por Von Beetfarmer, DeBoring, Vanaygum & Poe
Long Island City, Queens, NY, 22 de septiembre de 1998
publicado en el boletín Art Strike (Merz Mail, Barcelona, 1998)
Long Island City, Queens, NY, 22 de septiembre de 1998
publicado en el boletín Art Strike (Merz Mail, Barcelona, 1998)
Uno de los aspectos más nocivos del microespectáculo estético es la manera en que se permite al "artista" tener "creaciones propias" mediante la utilización de derechos de propiedad intelectual. Todos están como nosotros informados de que los derechos de propiedad intelectual se emplean para proteger los "intereses" financieros del artista. Así, la infracción de los derechos de propiedad intelectual se castiga con penas terribles que van desde multas al encarcelamiento.
Pero como muchas personas de nuestro barrio piensan, en primer lugar el arte y el dinero nunca deben ir unidos.
El "nombre" tras un producto cultural presenta otra perversión llena de vigor, que quizá sea la que pulveriza en mayor medida nuestra demanda de una sociedad "sin dios ni amo". Este odioso crimen ocurre cuando el "nombre" del creador llega a ser una imagen venerada, adorada o despreciada, para referirse a ella como si este "nombre" fuera otra cosa que una taquigrafía conveniente para un particular tiempo/arte/espacio por una cierta persona que, de ninguna manera, merece ser venerada o incluso reconocida públicamente.
Estos crimenes contra la humanidad serían olvidados al instante si los artistas cesasen en su intento de alcahuetear "artefactos culturales" al público con el pretexto de proporcionarnos un "servicio cívico." Se argumentará sin duda que muchos artistas deben "producir" para sobrevivir. De todas formas, si pueden crear "arte" seguramente pueden idear otros medios para sobrevivir, quizás mediante subsidios de desempleo, el trabajo diario o algún comercio útil que, con un esfuerzo convenido, tendrá una influencia positiva en su arte. Numerosos "grandes" artistas -tomemos a Charles Ives, WC Williams, Wallace Stevens, por ejemplo- renunciaron a hacer dinero de sus productos culturales mientras practicaban con éxito otros negocios que, en los tres casos, eran muchas veces más "provechosos" que sus magras ganancias artísticas. Estos tres hombres hablaron positivamente de los beneficios aportados a su arte mediante la aplicación de cosas aprendidas "en el trabajo"; de ahí se sigue la conclusión lógica de que el arte -si uno no puede gastar todo su tiempo comprometiéndose en él- llega a ser una evasión placentera del deber, un solaz en medio de la agonía cotidiana, una alegría después del penoso trabajo, una manera de integrar la mierda del día con el oro de la tarde en unas horas de creatividad no adulterada. Se darían muchos beneficios sociales si los artistas dejaran de "producir arte" durante todo el día; a saber, la reducción de productos culturales en el mercado que empieza a ser tan necesaria en este período de saturación cultural. Ha llegado a ser un tópico hablar de cómo nosotros en el Oeste y de modo creciente en el Este estamos "bombardeados de información". Podemos empezar a cortar esta sobrecarga sensorial erradicando la 'espectacularización del arte' tal y como esta se lleva a cabo en anuncios, "mercados" culturales (es decir, los lugares donde se venden productos artísticos), carteles, websites, y cualquier otro canal y medio que integre -en magnitudes variables- las polaridades de arte y dinero.
Pero, lo que es más importante, podemos dejar de gastar nuestro dinero en estos "productos culturales." Muchos artistas aceptan dinero en efecto por sus productos con el pretexto de "darlos a conocer". De cualquier modo, se ve fácilmente que la raíz de esta falsedad es meramente los intereses egoístas personales de los artistas: su deseo vivir un confort material, su avidez por el "margen de beneficios" tales como admiradores y entrevistas, y finalmente su deseo de vivir en las mentes de demás como un icono para ser admirado, seguido y venerado.
Encontramos particularmente egoista esta forma perversa de megalomanía que debilita tanto al arte como a la sociedad. Muchos artistas argumentarán además que el único medio por el que ellos pueden ganar un público para su trabajo es "traicionar" al "establishment".
Para "difundir" lo que ellos consideran que es necesario para la humanidad (es decir sus productos culturales, que ellos nos hacen neciamente creer que proporcionan discernimiento, belleza y sabiduría a los observadores) deben estar en la posición de llamar la atención y por eso necesitan apoyo financiero para "difundir" su sabiduría/belleza/conceptos por el mundo.
Pero la pregunta permanece: ¿necesita realmente la humanidad la "belleza" y el "discernimiento" que dicen poseer los artistas? ¿O necesita en cambio un arte que ertenezca al interés público?
Demandamos del artista que deje de producir y propagar productos culturales a menos que sean (1) solicitados por el público y (2) creados con las intenciones de compartir libremente con el público y otros artistas sin restricciones de derechos de propiedad intelectual. No hay demandas con respecto a volumen, forma, o medio; de cualquier modo, pedimos a los artistas que todo arte que sea solamente representativo de la personalidad del artista sea privado de la exhibición pública. Nunca quisimos - ni querremos - ver aquello que no hemos pedido.
Los artistas pueden pensar que están por encima de nosotros en estas materias, pero ciertamente no es así. De nuevo, pedimos a los artistas que no soliciten ni utilicen derechos de propiedad intelectual de ningún tipo. Los derechos de propiedad intelectual son para las invenciones tecnológicas, que quizás sean útiles. Pero no para el arte, que es ciertamente bello. . . El lugar donde comenzar el cese de la producción cultural es dentro de nosotros mismos, y hacia el exterior tratar de convencer a los "artistas" para que abandonen sus materiales. El momento, como ya se supone, es ahora. Ésta, amigos, será nada menos que la revolución dialéctica consumada. . .
Pero como muchas personas de nuestro barrio piensan, en primer lugar el arte y el dinero nunca deben ir unidos.
El "nombre" tras un producto cultural presenta otra perversión llena de vigor, que quizá sea la que pulveriza en mayor medida nuestra demanda de una sociedad "sin dios ni amo". Este odioso crimen ocurre cuando el "nombre" del creador llega a ser una imagen venerada, adorada o despreciada, para referirse a ella como si este "nombre" fuera otra cosa que una taquigrafía conveniente para un particular tiempo/arte/espacio por una cierta persona que, de ninguna manera, merece ser venerada o incluso reconocida públicamente.
Estos crimenes contra la humanidad serían olvidados al instante si los artistas cesasen en su intento de alcahuetear "artefactos culturales" al público con el pretexto de proporcionarnos un "servicio cívico." Se argumentará sin duda que muchos artistas deben "producir" para sobrevivir. De todas formas, si pueden crear "arte" seguramente pueden idear otros medios para sobrevivir, quizás mediante subsidios de desempleo, el trabajo diario o algún comercio útil que, con un esfuerzo convenido, tendrá una influencia positiva en su arte. Numerosos "grandes" artistas -tomemos a Charles Ives, WC Williams, Wallace Stevens, por ejemplo- renunciaron a hacer dinero de sus productos culturales mientras practicaban con éxito otros negocios que, en los tres casos, eran muchas veces más "provechosos" que sus magras ganancias artísticas. Estos tres hombres hablaron positivamente de los beneficios aportados a su arte mediante la aplicación de cosas aprendidas "en el trabajo"; de ahí se sigue la conclusión lógica de que el arte -si uno no puede gastar todo su tiempo comprometiéndose en él- llega a ser una evasión placentera del deber, un solaz en medio de la agonía cotidiana, una alegría después del penoso trabajo, una manera de integrar la mierda del día con el oro de la tarde en unas horas de creatividad no adulterada. Se darían muchos beneficios sociales si los artistas dejaran de "producir arte" durante todo el día; a saber, la reducción de productos culturales en el mercado que empieza a ser tan necesaria en este período de saturación cultural. Ha llegado a ser un tópico hablar de cómo nosotros en el Oeste y de modo creciente en el Este estamos "bombardeados de información". Podemos empezar a cortar esta sobrecarga sensorial erradicando la 'espectacularización del arte' tal y como esta se lleva a cabo en anuncios, "mercados" culturales (es decir, los lugares donde se venden productos artísticos), carteles, websites, y cualquier otro canal y medio que integre -en magnitudes variables- las polaridades de arte y dinero.
Pero, lo que es más importante, podemos dejar de gastar nuestro dinero en estos "productos culturales." Muchos artistas aceptan dinero en efecto por sus productos con el pretexto de "darlos a conocer". De cualquier modo, se ve fácilmente que la raíz de esta falsedad es meramente los intereses egoístas personales de los artistas: su deseo vivir un confort material, su avidez por el "margen de beneficios" tales como admiradores y entrevistas, y finalmente su deseo de vivir en las mentes de demás como un icono para ser admirado, seguido y venerado.
Encontramos particularmente egoista esta forma perversa de megalomanía que debilita tanto al arte como a la sociedad. Muchos artistas argumentarán además que el único medio por el que ellos pueden ganar un público para su trabajo es "traicionar" al "establishment".
Para "difundir" lo que ellos consideran que es necesario para la humanidad (es decir sus productos culturales, que ellos nos hacen neciamente creer que proporcionan discernimiento, belleza y sabiduría a los observadores) deben estar en la posición de llamar la atención y por eso necesitan apoyo financiero para "difundir" su sabiduría/belleza/conceptos por el mundo.
Pero la pregunta permanece: ¿necesita realmente la humanidad la "belleza" y el "discernimiento" que dicen poseer los artistas? ¿O necesita en cambio un arte que ertenezca al interés público?
Demandamos del artista que deje de producir y propagar productos culturales a menos que sean (1) solicitados por el público y (2) creados con las intenciones de compartir libremente con el público y otros artistas sin restricciones de derechos de propiedad intelectual. No hay demandas con respecto a volumen, forma, o medio; de cualquier modo, pedimos a los artistas que todo arte que sea solamente representativo de la personalidad del artista sea privado de la exhibición pública. Nunca quisimos - ni querremos - ver aquello que no hemos pedido.
Los artistas pueden pensar que están por encima de nosotros en estas materias, pero ciertamente no es así. De nuevo, pedimos a los artistas que no soliciten ni utilicen derechos de propiedad intelectual de ningún tipo. Los derechos de propiedad intelectual son para las invenciones tecnológicas, que quizás sean útiles. Pero no para el arte, que es ciertamente bello. . . El lugar donde comenzar el cese de la producción cultural es dentro de nosotros mismos, y hacia el exterior tratar de convencer a los "artistas" para que abandonen sus materiales. El momento, como ya se supone, es ahora. Ésta, amigos, será nada menos que la revolución dialéctica consumada. . .
No hay comentarios:
Publicar un comentario