domingo, 17 de octubre de 2010

"...el rostro vuelto hacia el pasado..."

Experiencia y memoria en la definición de las nuevas prácticas antagonistas

Editorial de la revista Maldeojo # 1 (junio 2000).

por Maldeojo

* * *
"Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspec­to del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos mani­fiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irre­mediablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas cre­cen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso". [Walter Benjamín, Tesis de filosofía de la historia]


La tesis de filosofía de la historia más conocida de Walter Benjamin mantiene intacto el mérito de iluminar nuestro presente. Puede ser incluso que lo haga ahora con más fuer­za que hace unos años, puesto que el movimiento de devas­tación de la profundidad histórica no ha hecho más que ampliarse. En efecto, a final de los años cincuenta los situa­cionistas podían todavía considerarse como "partidarios del olvido" y afirmar que todo aquello que tiende a permanecer colabora con la policía. Para ellos se trataba entonces de reinventar el proyecto revolucionario de una sociedad sin clases prácticamente desde cero (sólo debían salvarse las formas democráticas de organización del viejo movimiento obrero, como los consejos obreros, la "parte no vencida de un proyecto vencido"). En un contexto al menos igual de lúgubre que el nuestro, los situacionistas decidieron trans­formar radicalmente las formas de entender y hacer política. Los primeros números de su revista, editados ahora juntos por primera vez, atestiguan esa voluntad de acabar con el peso muerto del pasado para conferir todos sus derechos a la experimentación, la imaginación y los discursos utópicos. El proceso de maduración situacionista de la teoría revolucio­naria fue a la vez dinámico y coherente. La experimentación no se reducía, pues, a una mera yuxtaposición de ensayos caprichosos vividos en una irresponsabilidad galopante que permitía no dar cuentas de sus resultados, sino que respon­día más bien a la descripción que hacía Rimbaud del deve­nir vidente del poeta: "... por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos". Las experimentaciones situacionistas se inscribían, por tanto, en un marco general que determinaba finalmente su pertinencia. Por eso se puede decir correctamente que los situacionistas tenían un proyec­to. Como bien se explica en el prólogo a los primeros núme­ros de la I.S., las experimentaciones no quedaban simple­mente abandonadas cuando su resultado no era satisfactorio, sino que sus contenidos se actualizaban en formas superio­res. La fraseología hegeliana servía perfectamente para explicar este proceso unitario por el cual los deseos y exi­gencias que animaban las iniciativas (deriva, psicogeografia, etc.) se consevaban... suprimiéndose. También los situacio­nistas agotaron todos los venenos para no guardar de ellos sino las quintaesencias.

¿A qué venían esas investigaciones extravagantes tales como el desvío, la deriva o la psicogeografía? ¿Cuál era el contenido que podían aportar a una práctica política que pretendía la transformación histórica de la totalidad de lo instituido? Los situacionistas consideraban con bastante verosimilitud que sus tesis no eran más que la prolongación teórica de todos los gestos humanos que rechazaban que un día cualquiera fuese sólo 24 horas echadas a perder. "Nuestras ideas están en todas las cabezas", decían siempre, señalándose a sí mismos como la única formulación pública a la altura de las tendencias subterráneas que minaban los cimientos del Viejo Mundo, y solucionando quizá de forma demasiado apresurada su relación con "el movimiento real que suprime las condiciones existentes". Pero todo el proce­so de experimentación de la "primera I.S." no tenía más pro­pósito que el de bucear en la ciudad, los modos de vida, los comportamientos, el lenguaje, etc., para encontrar ahí dese­os colectivos que pudiesen desviarse hacia fines revolucio­narios, aspiraciones comunes susceptibles de ser cargadas con contenidos subversivos. "La fórmula para subvertir el mundo no la encontramos en los libros, sino errando". El hecho de que París amaneciese en mayo de 1968 entera­mente tatuada de consignas aparecidas con anterioridad en escritos situacionistas confirma que su experimentación durante los primeros años no fue en vano. La I.S. "política" no se entiende (de ninguna forma) sin la I.S. "artística" (empleando las comillas para resaltar el carácter, puramente referencias de la palabras, que no designan aquí ningún tipo de esencias-sustancias). Como decían hace poco dos anti­guos situacionistas, "fue la cuestión "artística", para decirlo crudamente -la presión continuada sobre la cuestión de las formas representacionales en política y vida cotidiana, y la negativa a cancelar la cuestión abierta entre representación y apropiación- la que hizo que su política fuese un arma mor­tal en algún momento".

Ciertamente, el proceso político de la I.S. es un modelo equívoco si se asume desde la contemplación ahis­tórica: el estado de "magnífico aislamiento" en el que entra­ron en determinado momento los situacionistas respecto a los demás grupos de la izquierda libertaria (más allá de todos los residuos leninistas, maoístas o trotskistas) encontró su redención en Mayo 68. Los situacionistas pudieron decir entonces que ellos representaron siempre la conciencia de las aspiraciones más radicales que atravesaban la sociedad en los años 60; y justificar así su rechazo tajante de los gru­pos libertarios a los que acusaban de "reformismo", "eclec­ticismo" o "incoherencia" (como hicieron, por ejemplo, con el movimiento 22 de marzo de Cohn-Bendit). "¿Véis como no estábamos equivocados al rechazaros?", pudieron decir los situacionistas a los demás grupúsculos en cualquier barricada del Barrio Latino, "vosotros sólo frenábais el movimiento con vuestras pacaterías. Aunque nosotros fué­semos infinitamente menos importantes cuantitativamente, aunque sólo fuésemos cinco o seis, hemos encarnado duran­te todo este tiempo lo cualitativo. En nuestro relativo aisla­miento, y gracias a él, la fuerza de lo cualitativo se ha man­tenido intacta". El objetivo de estas notas no es cuestionar la práctica de la I.S. ni nada parecido (aunque los que se limi­tan a repetir sus conclusiones treinta años más tarde aho­rrándose tranquilamente todo el trabajo que conduce a ellas nos animen cada vez más a hacerlo). Se trata más bien de plantear algunos problemas con la excusa de la I.S. Partiendo de la necesidad urgente de debate crítico sentida hoy ampliamente en el medio radical, y del énfasis en la apertura de nuevos espacios públicos donde el diálogo sobre "las verdades que conciernen a quienes están ahí pueda librarse de forma duradera de la apabullante presencia del discurso mediático", se impone la tarea de inventar respues­tas a las cuestiones que debe afrontar cualquier agrupación política seria: ¿cuáles son los deseos colectivos que hoy día, cuando la vida entera ha sido sometida al capital y sus imá­genes, se pueden llenar de sentido emancipatorio? ¿cómo descubrirlos o sobre qué nos podemos apoyar para crearlos en el caso de que hayan desaparecido? ¿y cómo hacerlo sin separarnos (hacia arriba como los iluminados o hacia a un lado esperando otro 68) de los ritmos autónomos que tiene la gente para ir adquiriendo lucidez sobre su vida y el mundo?

Ahora bien, hay que señalar otra tendencia impor­tante. Los situacionistas se encontraron operando en un terreno medianamente estable que pretendían disolver para construir otro. Nosotros, por el contrario, nos encontramos en un terreno que se evapora bajo nuestros pies "con la sor­prendente velocidad de las catástrofes" y sin duda no en el sentido que queremos. Por si fuera poco, nosotros también nos disolvemos con ese terreno: nuestra memoria, nuestras ciudades, nuestras capacidades, etc. La inestabilidad desin­tegradora de todas las condiciones de vida que antes amena­zaba a la humanidad en momentos puntuales de desastre (natural o histórico) ha penetrado la realidad toda hasta con­vertirse en una necesidad y ya no en un accidente. Todo lo que desaparece durante una guerra se esfuma hoy bajo los embates del capitalismo: la realidad ("los años de la guerra no parecían ser años de verdad. Formaban parte de una pesa­dilla durante la cual la realidad estaba anulada", Agatha Christie), la verdad ("la primera víctima de una guerra es siempre la verdad", R. Kypling), el sentido de la lengua ("la guerra, al hacer desaparecer las facilidades de la vida diaria, se convierte en un maestro de violencias y pone a la a par las circunstancias imperantes con la conducta de la mayoría de los hombres. ( ... ) (Estos) llegaron incluso a cambiar, para su propia justificación, el significado habitual de las palabras: la audacia irreflexiva se tuvo por valiente adhesión al parti­do, la vacilación prudente, por cobardía disfrazada, la mode­ración, por una forma disimulada de falta de hombría... Y, de otro lado, la violencia insensata como algo necesario al hombre", Tucídides), etc. Lo que los situacionistas llamaban "colonización de la vida cotidiana" no designa, como se ha querido ver, la apropiación capitalista de una esencia social buena, sino la liquidación de las antiguas relaciones sociales que obstaculizaban la transformación total del mundo en mercancía (que constituyesen tal obstáculo no las convertía inmediatamente en aliadas de la voluntad transformadora). A nadie le puede extrañar entonces que muchos volvamos también el rostro hacia el pasado, como el angel de Paul Klee, con la intención de despertar a los muertos y recom­poner lo despedazado. La legitimidad de ese impulso es irre­prochable desde cualquier punto de vista. Por encima del deseo de transformar el mundo se impone en un primer momento la necesidad de impedir que éste se descomponga del todo. Luego se comprende que ambos deseos son las dos caras de la misma moneda. Como el huracán del desarrollo capitalista arruina en la cabeza de nuestros contemporáneos todo lo que no es "a corto plazo", la voluntad de interrogar a la tradición y conferir un sentido a lo que ha sido ningu­neado supone una resistencia al curso general de las cosas. El huracán capitalista es hoy el heraldo del olvido. Quizá se pueda ir incluso más alla y afirmar que la memoria no sólo resiste (como todo lo que dura), sino que constituye el punto de partida necesario para reinventar el proyecto de autono­mía. Ya sea porque supone una especie de "punto de com­paración" que nos recuerda el carácter contingente de la dominación y nos permite evaluar sus progresos, ya sea por su naturaleza mítica (en el sentido que le daba Sorel: movi­lizadora).

Si en un primer momento los situacionistas creye­ron conveniente poner el acento en lo efímero, como una manera de librarse del cadáver de los movimientos revolu­cionarios decimonónicos que arrastraba la izquierda antiau­toritaria, sus herederos no pueden sino constatar la necesi­dad de ponerlo sobre la consistencia. Quizá los primeros situacionistas tenían las espaldas a salvo cuando escogieron valorizar el instante por encima del proceso: la continuidad histórica acumulativa de la subversión estaba lo suficiente­mente asegurada (retomamos aquí los argumentos de la Encyclopédie des Nuisances expuestos en el artículo "Aboutissement"). Nosotros, por el contrario, tenemos la espalda de la historia al descubierto. Nuestra peor maldición es tener que empezarlo todo desde cero, sin ningún apoyo. Por eso quizá hoy sea más útil promover todo aquello que tenga que ver con la dimensión acumulativa del tiempo (acumulación que de ningún modo es lineal sino histórica). Esta tarea requiere a su vez unas facultades humanas basa­das en la consistencia y la firmeza. "Las leyes del pensa­miento dominante -el punto de vista exclusivo de la actual¡­dad- se reconocen en la abstracta voluntad de eficacia inme­diata, tanto cuando cae en los compromisos del reformismo como cuando se orienta hacia las acciones corrientes de los seudorevolucionarios residuales (... ) La crítica que va más allá del espectáculo debe, por el contrario, saber esperar" (Debord). Por tanto, como explica Jacques Philipponneau, esto significa también que tenemos que "inscribir nuestra actividad, práctica o teórica, en un largo plazo y no esperar milagrosos resultados inmediatos". Quizá más que hacer tábula rasa de las pocas prácticas que hoy intentan abrir una brecha en el sistema y sus legitimaciones discursivas, ahora resulte más pertinente inmiscuirse en ellas para enriquecer­las poco a poco. Las dosis de paciencia necesarias para esto son muy altas: por ningún lado se ven indicios esperanzadores de una pronta articulación subversiva de la insatisfacción generalizada. Pero tampoco se trata de acomodarse a la iner­cia de una práctica rutinaria con la excusa de que "no hay nada más" (esto no sería más que otra forma de abdicación), sino de elaborar una reflexión general y comprometerla con un proceso de luchas. "El único factor histórico que puede ser determinante en la crisis que entraría este mundo reposa sobre la constitución de un corpus de ideas capaz de arruinar las justificaciones dominantes y de plantear las bases de una alternativa social incompatible con los fundamentos de la sociedad actual. Y si los resultados inmediatos vienen en aumento, tanto mejor, no es incompatible" (J. Philipponneau). Ahora bien, precisamente la ausencia de todo esto es lo que explica la debilidad de algunos movi­mientos sociales recientes: la facilidad del eslogan ("reapro­piación de la vida", "abolición del trabajo", etc.) ocupa todo el espacio de la elaboración teórica, el paroxismo del instan­te vivido sustituye a la necesidad de una actividad continua­da, los simulacros y el autoilusionismo barren la compren­sión serena de las posibilidades reales, etc. Si queremos devolverle su potencia a la acción política no podemos con­formarnos con la fugacidad de las imágenes (ya sean lúdicas o radicales). Un movimiento con talante subversivo no triun­fa cuando encadena grandes manifestaciones, sino cuando socializa ideas de libertad. La diferencia entre Mayo 68 y diciembre del 95 es que en aquél germinaron y se hicieron comunes ideas de libertad que no encontraron expresión pública en éste.

A pesar de todo, los cambios cuantitativos y cuali­tativos que han experimentado las prácticas políticas de un tiempo a esta parte son innegables: búsqueda de un lenguaje crítico adecuado a los hechos, abandono consciente de las dinámicas autorreferenciales, rechazo del extremismo desencarnado, etc. La misma asunción de la necesidad de cambios es positiva. También durante estos últimos años las jóvenes generaciones de rebeldes sociales han sentido el deseo de reapropiarse de un pasado que es suyo por derecho, pues "todo pertenece a quien lo mejora" (B. Brecht). La pro­liferación de materiales sobre las luchas acaecidas durante la transición, el renacimiento del interés por la teoría crítica situacionista, por Mayo 68, por el movimiento italiano del año 77, etc., traducen esa voluntad de forjar una identidad que no esté definida por una igualdad niveladora que aplas­te las diferencias, sino por las coordenadas de memoria y proyecto. Ahí se expresa una tendencia general que recorre la sociedad entera. No hace falta ser demasiado perspicaz para advertir que el capitalismo, en su alocada empresa de destrucción del tejido social, suscita en la gente "el deseo de encontrar un sentido más amplio de comunidad, un sentido más pleno del carácter", como dice Richard Sennet, que ha analizado la destrucción sistemática de las bases prácticas de la libertad bajo el reinado de la "nueva economía". Las seudocomunicaciones tecnológicas y los delirios identitarios responden cada uno a su modo a esa voluntad de superar el despedazamiento. "Todas las condi­ciones emocionales que hemos explorado en el lugar de tra­bajo animan ese deseo: las incertidumbres de la flexibilidad; la ausencia de confianza y compromiso con raíces profun­das; la superficialidad del trabajo en equipo; y, más que nada, el fantasma de no conseguir hacer nada de uno mismo en el mundo, de "hacerse una vida" mediante el trabajo". Reconstruir una vida que se pueda contar (a los demás o a uno mismo): he ahí el sentido más actual del proyecto de realización del arte (fusión del arte y la vida) esbozado por las vanguardias históricas (dadaísmo, surrealismo, etc.). Ya no se trata de abolir toda obra individual en favor de "la vida" o de obras colectivamente decididas y ejecutadas, sino más bien de restaurar una relación viva entre los tres polos de la creación: el imaginario individual (los sueños o la memoria), el imaginario colectivo (las significaciones que definen la realidad) y las "obras" (ya sea un relato, un poema o una construcción).

Pero, ¿cómo impedir que la destrucción sistemática de la densidad histórica nos reduzca a la nostalgia de unas formas de vida que están destinadas a desaparecer? ¿Cómo evitar dar la espalda al futuro, o concebir la historia como una interminable pesadilla de opresión, al modo del ángel de Klee? ¿Cómo lograr que la recuperación de la memoria de un pasado glorioso de luchas no enturbie nuestros ojos a la hora de juzgar la importancia de las nuevas protestas? Mayo 68 fue considerado como una regresión bárbara por algunos pensadores que habían celebrado el ejemplo de la Comuna de París. Las luchas actuales de precarios y parados son con­templadas como un simulacro por los que participaron en Mayo 68. No se trata ahora de analizar la pertinencia de esos juicios, sino de investigar cómo se puede actualizar la memoria sin desenfocar el juicio, cómo pueden llegar a tener los recuerdos un sentido efectivo para las nuevas figuras sociales. "Lo que falta hoy en mayor medida allí donde pro­gresa el sentimiento de la urgencia, es el conocimiento exac­to, entusiasta y desengañado de los medios prácticos experi­mentados a través de la historia, en los que una voluntad a menudo desarmada de subversión y crítica podrían inspirar­se largamente. Esa ignorancia debe ser combatida por el ejemplo de una reapropiación positiva de los valores y de los métodos del viejo movimiento revolucionario" (Encyclopédie des Nuisances). Sólo el ejemplo, la práctica de la comunicación directa, de la participación igual de todos en la toma de decisiones, etc., puede reavivar el con­tenido que animaba las formas institucionales creadas por el viejo movimiento obrero.

Ahora bien, ¿quién va a dar ese ejemplo, cómo, dónde, cuándo? ¿Cuáles van a ser las nuevas figuras porta­doras de aspiraciones radicales en un mundo donde las fron­teras entre trabajo y no-trabajo se difuminan ahora que la mercancía ha puesto a su servicio directo la totalidad de lo social? ¿Qué formas de intervención van a inventar esas nuevas figuras sociales cuando los métodos del antiguo movimiento revolucionario se corresponden cada vez menos con posibilidades reales? ¿Cómo se va a recrear un lenguaje común que permita un diálogo real entre la gente de abajo dentro de la ruina general de las significaciones? ¿Qué espa­cios de acción autónoma se pueden encontrar en un mundo cada vez más fragmentado, en el que han quedado destrui­dos los "viejos lugares de comunicación práctica de los pro­letarios" (los barrios, las fábricas, los lugares públicos de ocio, etc.)? ¿Dónde y cuando puede, pues, encontrarse la gente descuartizada por horarios inverosímiles y movilida­des forzadas, sometida a una dominación coextensiva a todos y cada uno de los instantes vividos? Está claro que las respuestas a estas preguntas no pueden ser deducidas de nin­guna teoría. Eso significaría desconocer la creatividad de la historia. Pero el hecho de que no sea posible anticiparlo teo­ricamente todo no significa que no sea posible comprender algo. La acción irreflexiva concluye siempre con las mismas lamentaciones por "la pasividad de la gente" a la que no se había dedicado previamente ni un minuto de atención. Quizá nadie responde porque no había ningún interlocutor allí donde se pensaba. 0 debido a una ausencia total de lenguaje y signi­ficaciones comunes.

Si imaginamos por un momento que el campo de la acción política es una pista de tenis, podríamos decir que nues­tro juego se limita por ahora a responder lo mejor posible los golpes que nos lanza el adversario. Algunos piensan que mien­tras tanto estamos recuperando fuerzas y que en este momento otra estrategia sería suicida. En cualquier caso, más pronto o más tarde habrá que lanzarse a coger la iniciativa, subir a la red. Para eso deberíamos movilizar toda la energía disponible, heredar el instinto de anticipación de las viejas vanguardias artísticas superando su incapacidad para formular fuera del estrecho campo artístico las exigencias intuidas en el aire de los tiempos, corregir el pasado actualizando toda la memoria de luchas, producir una teoría crítica que pueda apropiarse teo­ricamente de una realidad en permanente transformación, experimentar prácticas colectivas de intervención política, etc. Sólo así será posible lanzar con alguna garantía un tercer asal­to contra el proyecto demencial del capitalismo: acabar con la autonomía de los hombres y la vida en la Tierra.

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