jueves, 14 de enero de 2010

La sociedad del miedo

Análisis de las categorías sociológicas emergentes en los años 90 incluído en el # 1 del fanzine Amano (1994).


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Existe la impresión general de que el cambio de milenio traerá consigo transformaciones radicales en las relaciones humanas. Hay una preocupación pública por el futuro inmediato de nuestras estructuras sociales, agudizada tal vez por cierta predisposición psicológica milenarista de la conciencia mítica y por la aceleración progresiva de los sucesos históricos en los últimos tiempos, manifiesta negativamente en la proliferación de imágenes sublimes de muerte y transfiguración y manifiesta también, juzguemos que positivamente, en la proliferación de escritos más o menos seudocientíficos que analizan conceptos como el de 'modernidad'. La conciencia, tarnbién en los medios intelectuales, se ha vuelto crepuscular y nihilista a la vista del agotamiento de los impulsos de novedad que alentaron la formación de las actuales estructuras y de la radicalización de los términos de sus contradicciones intrínsecas. Finos análisis de estos procesos de descomposición se encucntran en Enzensberger y Bilbeny desde un punto de vista moral, en Daniel Bell y en Giddens desde el de la pérdida de fundamentos sociales e institucionales, en Debord y en Balandier desde una perspectiva de regeneración política, en Baudrillard y Lyotard desde la constatación estético-existencial de la pérdida de realidad y el triunfo de las imágenes. Pero toda esta sociología crítica e interdisciplinar[1], de larga tradición en nuestro siglo, cuyos mayores logros desde los albores de dicha ciencia han consistido en aceptar su condición no objetiva y en abrirse al diálogo con otras ramas del saber, no ha sido tan eficaz a la hora de proponer nuevos esquemas. no sólo de organización o de acción, sino siquiera de análisis. Falta aquella confianza positivista en la posibilidad de alcanzar explicaciones cada vez más refinadas de los procesos sociales y aquella fe socialista en la posibilidad de interactuar con ellos hasta darles una forma más justa e igualitaria que estimularon la reflexión social en el pasado siglo. La inercia crepuscular que domina la conciencia social y la percepción de la cultura se ha adueñado con total legitimidad, o al menos con consecuente lógica, del discurso teórico y crítico. Por otro lado, tanteando todavía la posibilidad de una objetividad que los relatos sociológicos no pueden procurar, la neutralidad científica inhibe los compromisos intelectuales de acción. Es por ello que resulta tanto más sorprendente la conformación desde diversas fuentes de un discurso que confluye en la consideración central de la categoría metodológico-social de "riesgo" y que aspira, como en el caso de Beck, a “aventurar lo que pudiera ser el siglo XXI a tenor de lo que el agonizante siglo XX permite vislumbrar, de idéntica forma a como los grandes clásicos de la sociología avanzaron los núcleos críticos de la sociedad del siglo XX a partir de los estertores y cataclismos del periodo que va de 1870 a 1914”.[2]




1) Beck, teórico del riesgo

Eludiendo consideraciones materialistas y economicistas en la conformación de las conductas y de las relaciones sociales, así como todo planteamiento de 'juego de poderes' que sólo sería analizable de un modo muy vago por la teoría de los juegos, Beck propone que la sociedad tecnológica postindustrial ha alcanzado “un estadio de desarrollo en el que los pilares de la organización social no descansan ya sólo, como había venido aconteciendo hasta ahora, sobre la administración y distribución desigual de los recursos, sino, fundamentalmente, sobre la distribución más o menos consensuada de aquellas consecuencias, poco o nada anticipables, que se derivan de la toma de decisiones de relevancia pública”.[3] Resulta notable que, en un mundo donde la concentración de poder y de capitales sigue un ritmo alarmante, donde es un hecho, además de un grafiti libertario, que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, donde la desigualdad internacional es visible y tiene un efecto inmediato en la conciencia de los oprimidos y otro no menos inmediato, pero además disolutor, en la conciencia cínica de la 'camorra internacional de consumidores', el discurso social desdeñe la importancia de un factor como 'la distribución desigual de los recursos'. Beck ni siquiera se esfuerza en disimular el uso sociocéntrico e instrumental que hace del discurso.

La categoría de 'riesgo' no responde a ninguna sustancia social perceptible, si bien no es menos real por ello. No surge como objeto de la ciencia social (en la manera en que Beck lo concibe), sino que procede de la metodología, donde se inscribe en el contexto de la teoría de la elección racional. La eficacia de su uso sustancial como concepto de referencia de los comportamientos y tendencias de la época próxima está aún por demostrar.

Según Elster, “hay riesgo cuando el agente (de una elección racional) tiene grados cuantificables de creencia, o probabilidades subjetivas, sobre los diversos estados posibles del mundo para especular acerca de las consecuencias de su elección”.[4] En el marco de la teoría de la elección racional no hay que confundir 'riesgo' con 'incertidumbre', que “surge cuando el agente no puede especificar probabilidades numéricas, ni siquiera dentro de un rango de límites inferiores y superiores”. La condición metodológica para que haya riesgo es, pues, que exista información cuantificada, o un cierto 'grado subjetivo de creencia', acerca de las diversas consecuencias posibles de su elección.

Beck asume las condiciones metodológicas de la categoría de riesgo: realización de una decisión y comprobabilidad estadística. Como los peligros generados por la industrialización y la alta tecnología son fruto de decisiones humanas (donde el sujeto de decisión no queda precisamente determinado en la acepción 'decisión política'), surge “el problema de la imputación y la responsabilidad, un problema interno a la sociedad humana”[5] (donde el objeto de imputación quedará igualmente determinado como 'decisión política'). La cuantificación de riesgos y la distribución (¿peritada?) de compensaciones sigue un procedimicnto marcadamente tecnocrático: “Consecuencias que inicialmente afectan al individuo aislado se convierten (con el aumento en la calculabilidad y la previsión a la hora del trato con inseguridades y devastaciones producidas industrialmente) en 'riesgos', en tipos de acontecimientos sistemáticamente condicionados, que pueden ser descritos estadísticamcnte y son, en este sentido, calculables. De este modo pueden asimismo ser reconducidos a reglas, supraindividuales y de alcance político, referidas al reconocimiento, a la compensación y a la evitación”.

No debe extrañar esta circunstancia, puesto que según delimita Beck, “no es el número de muertos y heridos, sino una característica social, la autoproducción industrial, lo que convierte los peligros de la gran tecnología en asunto político”. Pero sería deseable buscar una fórmula que permitiese la asunción personal de los riesgos a la vista de los beneficios derivados de esta decisión, y no delegar el comercio de las virtualidades personales en una indeterminada instancia política refractaria al sufrimiento moral por una decisión errada. Si este planteamiento es refutable por utópico, el de Beck lo es al suponer que en la decisión política caben ciertas contemplaciones. Su confianza acrítica en la posibilidad de generar una opinión pública racional e informada remite sin muchos desvíos a la utopía comunicativa habermasiana y a la suposición (idealísticamente irracional) de un espacio de discurso intersubjetivo despojado de toda intencionalidad e interés. Por otro lado, su división de poderes y el derribo de fronteras entre laboratorio y sociedad ignora lo íntimamente trabados (desde la posición realística que él defiende) que están los índices de progreso tecnológico de una sociedad no ya con las decisiones sobre política energética, sino con aquéllas de política internacional dictadas por los deseos y los miedos de la comunidad.




2) El riesgo en Luhmann y en Giddens

Como si respondiesen a los dos términos de un dualismo fundamental, las concepciones de Beck y de Luhmann apuntan a dos modos de afrontar los riesgos que responden a un mismo fundamento estratégico. Entre 'politizar la toma de decisiones tecnológicas' y 'tecnologizar la toma de decisiones políticas' no hay más distancia de la que separa al poder y el saber en sus interrelaciones estratégicas históricas, puestas de manifiesto en los análisis de Foucault[6] y en la carrera armamentística todavía apenas congelada.

Luhmann[7] contrapone 'riesgo' a 'peligro' (se supone que para poner de manifiesto las excelencias de aquél frente a éste) como si de términos contrarios y no derivados se tratase. El peligro es fruto de un azar objetivo, el riesgo es el producto de una decisión basada en creencias subjetivas. Pero riesgo y peligro son dos formas conceptuales del mismo fenómeno: su uso depende de la implicación y la lejanía desde la que el fenómeno se contempla. La distribución de riesgos es la distribución, todo lo racionalizada que se quiera, de peligros. Y quienes planifican los riesgos no siempre coinciden con, ni tienen la misma información que quienes soportan los peligros.

El planteamiento de Luhmann es consecuente con el nuevo modo de pensar abierto por los postestructuralistas, y es, como ellos, rebelde a las concepciones antropológicas del sujeto. Para el análisis foucaultiano del lenguaje no existen sujetos (como tampoco proposiciones fijas ni frases coherentes) sino tan sólo enunciados. Del mismo modo, Luhmann afirmará que “la sociedad no se compone de seres humanos, sino de comunicaciones”. Pero mientras el planteamiento foucaultiano sirve (quiere servir) a 'la creación de libertad'[8], el de Luhmann obedece a una perspectiva integradora y normalizadora. Su 'tecnología de la comunicación' no informa, sino que informatiza, y su programa de autoobservación permanente puede aplicarse en la práctica como un detector y limpiador de 'virus que afectan al sistema', pues siempre se harán desde (nunca contra) el sistema.

Por otra parte, pese a que elude en su discurso el carácter antropológico del sujeto creemos que no hace lo propio con el carácter transcendental que contaminaba aquellos viejos planteamientos. La falta de corporeidad del sujeto tecnológico y la determinación binomial de sus respuestas resultan sospechosas.

La preocupación de Giddens, por el contrario, tiene raíces fenomenológicas y hasta existenciales, y se propone recuperar el sujeto experiencial en una sociedad descrita en este caso como 'post-tradicional' porque “deja de basar su orden normativo en una acumulación de saberes transmitidos de generación en generación por castas sucesivas de 'guardianes de la verdad', para verse enfrentada a un muro de incertidumbre”[9]. Pese a su acento existencial, a su recuperación forzada del sujeto antropológico 'sujeto' a un orden de verdad y a una tradición, el argumento de Giddens me interesa sobre todo por su acento en la 'incertidumbre'. Así, describe el sujeto de la modernidad como envuelto en una angustiosa paradoja que recuerda la paradoja moral descrita por Enzensberger en la obra citada. La “extraordinaria y cada vez más fuerte conexión entre decisiones cotidianas y consecuencias planetarias, junto con lo contrario, la influencia de lo general en las vidas de las personas, constituye el aspecto clave en el nuevo programa en la ciencia social”.[10] A la tecnología de la comunicación de Luhmann opone un 'principio de reflexividad' que comparte aspectos del principio de autoobservación de los sistemas luhmannianos, pero que aparece despojado de compromisos tecnológicos y lo acerca de este modo a la 'conciencia social' que es la 'opinión pública' en Beck.

El punto de vista de Giddens es el menos novedoso. Se sitúa en una tradición continua de recuperación del significado con evidentes connotaciones conservadoras, pero que ha dado también productos tan rupturistas y fructuosos como la crítica estética de Benjamin. Sus propuestas de 'apertura al otro' y su 'democracia de las emociones', sin embargo, chocan con las actitudes modernas, compulsivamente narcisistas. La realidad que hay que afrontar es otra y los excursos paternalistas y bienintencionados de la última parte del artículo citado de Giddens sólo pueden afectar a una reflexión autocomplaciente.




3) El 'sabor de la aventura'

Los tres discursos que hemos repasado en busca de la solución al enigma sociológico del futuro no han resultado ser sino un compendio de buenas intenciones racioburguesas, propuestas organizativas poco realistas y algunas más sospechosas. No me parece tampoco que en ninguno de ellos se hayan planteado los auténticos problemas. En particular, no tiene prácticamente ninguna presencia en las consideraciones efectuadas el riesgo por el almacenanúcnto de potencial bélico destructivo, aspecto que sí recapitula Elster: “Digo que por lo menos hay un tema en la elección de energía -la proliferación de armas nucleares- que reduce el asunto a uno de decisión bajo incertidumbre, con el imperativo incluido en él de actuar como si lo peor que pudiera suceder, sucederá”.[11] Este hecho se opone, por ejemplo, a la teoría de Beck de la división de poderes en la decisión y siembra un inquietante interrogante ante las recientes noticias acerca de la circulación incontrolada de plutonio procedente de la descompuesta URSS. Tampoco se plantea en ningún momento el riesgo (o el miedo inducido, distribuido, que en cualquier caso sigue cobrándose sus víctimas más numerosas en los getthos del tercer mundo, de la sexualidad “pervertida” o de la drogadicción, con el beneplácito de las autoridades religiosas y políticas) del SIDA, importante por cuanto afecta a la relaciones humanas y a la utopía de liberación sexual que se había rozado. Este riesgo cerraría por ejemplo el camino a una consideración emotiva del otro, como propone Giddens. Ni se plantea el riesgo que siembra en las calles la convivencia interracial en condiciones de desigualdad, etc.

Es curioso que el concepto de riesgo haya adquirido relevancia sociológica al mismo tiempo que el riesgo real, la descarga sin fines de adrenalina, es tan buscado por los individuos de la sociedad postcapitalista. Esta búsqueda absurda de emociones virtuales quiere suplir la insatisfacción producida por la carencia de emociones auténticas en la sociedad de consumo. También puede obedecer a un mecanismo de escape ante la incertidumbre creciente que genera la evolución histórica, de modo que afectaría sobre todo a aquella juventud categorizada comercialmente como 'X', producto de un sistema que impide caminar y no deja retroceder. La traslación del foco de interés del riesgo a la incertidumbre comporta algunas ventajas metodológicas y sugiere algunas consecuencias. Entre las primeras se cuenta una descripción más realista de los procesos sociales visibles y una reconsideración del planteamiento del problema ya no sobre datos cuantificados sino sobre procesos irreversibles. Entre las segundas resaltaré la prudente opción por el criterio del maximín (optar por la mejor peor consecuencia de nuestras decisiones) tal y como propone Elster.

Considero que los discursos analizados, lejos de permitir vislumbrar el futuro prometedor que todos deseamos, pero cuyo deseo no debe ser determinante en la elección de la teoría, y de ofrecer propuestas seguras a la acción social en un futuro cercano, se inscribe en una táctica académica (y política, por tanto) de elusión de problemas específicos y de distribución de pautas reflexivas que ponen el énfasis en un miedo social cuya extensión se advierte intuitivamente bajo diversas y oscuras formas y que, en su singularidad y eficacia para ciertos propósitos, parece distribuido por alguien.

Texto: El Laboratorio (industrias mikuerpo, 1996)

Imágenes: Antonio Cantarero y Miguel Sotos

NOTAS

[1] ENZENSBERGER, Hans Magnus (1993): Perspectivas de guerra civil; BILBENY, Norbert (1993): El idiota moral; BELL, Daniel (1976): Las contradicciones culturales del capitalismo; GIDDENS, Anthony (1990): The Consequences Of Modernity; DEBORD, Guy (1988): Comentarios sobre la sociedad del espectáculo; BALANDIER, Georges (1992): El poder en escenas; BAUDRILLARD, Jean (1983): Las estrategias fatales; LYOTARD, Jean François: La condición postmoderna.

[2] RODRÍGUEZ IBÁÑEZ, José E. (1993): “Hacia un nuevo marco teórico”, en Revista de Occidente # 150.

[3] Ibídem, refiriéndose al libro de Ulrich Beck Risikogesellschaft (1986).

[4] ELSTER, Jon (1983): El cambio tecnológico.

[5] BECK, Ulrich (1993): “De la sociedad industrial a la sociedad del riesgo”, en Revista de Occidente # 150.

[6] FOUCAULT, Michel (1981): Tecnologías del yo.

[7] LUHMANN, Niklas (1993): “Autoorganización e información en el sistema político”, en Revista de Occidente # 150.

[8] Citado de las notas manuscritas de Foucault por MOREY, Miguel (1990) en “La cuestión del método”, prólogo a la edición española de Tecnologías del yo.

[9] RODRÏGUEZ IBÄÑEZ (1993): Op. Cit.

[10] GIDDENS, Anthony (1993): “La vida en una sociedad post-tradicional”, en Revista de Occidente # 150.

[11] ELSTER, Jon (1983): Op. Cit.

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