viernes, 1 de enero de 2010

Modos de intervención: acción estética

Escrito programático de industrias mikuerpo desarrollado en los números 0 y 1 del fanzine Amano (1994). Por Luis Navarro

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Modos de intervención estética son estrategias de interacción con la estructura del sistema de significados producidas por el individuo o pequeño colectivo para provocar interferencias, distorsiones y accidentes en los circuitos de comunicación socialmente establecidos con el ánimo de extraer consecuencias inesperadas.

Los objetivos últimos de un proceso de intervención pueden exceder su carácter lúdico y formal (aunque no tienen por qué): pueden señalar una contradicción estructural del sistema, denunciar los actos fallidos del lenguaje público, promover la agitación psíquica, crear líneas de resistencia y herramientas de crítica, demarcar el espacio privado o marcar el espacio conquistado, etc.

Las tácticas de intervención no son características de ningún momento sociohistórico determinado, sino que se dan siempre y necesariamente allí donde hay ordenamiento y sistema, constituyendo su elemento dinamizador (los sistemas estáticos terminan por descomponerse). La idealizada polis griega tuvo que sobreponerse a las bromas conceptuales del cínico Diógenes, glorioso antecesor del escándalo dadaísta y de la obscenidad ecológica con sus masturbaciones en el ágora; más grave resultó para la democracia ateniense y para él mismo el modelo socrático de las interpretaciones literales, consistente en la conformación pasiva al sistema y sus ordenanzas en virtud de su implícita perfección: las leyes han tenido que reservar desde entonces sus peores castigos para quienes más las aman.


Profetas, herejes, activistas, sectas religiosas y guerrillas rurales y urbanas, piratería comercial y vanguardias artísticas opusieron siempre dificultades al control sistemático de las conductas y los desarrollos. Nuestra cultura cristiana se asienta sobre un error marginal del más orgulloso de los imperios.

Los modos de intervención tampoco se circunscriben al ámbito específico de la creación estética, sino que atraviesan el ordenamiento social, dando lugar a efectos diversos de distorsión e interferencia en la estabilidad de las formas. Las fórmulas de intervención que se muestran más eficaces a la hora de oponer los intereses del individuo particular frente a la máquina cultural terminan por asentarse en la conciencia colectiva dando lugar a modelos de intervención propiamente dichos. Algunos alcanzan una difusión notable y llegan a forzar replanteamientos en el sistema jurídico (tácticas de autoinculpación masiva), legislativo (movimientos de insumisión y objeción a los ejércitos) y moral (okupaciones juveniles de edificios infrautilizados o amenazados por la especulación).

La diversidad de tácticas y modelos de intervención es inherente pues a la diversidad de objetivos y presupuestos que los inspiran. También es inherente al modelo una cierta ambigüedad emanada de la propia estrategia: la táctica de intervención no se propone como tal nunca, y por muy evidente que sea su segunda intención, ésta no debe declararse. Las razones morales alegadas con perfecta coherencia por bastantes insumisos no podrían invocarse si no afectasen a la propia ley, de tal modo que tiene que enfrentarse a sí misma antes de pronunciarse; sin embargo, no se trata a fin de cuentas sino de jugar con la moral del enemigo deconstruyéndola.

El carácter creador e imaginativo de la acción individual es otro factor de desorden en la categoría de "modelo". Todo modelo llega a agotarse y a ser integrado perdiendo su potencial expresivo con el uso, lo que obliga a los movimientos de intervención social a una revisión constante de sus estrategias y a concebir sus modelos como esquemas de acción dinámicos, con mayor énfasis en la acción que en el esquema. Cuando el órgano social no consigue conjurar un virus que se expresa mediante síntomas aislados lo somatiza e integra. Es paradigmático el desarrollo de estrategias de agitación psíquica, hoy perfectamente integradas en el dinamismo mercantil. Esta "entropía del significado" afecta más agudamente a los signos generados en la era moderna debido a la hiperabundancia de mensajes propiciada por los medios de comunicación y a la institucionalización de lo nuevo en los circuitos mercantiles del gusto.

Cierto enfoque de los modos de acción podría hacer una distinción entre acción violenta y no violenta. Habría que empezar diciendo que toda intervención es violenta por definición, en cuanto a que cuestiona los módulos conceptuales mediante los que se ordena la realidad. Por otra parte, el arte del siglo XX ha generado sistemáticamente efectos e impresiones de shock (prácticamente el fundamento del cine y de toda la vanguardia estética); en cuanto a los poderes centrales, no han dudado nunca en explotar las imágenes para transmitir a través de ellas toda su fuerza; por fin, el juego actual de estrategias no puede prescindir de la categoría de impacto.

Resulta al final más conveniente definir la acción expresiva por su soporte (físico o simbólico): si es un muro, un comunicado postal, un concepto instituido que se manipula, el ágora o el cuerpo humano. Las sociedades tardoindustriales ofrecen gran variedad de soportes y mediaciones que facilitan la filtración de signos de rebeldía en el paisaje urbano. Los trazos sobre el soporte vertical de las paredes se imponen a los sentidos y se hacen oír contra toda voluntad de ignorarlos. La publicidad sabe sacar partido de esta imposición perceptiva, pero también los anónimos emisarios de la huidiza "razón común" o de su propio ego narcisista. La pared en sí misma, su sólida presencia inmueble "realiza" los contenidos que porta, los cuales acaban constituyendo nuestra realidad cotidiana.

Pero la pared es sólo uno de los soportes o "interfaces" mediante los que el individuo puede declarar su amor y sus odios o expresarse salvaje y subjetivamente contra los atropellos de la cultura. Maneras de vestir, estilos de vivir, el ideal del cuerpo y los diversos complementos con que se cubre y se expresa han reflejado privilegiadamente en nuestro siglo, gracias a la influencia de fenómenos como la publicidad y las tribus urbanas, los términos de esa dialéctica de formas en los límites difusos de lo admisible. Hoy se ha institucionalizado el juego de la moda, a cuyas reglas el sistema intenta traducir todo tipo de emergencias incontroladas.

La violencia física no ha aportado generalmente éxitos en la intervención, y mucho menos en nuestros tiempos, cuando se ha confirmado la tendencia al distanciamiento entre los individuos y las instituciones (en cuanto a medios, intereses y capacidad de diálogo) que anunciaran a principios de siglo intelectuales como Kafka o Weber. La intervención física individual debe entenderse como un reflejo condicionado por la violencia soportada en el propio cuerpo individual, a la que pretende responder con sus mismas armas, sin comprender que la violencia física se alía siempre con quienes más poder tienen. La intervención física violenta puede comprenderse por tanto como reflejo condicionado por la violencia institucional, pero no constituye una táctica de intervención expresiva eficaz, toda vez que se enfrenta a una realidad mucho más potente, es irreversible, cancela el diálogo, su soporte es efímero y, sobre todo, contribuye al fortalecimiento de la violencia llamada "legítima". Las tácticas de violencia física, más que constituir intervenciones eficaces, se hallan eficazmente intervenidas por el sistema. Es por ello que hemos señalado antes una dimensión imaginativa, creadora, generadora de imprevistos, como fundamental en todo acto de intervención.

En cuanto al uso formal de representación de la violencia (propio de los realismos sociales) o de representaciones violentas (de las vanguardias estéticas) no parecen ya eficaces tampoco por sí mismos en el actual contexto, puesto que han sucumbido al replanteamiento moderno del poder en términos de "dinero" y de la existencia en los de "presencia en el mercado". El nuevo modelo de dominio social aprovecha esa dinámica de agitación psíquica y ese culto del gusto irracional para sus propios intereses de presencia y difusión: cuando estos intereses están muy centralizados, la negra bestia del siglo sonríe y alza la fusta (espectáculo); si, por el contrario, están algo más difundidos, será el mercado el que se encargue de canalizar esa energía en modelos recurrentes de fruición estética que se agotan en sí mismos. Estos procesos afectan a cada una de las imágenes generadas en los márgenes del sistema como ruido propio o interferencia, y podrían señalarse mediante un estudio comparativo de tipos diferenciales y contratipos institucionales (p. e., el tránsito del fanzine musical independiente que genera cauces de expresión alternativos al fanzine necesariamente musical que rastrea los cauces de lo dado como alternativo).

La revista AMANO quiere constituirse en soporte de dichos modelos de intervención, y su concepto puede definirse como un intento de sublimar la violencia psíquica (a su vez sublimación y disolución de aquella energía física, distribución táctica de miedo y frustración) que soporta el cuerpo individual ante los modelos mercantiles de distribución de signos y significados, esto es, la cantidad de mierda que tiene que tragar el habitante de la sociedad de consumo.

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