jueves, 3 de marzo de 2011

Sus medios y nuestros fines


A la forma de los nuevos medios de producción, en el comienzo dominada aún por la de los antiguos, corresponden en la consciencia colectiva imágenes en las que lo nuevo se interpenetra con lo viejo. (Walter Benjamin)

El aspecto que mejor define este movimiento es que, partiendo de formas de producción vinculadas a un uso “artesanal” o doméstico de las nuevas tecnologías, sobre una base muy sólida y elaborada por experiencias previas, pudo prefigurar, o al menos sintomatizar de forma coherente, el cambio radical que se estaba fraguando con la irrupción de las redes telemáticas globales, la proliferación de los mundos virtuales y la politización de todos los ámbitos de la experiencia. Sus resultados, que pueden sonar arcaicos cuando se les interroga desde el presente, estaban en el ojo del huracán y eran analizados y vigilados de cerca por los organismos institucionales, que trataban de agenciárselos. Veían que esa marejada disforme, que empezaba a inundar los circuitos de la información y a cegar sus fuentes, era el laboratorio de los nuevos conflictos al tiempo que la última esperanza abierta para el espectáculo en fase de liquidación.

Aunque estas tecnologías ya se habían experimentado de forma restringida, a mediados de los noventa se produce una verdadera conmoción con el acceso “parcialmente generalizado” a ellas, es decir con su aplicación al ámbito doméstico y la intercomunicación. Para muchos de los proyectos que funcionaban en nuestra órbita, el “salto a la red” supuso un reciclaje brutal, un replanteamiento absoluto de sus herramientas y la posibilidad inédita de competir, prácticamente en igualdad de condiciones (al menos en un primer momento), con los grandes medios en la producción de valores. Las redes globales constituían entonces un nuevo wide wild west para un mundo sin norte, un espacio virgen a disposición de colonos desalmados, frikis deshauciados y refugiados políticos. Su asalto todavía factible era una tarea ineludible de cualquier ciclo de liberación, siempre y cuando en el asalto no fuésemos nosotros también entrampados, virtualizados, politizados.

Nuestra entrada en la red nos parece más bien dictada por el desarrollo de los acontecimientos que por una decisión personal o de grupo. Quien quiera influir hoy sobre los mecanismos que condicionan nuestra realidad cultural o simplemente esté preocupado por la deriva humana tendrá que integrar en su trabajo las tecnologías, especialmente de la comunicación, no sólo para trabajar con ellas, sino también sobre ellas. (Mikuerpo entrevistado por Sergi Bueno, En l@ Red # 3, noviembre 1997).

A la luz del discurso que acompañaba a la eclosión de las redes, la nueva fuente de especulación descubierta por los financieros realizaba por sí misma todos nuestros sueños libertarios e invitaba a la participación universal en la construcción de la utopía futura. El capitalismo nos adelantaba por la izquierda, dándonos voz al tiempo que nos quitaba las razones. En la nueva realidad hecha posible por los artefactos tecnológicos todo era tan horizontal como transversal, difuso al tiempo que definido, automáticamente creativo: un baño de color y complementos multimedia había democratizado el espectáculo y nadie tendría ya derecho a ser gris en ese inmenso parque temático de los sueños colectivos. No se temía anunciar un gran salto evolutivo para la especie. Y no sería preciso realizar ningún esfuerzo, tomar ninguna conciencia; la revolución vendría hecha, poco hecha o al punto. 
 
Existía también el negativo de este discurso, la fobia que provoca cualquier filia y que resulta tan necesaria a la hora de multiplicar la propaganda. Estábamos mecanizando la comunicación, renunciando al calor del encuentro físico. Nos aislábamos de nuestra realidad inmediata para sumirnos en la palabrería virtual de los iniciados. La reflexión y la sensibilidad estaban siendo anuladas por el requerimiento constante de interacción comunicativa, la mirada fija en la pantalla siempre encendida. La cibernética acabaría pronto con la poesía, la crítica, con el amor y con el sexo en vivo. Paradójicamente, internet daba visibilidad también a sensibilidades que poca razón tendrían sin ella: primitivistas, neoluditas, humanistas románticos y hasta situacionistas críticos con los usos espectaculares encontraban también en la red su razón de ser, y no fueron los últimos en crear su propia “escena” reconocible y frecuentable en ella.
 
Mikuerpo evitaba posicionarse en este artificial y previsible debate, pero no eludía plantear una crítica de los nuevos medios desde su posición pragmática, centrada en los usos tecnológicos más que en la técnica misma, pero también dirigida contra la ideología tecnocrática que se difundía sobre todo a través de la publicidad, encontrando rápido acomodo en un discurso académico carente aún de referentes y de una experiencia profunda de estos medios. La red era un nuevo espacio de acción que se insertaba de lleno en lo que había sido nuestra preocupación desde el origen del proyecto: la difusividad de la cultura, la posibilidad de intervenir desde fuera en el discurso oficial mediante la crítica, el desvío y la contrainformación. Nos tocaba explorar esa posibilidad, experimentar desde dentro la deriva de los tiempos, tomarla al asalto o perecer en ella. Pero no compartíamos la exaltación que desde la publicidad, la propaganda oficial, el discurso académico y hasta ciertos medios alternativos y movimientos sociales se saludaba la Gran Transformación con argumentos manidos, expectativas huecas y mucha desorientación. Había algo artificial y gastado en todo esa verbo, que tenía más que ver con el modo en que nuestra época soñaba el futuro que con el verdadero potencial y los límites de las nuevas tecnologías, que sólo serían visibles cuando se normalizase su uso.
 
El siguiente bloque de textos, elementos sobre el terreno para una crítica de las tecnologías de la comunicación en red a medio realizar, plantea algunas desconfianzas y desenmascara algunos mitos que acompañaron a la eclosión de las redes. El primero de ellos es una revisión del seminario “Literatura y Multimedia”, llevado a cabo en la UCLM de Cuenca en verano 1996. Fue la primera experiencia académica dedicada a reflexionar sobre el nuevo fenómeno en relación con el viejo orden de conocimiento, y como tal puso de manifiesto la falta de ajuste existente entre ambos términos, aspecto que quisimos mostrar no sólo a través del contenido de la crítica de conceptos focales como “multimedia”, “hipertexto” e “interactividad”, sino también irónicamente, integrando en la edición diversos errores de software producidos por la transcripción mecánica del texto durante su procesado. Se trata de un texto producido en un momento en que el fenómeno apenas acababa de emerger y no integra desarrollos como la construcción de redes sociales o la burbuja tecnológica financiera, por lo que hemos querido completar la edición con un texto elaborado más tarde con el colectivo Maldeojo, uno de los proyectos en los que Mikuerpo disolvió sus estructuras, que pretende una actualización más completa de la crítica de la sociedad del espectáculo en la era de internet.

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