La efímera existencia de Maldeojo como "colectivo de crítica y acción social" se debió en gran medida a que no se trataba realmente de un colectivo constituido sobre bases previamente establecidas, sino de un "círculo" de discusión sobre temas comunes que aspiraba a relanzar la teoría crítica basándose en una relectura y actualización del legado de los situacionistas. El grupo tomó cuerpo durante unas jornadas de lectura y discusión de La sociedad del espectáculo de Debord promovidas por varios fanzines madrileños en la Fundación Aurora Intermitente en 1999. Durante el año 2000 editaron dos números de la revista Maldeojo. Cuadernos de crítica y acción social orientados hacia la crítica de la dominación tecnológica en clave espectacular y bastante influídos por corrientes críticas francesas en la órbita de la Encyclopédie des Nuisances. El siguiente texto se publió en la revista Zehar 47-48, monográfico “Pensar la edición” (Gipuzkoa, Arteleku, 2002).
por Maldeojo
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Hoy puede editar cualquiera; basta pulsar Archivo/Editar. Los contenidos vivos se conforman y se materializan al mismo tiempo que emergen. El material en bruto discurre sin ocultar sus taras, bellas como la verdad. La necesidad de expresar y el tener algo que decir hallan fácilmente los recursos idóneos. Se ha hecho difícil aislar la 'acción" del "documento" que la acompaña y con el que, cada vez más, se confunde. La edición como actividad separada ha perdido el poder de dinamizar las ideas y, acostumbrada a ejercer a título póstumo, no le queda más que registrar la larga serie de cadáveres sobre la que se erige nuestra civilización.
En los noventa nos sumamos con entusiasmo a la tendencia utópica que trataba de enfrentar los modos de producción cultural dominantes, atacando el doble frente de la concentración mediática y de la lógica mercantil mediante una acción que contribuyese a reconducir el nuevo escenario hacia fines diferentes de los que instruyen las lógicas del poder y el dinero. Ello suponía no simplemente una subversión en el plano de los contenidos, ni ya en el curso autónomo y artísticamente sobreexplotado de la transformación de los códigos (en los ámbitos semántico y sintáctico de la cultura establecida, por decirlo en los términos respectivos que rigen las dos modalidades en que se expresa la cultura espectacular, concentrada y difusa), sino que había de ser una intervención abiertamente pragmática, centrada en los modos concretos de producción y de transmisión simbólica, vinculada a un proceso de crítica y transformación social más amplio, y más preocupada por sus efectos que por ser original o "acabada".
Durante años transitamos el terreno pantanoso de la "edición salvaje" (fotocopias, fanzines, libelos, pintadas), que atravesaba un nuevo período feliz con el retorno de un gobierno culturalmente conservador. Se trataba de recuperar formas de expresión que habían mostrado su eficacia en épocas no tan mediatizadas, pero que se habían configurado al tiempo que lo hacía la actual sociedad. Este tipo de experiencias suplían la carencia objetiva de medios actuando según la lógica del "capital simbólico", inversa a la acumulación material, eludiendo las cortapisas que el sistema imponía a la libre difusión de las ideas (derechos de propiedad, registros de control, corrección política, fetichismo artístico), aprovechando los efectos de disonancia significativa y exacerbando las contradicciones del sistema. No pretendían producir un efecto modélico sobre la sociedad ni sobre la comunidad de artistas, sino transmitir por contagio una percepción del mundo, y una forma de actuarlo, susceptibles de ser adoptadas por cualquiera que no afectase presunciones literarias. Dada la escasez de medios con que obraban, que hay que entender no como un condicionamiento transitorio de su actividad, sino como condición de lo excluido frente a la provocación persistente del poder, la eficacia de estas iniciativas no necesita ser justificada. La necesidad, hecha virtud, se hizo también "estilo", y este estilo se impuso también allí donde no suponía sino una marca más de distinción.
La "conquista" de internet fue emprendida con este mismo ánimo y similar propósito. La red parecía realizar, en un sentido verdaderamente pragmático, nuestro ideal de comunicación inmediata y de presencia horizontal en el sistema de reflejos y proyecciones que conforma la cultura. No nos planteamos esta presencia en los términos celebratorios y acríticos que parecía exigir la publicidad del medio sino que, sin perderlo de vista como tal, lo concebimos como un nuevo campo de batalla, ni más ni menos privilegiado que otros e igualmente tomado por los poderes a los que nos enfrentamos. Cuando es la propia red el sujeto de nuestras reflexiones, procuramos adoptar hacia ella la misma actitud crítica que hacia el resto de las tecnologías que abruman at ser humano, sin que esta crítica comporte abandono ni regresión.
Pese a ello, y aunque nunca hemos desarrollado un proyecto específico para la red, hoy podemos valorar positivamente su papel, tanto en la difusión de nuestras propuestas como en la configuración de un ámbito (confuso) de resistencia civil. Papel que, en el momento en que la fase utópica de su desarrollo empieza a quedar atrás, ha quedado no obstante muy lejos de lo prometido. El mundo se ha hecho más desigual, opresivo y violento desde que la red existe. Su uso como medio de evasión y promoción del capital ha quedado muy por encima del uso consciente y crítico. Y aunque no se pueden reprochar a la propia red tales efectos, la confusión no es menor, ni lo obvio más evidente. No es éste el lugar para enumerar los factores que han impedido un desarrollo pleno del potencial de este medio; basta constatar que están ligados a su inserción en un sistema económico insostenible frente al que las redes no aportan ninguna respuesta, y que este despliegue de posibilidades no se dará sin una transformación en otro plano.
La situación es hoy menos abierta y la percepción del medio menos ingenua. Nuestras perspectivas se han hecho también más humildes. El ideólogo de la "resistencia electrónica” Hakim Bey ha cambiado su discurso de “golpea y corre" por el de la necesidad de forjar estructuras con ánimo de permanencia. Pero nosotros apostamos por estructuras que no sean deudoras, material ni formalmente, de ninguna expresión del poder político o mercantil, donde conservar la ilusión y la posibilidad de un pensamiento libre y de hábitos de consumo no condicionados.
En los noventa nos sumamos con entusiasmo a la tendencia utópica que trataba de enfrentar los modos de producción cultural dominantes, atacando el doble frente de la concentración mediática y de la lógica mercantil mediante una acción que contribuyese a reconducir el nuevo escenario hacia fines diferentes de los que instruyen las lógicas del poder y el dinero. Ello suponía no simplemente una subversión en el plano de los contenidos, ni ya en el curso autónomo y artísticamente sobreexplotado de la transformación de los códigos (en los ámbitos semántico y sintáctico de la cultura establecida, por decirlo en los términos respectivos que rigen las dos modalidades en que se expresa la cultura espectacular, concentrada y difusa), sino que había de ser una intervención abiertamente pragmática, centrada en los modos concretos de producción y de transmisión simbólica, vinculada a un proceso de crítica y transformación social más amplio, y más preocupada por sus efectos que por ser original o "acabada".
Durante años transitamos el terreno pantanoso de la "edición salvaje" (fotocopias, fanzines, libelos, pintadas), que atravesaba un nuevo período feliz con el retorno de un gobierno culturalmente conservador. Se trataba de recuperar formas de expresión que habían mostrado su eficacia en épocas no tan mediatizadas, pero que se habían configurado al tiempo que lo hacía la actual sociedad. Este tipo de experiencias suplían la carencia objetiva de medios actuando según la lógica del "capital simbólico", inversa a la acumulación material, eludiendo las cortapisas que el sistema imponía a la libre difusión de las ideas (derechos de propiedad, registros de control, corrección política, fetichismo artístico), aprovechando los efectos de disonancia significativa y exacerbando las contradicciones del sistema. No pretendían producir un efecto modélico sobre la sociedad ni sobre la comunidad de artistas, sino transmitir por contagio una percepción del mundo, y una forma de actuarlo, susceptibles de ser adoptadas por cualquiera que no afectase presunciones literarias. Dada la escasez de medios con que obraban, que hay que entender no como un condicionamiento transitorio de su actividad, sino como condición de lo excluido frente a la provocación persistente del poder, la eficacia de estas iniciativas no necesita ser justificada. La necesidad, hecha virtud, se hizo también "estilo", y este estilo se impuso también allí donde no suponía sino una marca más de distinción.
La "conquista" de internet fue emprendida con este mismo ánimo y similar propósito. La red parecía realizar, en un sentido verdaderamente pragmático, nuestro ideal de comunicación inmediata y de presencia horizontal en el sistema de reflejos y proyecciones que conforma la cultura. No nos planteamos esta presencia en los términos celebratorios y acríticos que parecía exigir la publicidad del medio sino que, sin perderlo de vista como tal, lo concebimos como un nuevo campo de batalla, ni más ni menos privilegiado que otros e igualmente tomado por los poderes a los que nos enfrentamos. Cuando es la propia red el sujeto de nuestras reflexiones, procuramos adoptar hacia ella la misma actitud crítica que hacia el resto de las tecnologías que abruman at ser humano, sin que esta crítica comporte abandono ni regresión.
Pese a ello, y aunque nunca hemos desarrollado un proyecto específico para la red, hoy podemos valorar positivamente su papel, tanto en la difusión de nuestras propuestas como en la configuración de un ámbito (confuso) de resistencia civil. Papel que, en el momento en que la fase utópica de su desarrollo empieza a quedar atrás, ha quedado no obstante muy lejos de lo prometido. El mundo se ha hecho más desigual, opresivo y violento desde que la red existe. Su uso como medio de evasión y promoción del capital ha quedado muy por encima del uso consciente y crítico. Y aunque no se pueden reprochar a la propia red tales efectos, la confusión no es menor, ni lo obvio más evidente. No es éste el lugar para enumerar los factores que han impedido un desarrollo pleno del potencial de este medio; basta constatar que están ligados a su inserción en un sistema económico insostenible frente al que las redes no aportan ninguna respuesta, y que este despliegue de posibilidades no se dará sin una transformación en otro plano.
La situación es hoy menos abierta y la percepción del medio menos ingenua. Nuestras perspectivas se han hecho también más humildes. El ideólogo de la "resistencia electrónica” Hakim Bey ha cambiado su discurso de “golpea y corre" por el de la necesidad de forjar estructuras con ánimo de permanencia. Pero nosotros apostamos por estructuras que no sean deudoras, material ni formalmente, de ninguna expresión del poder político o mercantil, donde conservar la ilusión y la posibilidad de un pensamiento libre y de hábitos de consumo no condicionados.
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