Es hora, pues, para todas y cada una, de dar el gran salto hacia ese nuevo tipo de humanidad universalista y participativa que se está gestando. La televisión ha muerto.
La información hace “libres”
En las sociedades antiguas y subdesarrolladas, cuya economía se basa en la mera explotación y consumo de los recursos naturales, la red es una herramienta de supervivencia y un arma. Hay un sujeto que la manipula, el que tiende las redes, y un objeto para el que se tienden, aquello que se atrapa o se conquista, la presa. Las sociedades sedentarias ya no tienden las redes, sino que las disponen en forma de cultivos que se alinean en base a un aprovechamiento óptimo del espacio físico domesticado y ceñido a una geometría humana, controlable. Pero este control impone también un cultivo paralelo del propio sujeto en las habilidades que le permitirán tomar posesión de ese espacio en estado salvaje. El grupo gana oportunidades de subsistencia y un mayor confort, pero pierde libertad de circulación y expectativas de realización, ya que surge la especialización. Al mismo tiempo que la red desarrolla posibilidades productivas y no simplemente consuntivas atrapa en la misma medida al sujeto en ella. La cultura es eso: una institucionalización de las relaciones sociales con la consiguiente pérdida de independencia del individuo.
El sistema de producción capitalista comenzó estableciendo redes rígidas de producción a gran escala, cadenas donde las multitudes se olvidaron de vivir convertidas en piezas y engranajes de una máquina que marcaba el ritmo progresivamente acelerado de la producción y el consumo. Pero su vocación última era el establecimiento de redes de contactos tan amplias y densas como fuese posible, mercados que canalizasen la sobreproducción e hiciesen llegar las necesidades allí donde no existían. En la fase desarrollada del capitalismo la red de distribución se impone por su importancia sobre la cadena de producción, que pasa a un segundo plano o se integra finalmente en el propio proceso de distribución al generar ámbitos como la publicidad, especializados en la tensión y el dinamismo de estas redes.
Con el advenimiento de la sociedad de la información se habla de "redes que dan libertad" cuyo destino no sería el de cubrir un espacio por el que transcurre el movimiento para capturar una presa, sino "liberar la información", extender los cultivos. La red de la que hablamos ya no sería un instrumento de combate, sino de puesta en contacto. En ella no hay presa de la que apropiarse a no ser la propia red y sus dinámicas de ampliación. No hay tampoco sujeto: la red se construye gracias a la interacción de los propios usuarios no siendo muchas veces más que esta misma interacción. Dichos usuarios dispondrán por tanto de una creciente libertad de acción y de expresión y grandes posibilidades de participación creadora sobre "la red", hasta el punto de sugerirse el término "interactor" como sustituto del clásico espectador de sus precedentes menos agraciados. Obviamente, la red mantiene un carácter instrumental, se sigue pensando en ella como un "medio", por más que hayan sido anulados los términos de la mediación: la presa, el cazador, el sujeto y sus fines. Estos se definen igualmente a partir de la propia red, que en esta fase de construcción únicamente busca ampliar su horizonte y densificar sus circuitos. En cuanto al espacio que cubren, ha dejado igualmente de existir como localización espacio-temporal, ha quedado reducido a dimensión puramente mental, a concepto. Esto proporciona a los interactores, que son frecuentemente exploradores altamente cualificados del territorio virtual, con capacidad para desviar hacia sus propios fines las rutinas del sistema, el don de la ubicuidad al mismo tiempo que una impunidad casi completa en sus actuaciones sobre la red. Los conceptos sobrevuelan las fronteras, y aunque en teoría se pretende constreñir su circulación según las leyes de cada jurisdicción nacional, en la práctica se aprovechan todas las lagunas y se abren todas las brechas.
Ahora bien, como también le ocurría a la idea de progreso, dicha libertad aparece limitada por barreras económicas que funcionan a diferentes niveles: marcando diferencias en el acceso, por supuesto, pero también en las posibilidades de programación y desarrollo, en las rutas de canalización del sentido, en el control de la "nueva economía", asegurando y promoviendo la galopante liberalización que en términos capitalistas no supone la colectivización de los recursos (libertad de acceso para todos) sino la conversión de lo colectivo en un recurso a explotar por parte de la iniciativa privada. La tendencia económica resultante ha sido la de una imponente concentración de capitales y una polarización aún más grande entre quienes disponen y quienes consumen las redes de información dentro de las fronteras nacionales y especialmente en el plano internacional. En realidad, han caído las fronteras físicas para que se alcen nuevas fronteras virtuales. Los nuevos estados marcan su territorio sobre el lenguaje, el signo fijado a un registro, la marca, la "propiedad intelectual": son las "grandes compañías", estados invisibles basados en leyes comunes y abstractas cuyos intereses convergen. Han pasado algunas décadas desde que Mattelart evidenciase que la libertad burguesa de expresión, por encima o por debajo de sus amables virtudes, es en un contexto capitalista, libertad para quienes disponen de los medios de expresión. En España se abrió un debate público que rozó el escándalo con el asunto de las stock options. Bill Gates se convierte en el hombre más influyente del planeta y en el principal garante de un orden económico que necesita disponer de márgenes crecientes de especulación y que se revela cada vez más vulnerable y dependiente de los valores generados en comunicación. En el inmenso océano donde millones de osados navegantes han emprendido la odisea sin fines de la tecnocultura sigue habiendo pescadores de aguas turbias y tiburones, piratas y náufragos, y por supuesto un plancton tan ufano como imperceptible que alimenta todo tipo de ambiciones.
Puede discutirse el grado de manipulación o de condicionamiento de la opinión que inducen estos medios, pero no puede ponerse en duda que ésta ha sido la tendencia dominante de nuestra época: los medios de comunicación de masas han desarrollado su propia lógica, han impuesto su necesidad Y han desplegado su mayor potencia en estrecha relación con la liberalización del capital. Y si hoy internet puede proclamarse oficialmente "enemigo de los totalitarismos" (según el último informe anual del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos), es porque antes la televisión puso en escena la progresiva anulación de las competencias de los estados en provecho de la mercantilización del ámbito público. Allí no se habla tanto de libertad de los individuos propiciada por los medios a su disposición cuanto de la libertad sin fines de una información que "quiere ser libre". ¿Y no querrá también, con el mismo carácter esencial que "informa" el concepto, reproducirse y dar forma al mundo, invadir la mente y luego la materia sin ningún criterio selectivo, independientemente de su interés o de su "ajuste a los hechos"? Lo que se supone provocador de este slogan no es tanto la afirmación de la libertad sin fines de una información que se recrea en su anárquico albedrío, sino la atribución de voluntad al objeto de una inercia abstracta. Con ello se reconoce sin ambages la autonomía del sistema con respecto a los individuos que lo componen, quienes a pesar de padecer trabas y separaciones de todo tipo disponen siempre del consuelo y la salida de alienarse en la información, libre. Del hecho de que la vida contenga sus propios códigos y proyecte sus procesos en forma de información se extrae la conclusión alienada de que la vida "no es más que" información, y de ahí que la información es vida. Hay que decir más bien lo contrario: "la información debe comprometerse", con los procesos que cifra y con sus intérpretes.
Juegos de lenguaje
En la teoría del espectáculo la comunicación entre los individuos separados es precisamente lo único que puede oponerse a los designios de un sistema que dicta el sentido y el lugar de cada uno en la jerarquía que lo gobierna, pero esta comunicación permanece ahogada por un caudal incontenible de imágenes y signos que impiden que muestre su perfil liberador. La gran tarea de una agrupación de fuerzas de contestación consistía en la formación de espacios públicos en los que esta comunicación pudiese darse de forma directa e incondicionado, mucho más que en la "acción" que siempre se le opone y que en todo caso sí que constituye el contexto necesario en el que esta comunicación puede tener un valor. En esa comunicación se encuentran ya el contenido y los fines de la acción.
En los foros públicos denominados chats muchos usuarios conectan desde su equipo con un ágora virtual que permite la comunicación instantánea en tiempo real desde lugares muy alejados. Junto a los grupos de noticias sobre diferentes temas que permiten la circulación de la información según una temporalidad menos rígida, estos foros de conversación en tiempo real y otros más complejos y abiertos al juego basados en la mismo modelo son el equivalente formal más aproximado del desaparecido espacio público, al reunir teóricamente en su estructura las condiciones de apertura, participación y libertad que permiten un uso democrático de estos espacios. La propia estructura de las redes requiere en efecto la participación del mayor número posible de interactores (a mayor número de usuarios de la red, mayor cantidad y utilidad de sus contenidos, mejores expectativas de realización), de forma que el modelo unidireccional de comunicación que caracterizaba el uso espectacular de los medios en su versión concentrada aparece negado por la propia estructura de la red. El chat únicamente ofrece la posibilidad de encuentro, sin determinar otros contenidos que los que introducen en él los participantes conectados en cada momento. La libertad de estas interacciones es casi total, no tanto en virtud del siempre relativo anonimato cuanto de su increíble profusión y de la falta de inhibiciones. Finalmente, la apertura de estas comunicaciones está asegurada, tanto hacia el exterior por el acceso generalmente libre a las mismas como hacia lo imprevisto de su desarrollo. Si no fuese por su carácter virtual tendríamos que hablar incluso de un grado de realización democrática difícilmente alcanzable en una asamblea física, donde por muy coherentemente que se asuma su funcionamiento no se impedirá que se manifiesten inhibiciones, roces personales, grados diferentes de participación, etc.
Esto es porque han desaparecido precisamente casi todas las resistencias que lo real opone a la fluidez de la comunicación y determinan su parcialidad, su permanente inacabamiento, el roce del signo con el mundo físico, el ruido: "habría que precisar, pero no hay tiempo para ello, y tampoco está uno seguro de que le hayan comprendido. Antes de haber sido capaces de hacer o decir lo que era necesario, estamos ya siempre lejos". Ahora bien, "la realidad de la que hay que partir es la insatisfacción". Cabe preguntarse si esta comunicación que ya no afecta roce alguno con el mundo real sigue siendo comunicación, si puede ser informativo aquello que ya no se opone en modo alguno al ruido. Cuando alguien entra en un foro de Internet Relay Chat (IRC) no hace otra cosa que actualizar (ejecutar), una secuencia en código que el procesador interpreta para conectar nuestra línea telefónica con el foro virtual. A continuación se adjudica a sí mismo una identidad más o menos compuesta que no tiene por qué coincidir con su identidad real y ni siquiera evocar semejante noción de identidad en términos precisos, y un apodo por el que resultará abordable por los demás. Luego dispondrá de cientos, incluso de miles de canales temáticos que equivalen a otras tantas ventanas o universos que generan los propios usuarios, a los que puede accederse "conjurando" el comando oportuno y el concepto guía que abre ese universo; cada uno de esos universos se alinean ante la mirada del usuario en forma de conceptos como las cajones de un archivo. Una vez dentro se tiene la sensación (más viva cuanto más minuciosamente representada mediante imágenes, sonido y todas las incorporaciones multimedia que adornan el vacío de la comunicación) de compartir una charla en una habitación con varios contertulios que se alinean igualmente a un lado de la ventana, pudiendo asimismo ser abordados mediante determinados comandos que abren otras ventanas denominadas "privados", sólo compartidos por quienes mantienen una conversación en un determinado momento. Se puede abrir y estar presente en tantas ventanas como quepan en la pantalla y pueda dar de sí nuestra habilidad con el teclado. Nunca faltan habitaciones en esta inmensa okupa. Las posibilidades de realización comunicativa son igualmente infinitas, se puede jugar a ser lo que no se es, se puede ser varias cosas a la vez, se puede no ser, y si se trata de ser, de intervenir y hacerse presente, podemos llevar a cabo todos los actos que seamos capaces de imaginar, hasta los más sórdidos: podemos vivir todo aquello que podamos decir.
Para la nueva teoría de la información todo aparece disuelto y mezclado en la comunicación realizada: el receptor en el emisor, el canal en el código, el mensaje en el medio... y todo ello conforma un magma indistinto de formas y signos que evolucionan en un mundo aséptico, indoloro y sin resistencias. En la inmersión en los universos virtuales a que se abre la pantalla del ordenador se produce sin renuncia ni violencia el "abandono del cuerpo" buscado patéticamente por el individuo moral, que descubre en la amoralidad sin consecuencias de su interacción a distancia una "idea" de juego, de trabajo y de consumo purificada del trato con la materia. El espacio físico se convierte en un pasadizo entre planos geométricos. El movimiento se produce entre módulos del cerebro que empiezan a distribuirse nuevas funciones en un mundo de universos paralelos, perfectamente incomunicados salvo en los umbrales de las ruinas del antiguo edificio del sujeto. ¿Quedará pronto algo de él? Y sin él, ¿tendrá todavía algún sentido la "comunicación"?
Una primera respuesta es que la vida no es eso, y que los interactores no son, aún, el mundo. El chat es de hecho la realización de la dimensión estética de la literatura, la superación y la supresión del oficio de escribir y del vicio de leer. Ya se trate de juegos de rol, de aficiones compartidas o de simples derivas por callejones conceptuales, la experiencia de escribir y de leerse "on line", transformándonos nosotros mismos en los personajes vivos de una ficción de la que al mismo tiempo somos espectadores, en un encuentro con lo que suponemos al menos que es otra mente humana, aunque no podamos determinar ni su sexo, ni su aspecto ni su verdadera localización geográfica, proporciona un sustituto ventajoso a la solitaria y tantas veces resentida búsqueda de sentido de la cultura libresca. No es en menos medida un marco incomparable de composición y de experimentación de situaciones para quien sepa manejarse en ellas sin ingenuidad tecnológica. La experiencia de su uso puede resultar, sin embargo, decepcionante para quien pueda haberse forjado alguna expectativa, tanto de realización en un plano "intelectual" como de actualización (ejecución) en un plano "real". Una "adicta" al cibersexo explicaba así el fundamento de su adicción: "si la situación no es extrema, no me excito; si lo es, me da miedo", por lo que había encontrado en los mundos virtuales la expresión exacta de su terror y de su aburrimiento. ¿Son todos nuestros deseos tan funestos? ¿Y dejarían de serio sin la huida hacia delante que impone agónicamente la tecnología?
Otra respuesta, más "positiva" sin duda, es que somos los "últimos hombres". Ya no es la literatura de ciencia-ficción ni la teoría radical, sino la genética y la biotecnología quienes nos colocan frente a un momento trascendental en la evolución de la especie humana, posiblemente ante el final de la Edad del Hombre tal y como hoy lo concebimos: conciencia de límite (que se expresa irracionalmente como miedo a la muerte) y ejercicio de la razón vinculado a ella (el esfuerzo por superar esos límites aplicando soluciones creativas en base al conocimiento experimental del mundo).
Los ballesteros del sol siempre han sido centauros: los poetas y los artistas descendían a los infiernos sacando a la luz tesoros podridos. Sus anhelos y sus terrores podían ser profecías. Pero la ciencia-ficción ya no va delante, sino detrás del delirio que desborda la ficción de la "ciencia". Es la falsificación poética de la poesía realizada en una ciencia que ya no busca certezas en el mundo, sino que se ha hecho ella misma experimental en el modo no de capturarlo, sino de reescribirlo a todos los niveles. En su forma idílica este abandono del estadio humano por la realización de sus fines no parece sino la consumación del asalto a la divinidad que dio origen a la razón según todos los mitos: alimentando y atizando siglo tras siglo el vulnerable hilo de fuego arrebatado por Prometeo, sembrando y cultivando generación tras generación la semilla perfeccionada de su pecado, el hombre habría cubierto el ciclo material de su existencia y se habría elevado a la condición de Creador. Habría materializado su salvación hasta el punto de eliminar completamente la historia y sus huellas, detener el tiempo, instaurar la eternidad; habría alcanzado su madurez como especie desprendiéndose del cuerpo y de las pasiones; habría creado a Dios al final del circuito de su ateísmo irredento, volviéndose capaz de regular los ciclos naturales y de crear por sí mismo nuevas especies en una imprevisible deriva de formas. He aquí la auténtica materialización del impulso creador del hombre, la verdadera realización del arte en la vida. Lo que no queda claro es que sea todavía vida aquello que ya no se opondrá a la muerte.
Internet es la guerra
La paradoja de la comunicación consiste en que sólo tiene algo que decir aquel que ha sido expropiado del derecho de decirlo, el que se ve llevado a tomar su derecho a la expresión por su propia cuenta. Esta paradoja ha sido la que ha minado los mecanismos de control mediante censura en la larga fase de empuje y desarrollo de los medios de comunicación de masas, de la que internet va a encargarse de escribir el último epígrafe: la comunicación realizada, la libre circulación de informaciones en un contexto de abolición de toda temporalidad y de toda resistencia, un contexto que hará finalmente la comunicación inútil y por tanto imposible. Donde todo puede decirse nada tiene verdadera importancia, y allí donde el derecho a la libre expresión recibe más atención y cuidados que el propio derecho a la vida, esta vida se da por definitivamente ganada o por definitivamente perdida en el libre juego de la información.
Por supuesto, esta crítica "simplemente ideológica" sólo afecta a los aspectos ideológicos de un fenómeno; no puede alcanzar todavía al propio fenómeno en su naturaleza concreta. Es la crítica de la situación "ideal" que la ideología de estos medios define como propia y de sus contradicciones con el "mundo real", el mundo de la vida. Éste sigue gobernado por el conflicto, conflicto exacerbado por los propios medios de comunicación, cuya estrategia consiste en polarizar las actitudes hasta hacerlas prácticamente incomunicables. Y los "nuevos medios" no tienen más remedio que seguir expresando este conflicto un tono por debajo o por encima de su discurso positivo, de ahí que la información siga teniendo sentido incluso en las transparentes redes, y que la comunicación, cuando efectivamente se realiza, sea allí portadora de una potencia y de un valor desconocidos hasta ahora. Estamos cada vez más lejos de comprender estos medios como otros tantos reflejos del conflicto de intereses que rige la sociedad global, y nos empeñamos en celebrar sus grandes posibilidades para eximirnos de realizarlas y sin tener en cuenta que el dominio extrae de ellos posibilidades aún mayores.
Así como la brecha abierta por el desarrollo tecnológico desencadenado entre la acumulación de recursos y su aplicación liberada al conjunto social constituía para Benjamín la amenaza efectiva de la guerra, la inflación de imágenes que los nuevos medios de reproducción permiten e imponen, no hallando una aplicación verdaderamente política, desemboca en la producción técnica de condicionamiento. Es necesario enfrentar el uso de estos medios como si, en vez de suponer la realización de la utopía comunicacional, inaugurasen un nuevo campo de enfrentamiento donde entran en juego armas de efectos devastadores desde el punto de vista de la estrategia política, a la que se han sustraído sus mejores virtudes. Los éxitos aparentes de esta "revolución a plazos" son sus fracasos fundamentales (la "nueva economía" y la "participación efectiva" de los consumidores en la producción de los recursos de su alienación), y sus fracasos (la creciente inseguridad del "sistema" y la generación de desarrollos irreductibles al mismo y enfrentados a él en todos los planos) son abiertamente sus éxitos hasta el momento, para nosotros y para el futuro.
Así es reconocido implícitamente incluso por los defensores del "libre intercambio de información" cuando reclaman y promueven sensatamente desde posiciones “alternativas” el uso de la encriptación y el blindaje. Necesaria en un contexto donde la información es un poder y donde las luchas de poder distan de haber sido resueltas, la encriptación de los mensajes no deja de suponer sin embargo una contradicción con respecto al principio que reclama la transparencia y afirma la autonomía de la información, y pone de manifiesto las auténticas condiciones en las que el juego se despliega.
Así se manifiesta también en la existencia de la comunidad Linux, la alternativa pujante al monoteísmo informático de Microsoft y la única capaz de articular múltiples formas de resistencia a un sistema que pretende imponerse como única vía de estabilidad y progreso dentro de las múltiples que se podrían explorar. Linux no plantea una oposición política definida, y de ahí que pueda aglutinar una amplia diversidad de planteamientos en un mismo desarrollo, pero la oposición a Microsoft y a toda la estructura económica que representa empieza hoy por Linux. Linux no plantea una oposición en el plano económico, sino que funda un ámbito propio y desarrolla una lógica que desestructura por completo cualquier intento de fijación de los códigos a la razón mercantil (títulos de propiedad, monopolios, publicidad). Sin embargo también tiene sus limitaciones: la comunidad de desarrollo que inaugura toda producción regida por el copyleft (la cesión de los derechos de copyright al usuario con la simple condición de que éste no se los apropie para su uso exclusivo) no constituye un freno definitivo a la mercantilización; y sus contradicciones: la oposición a un sistema que se descompone en la futilidad y la inercia dinamiza en vez de bloquear el medio, hace más significativa cualquier interacción sobre el mismo y retrasa consecuentemente la puesta en evidencia de la anulación de todo sentido que ha sido el horizonte sobre el que se ha desarrollado el sistema espectacular. Linux es hoy la condición necesaria e insuficiente para una utilización crítica de internet.
Y así se pone también de manifiesto en la proliferación diaria de nuevos virus disfrazados con los colores del espectáculo. El último ejemplo que ha trascendido ha sido el del virus mutante del amor, una especie de sida informático cuya estructura sin embargo, según los juicios de los expertos, es sorprendentemente simple y quizá por ello tanto más eficaz. Suele hablarse de estos virus en términos de amenaza, y en la defensa contra los mismos las fuerzas de la conservación integran los pequeños intereses particulares. Sin embargo el daño material que pueden producir en un equipo bien gestionado es mínimo en comparación con el daño que ocasionan al desarrollo de estos sistemas a medio plazo fomentando la desconfianza sobre su capacidad para canalizar con orden y concierto el inmenso negocio que se genera a su alrededor.
No se trata de discutir las ventajas materiales que estas redes comportan, muy relativas cuando son transformadas en nuevas servidumbres que la productividad del sistema impone. Ni se trata tampoco de fomentar discursos tecnofóbicos que pudieran pretenderse exteriores a su objeto, y que efectivamente lo son muchas veces, aunque en virtud de su impotencia y de su desconocimiento. Mucho más interesante que la "crítica de los medios por procedimientos no mediáticos" es la construcción de espacios alternativos que nieguen y desestructuren la lógica de estos medios en un contexto de espectáculo heredado y consumado. Por esta misma razón, estas comunidades deben ser políticas en un sentido profundo y explícito, comunidades de combate con capacidad para desarrollar sus propios recursos y mantener sus propias estructuras de contacto. El modelo desarrollado en España por sindominio.net resulta ejemplar al respecto, constituyendo desde hace tiempo la formulación más apropiada y apropiable de la contestación en internet. Estos usos representan todavía no obstante una proporción mínima en relación con el uso alienado de las redes, y la eficacia de su funcionamiento resulta mitigada cuando tendemos, por incapacidad o desconcierto, a mantener en torno a los mismos actitudes contemplativas. La gestión y el desarrollo de estos recursos exigen un conocimiento avanzado de los mismos y una disposición permanente a actualizarlos y perfeccionarlos, es decir una inversión de tiempo, aprendizaje y esfuerzo que no resulta todavía accesible universalmente.
El desarrollo tecnológico, y actualmente los horizontes que abren las tecnologías informacionales, son fenómenos objetivos cada vez más absorbentes frente a los que no cabe ya sembrar ingenuas barricadas ni replegarse en los viejos modelos e instituciones de difusión de la información y del poder. Se abre repentinamente, cubre y arrasa la vieja trinchera un nuevo espacio de lucha, ni más virtual que la caligrafía ni menos real que el Ministerio de Defensa. Nunca cupo esperar que ningún progreso tecnológico fuese capaz de constituir por sí mismo un progreso social. El verdadero progreso producido por un medio no se hace patente hasta mucho después y con inevitables pérdidas, cuando este medio se naturaliza y pierde su potencia especulativa, cuando llega a hacerse necesidad y olvido.
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