Respuesta de Luther Blissett a la Declaración de Donostia hecha pública por el grupo editor de la revista Refractor, publicada en La Tira de papel # 10 y en las páginas del Archivo Situacionista Hispano (1999).
* * *
Sobreponiéndose nuevamente a su falta de significancia y de valor artístico, la simpática tertulia de ancianitos irreductibles que tratan de hacerse oir desde el fondo de la galería, aunque tengan poco que decir y hagan menos, han escogido ahora como objeto de su resentimiento al antiespecialista antiespectaculista Luther Blissett y su convocatoria de Huelga de Arte (efecto 2000-1). No se entiende bien lo que dicen: el ruido es ensordecedor. Y no por culpa de la pequeña orquestina de luthiers que emite sonidos inarmónicos en el 'exterior de la sala', sino debido a la inmensa instalación de megafonía, a los bombos y los platillos, a las toneladas de masa electroacústica con que el espectáculo entierra nuestras voces. Pero no se entiende sobre todo porque, inmersos de lleno en el espectáculo que ellos perciben omnipresente, reductiva y místicamente, desvinculados de las luchas reales y de los intereses reales de quienes 'sobreviven' y se 'reproducen' forzosamente al margen de esta omnipresencia, han perdido todo sentido de la realidad, y sus plagios y resonancias se encadenan sin concierto ni partitura añadiendo más ruido al ruido, sin la menor pretensión de decir algo con sentido, ni mucho menos de decir algo que sea verdad.
Les basta con parecerlo a ojos de los profanos, y para ello creen que es suficiente con escribir muchas veces con mayúsculas la palabra espectáculo, así como sus derivados y calificativos más obvios. Si nos embarcásemos aquí en una discusión teórica que ellos siempre han rehuido llevar a cabo sobre el terreno con la sana pretensión de entenderse, prefiriendo a ello la conspiración, la traición y el insulto, daríamos a entender que detrás de su rimbombante denuncia existe en efecto alguna pretensión de hacerse valer en el terreno de los argumentos. Pero no hay suficientes argumentos discutibles en su airado panfleto. Sobre todo porque no los hay en absoluto. Podría ser el guión de una sección de humor negro, y sin embargo se nos sirve como "contribución a un debate de lo que se cuece en el sector". No han faltado quienes se han opuesto a la huelga con argumentos, y nuestro desacuerdo sobre este asunto no nos ha impedido seguir manteniendo con ellos una sana amistad. Pero en este caso no nos vemos desgraciadamente enfrentados a argumentos sino, parece ser, a absurdos cargados de (mala) intención, a resentimientos personales, al afán de hacerse notar utilizando cualquier recurso, aún el de abstraer estos debates de su contexto y aumentar mezquinamente los pequeños detalles susceptibles de explotar el morbo y la ingenuidad de algún posible observador, tal y como dictan los métodos del buen "espectaculista" que parecen conocer y practicar.
El uso perverso de estos métodos, aunque bastante poco brillante, es sin embargo perfectamente consciente. Cuando los supuestos "refractarios" (cuya condición virtual no supera, ni en número ni en densidad de elementos, a la del Comité de artistas contra el Arte) mienten, saben que mienten; y si pudiesen hacer daño mintiendo lo harían a sabiendas, siempre que ello les permitiese hacerse notar allí donde han llegado tarde y donde nadie les esperaba: en el medio autónomo que, a pesar de sus repetidas pretensiones, les ha ignorado hasta ahora por completo. Un panfleto del colectivo Maldeojo denunciaba hace ya casi un año la aparición, con varias décadas de retraso, de "la revista que les hubiera gustado hacer a los refritarios en 1968, por ejemplo. Pero eso no podía ser, claro. Por la sencilla razón de que entonces uno era carlista, otro burócrata de izquierdas y un tercero, Marqués de la Piscina de Guadalajara. Años más tarde y en un contexto completamente diferente (del que Refrítor no hace ni el más mínimo análisis), la actividad (?) del grupo y su revista se vive en la ilusión más completa".
En efecto. Estos personajes retornados desde el esperpento hispánico de nuestro pasado reciente, emprendieron por aquellas fechas negociaciones "de buen rollito" con diversos colectivos del ámbito de la autonomía, que no tenían otro objeto que el de hacerse conocer y reconocer por él, ya que nunca los habíamos visto, al tiempo que el de engrasar y poner al día su oxidada maquinaria de artistillas alternativillos. Estas negociaciones, mediante las que pretendían establecer lazos y compromisos formales que sólo la práctica cotidiana puede consolidar, fracasaron casi sistemáticamente por este hecho sin que ellos pudiesen comprender la razón de que sus boletines de cuatro páginas a 500 pesetas, sus elogios a Debord pasados de fecha, sus encendidas dedicatorias a los mitos recurrentes de la resistencia se pudriesen en las estanterías de su chiringuito y apenas lograsen hacerse reconocer, en ese rincón de la sala, por el mundillo snob de las galerías y de la vanguardia.
En una de estas reuniones, sostenida amigablemente con alguien a quien hoy colocan al lado del "nazi al que desenmascaran", uno de estos refractarios ofrecía en aquellos días su apoyo a la Huelga de Arte a cambio de la apertura de un espacio cibernético vecino al "Archivo Situacionista Hispano", espacio que se le hubiera ofrecido en todo caso gratuitamente, al ser un espacio "liberado", como se había hecho con otros colectivos más o (sobre todo) menos artísticos afines al ámbito de la autonomía, y contrarios incluso a la huelga, sin necesidad de negociar apoyos a un concepto que se explica por sí mismo y del que nadie más que Karen Eliot, Luther Blissett y Monty Cantsin se han hecho responsables. En la misma reunión trataron de pactar una especie de provocación a un debate virtual, que tendría como objetivo zarandear a alguien por el único motivo de que su apellido es conocido, y eso lo convierte en objetivo fácil para este género de cobardes. Se trataría por supuesto de una polémica fingida, de una forma para ellos aceptable de "animar el cotarro", donde so capa de darnos mutuamente estopa lo que nos daríamos sería publicidad, aunque fuese a costa de ofrecer un espectáculo lamentable que apelase a los más bajos instintos del espectador. De este episodio da fe otro extracto del panfleto mencionado anteriormente y titulado "El bluff del Refractor": "Los 'refritarios' han visto la posibilidad de publicitarse más aún montando el espectáculo de una polémica literaria (...) en tanto que está diseñada desde el principio como ficción, como 'un acontecimiento divertido para animar la escena'. Lo que los refritarios buscan es una 'escena' donde exhibir su dudoso talento en la práctica de la provocación panfletaria y del insulto 'a la manera situacionista', y donde re-presentar mediante pobres elogios una imagen romantizada de sus héroes incapaz de reconocerse en las luchas reales y en el trabajo de base (...). Los refritarios viven en un mundo de pura ilusión donde todo está permitido porque nada tiene consecuencias reales".
Estas consecuencias reales son las que no valoran cuando entran en un medio delicado como elefante en cacharrería y se dedican a insultar a troche y moche a quienes les han preparado el lecho para que exhiban sus rancias consignas. El insulto está barato, y el de neonazi produce sin duda unos rendimientos extraordinarios, aunque se apoye sobre la débil base de que "todo intelectual que pide la verificación de sus postulados en una sociedad jerarquizada es un fascista". Pero ni es cuestión de alimentar la paranoia en estos tiempos difíciles marcando con la cruz gamada a cualquiera, ni son precisamente los convocantes de esta huelga desjerarquizada, sin centro ni promotores, concebida como un contexto de actuación a completar e interpretar por cada uno y no como un programa que distinga productores y consumidores como erróneamente interpretan, quienes han tenido nunca el afán de ver confirmados sus postulados. No son ellos quienes reclaman para sí un ámbito de actividad especializado en la producción de sentido como hacen los artistas, y remarcar el carácter ideológico de esta distinción no es llamar a nadie criminal. Sólo con intención malévola se puede, desde el estrado de un seminario en Arteleku probablemente bien financiado, acusar de mercadear con su obra a quienes se han enfrentado, a veces frontalmente y asumiendo las consecuencias, al mundo falso, decadente, estirado y cínico que es el suyo.
Como para poner de manifiesto lo obtuso de nuestra sensibilidad y señalar al mismo tiempo su elevado conocimiento del situacionismo en conserva, los refractarios descubren, después de declinar la palabra espectáculo en varios idiomas, al sujeto histórico del fin de milenio, que ya no sería el proletario clásico ni el espectador moderno, sino una suerte de engendro indefinido al que llaman espectaculotariado. Los artistas radicales se dedican a "desviar" cosas, ya se sabe... El problema surge cuando los juegos de palabras carecen de contenido, o simplemente engendran un nuevo ropaje para una vieja mentira. Hemos visto con frecuencia interpretar el triunfo absoluto del espectáculo que estos artistas expresan mucho más que metafóricamente como una coartada para justificarlo todo y dar rienda al más crudo cinismo. Ya hemos visto en otros debates cómo sobre esta base se pretende a veces negar la existencia de la guerra social, de opresores y exluidos, de beneficiarios y oprimidos, y relativizar así la propia actividad artística como un "mal menor". Esta interpretación, tan contaminada de los parámetros espectaculares que no es capaz de concebir nada fuera de ellos, deriva simplemente en la siguiente conclusión inmovilizante: como el espectáculo es todo, la realidad ya no es nada, luego ya no tiene sentido luchar desde la realidad, "crear" realidad; ya no tiene sentido siquiera "ser real". Incluso nosotros, en tanto que consumidores-patrones, nos hemos convertido en espectacularios opresores, y querer parecer otra cosa es asumir la hipocresía que fundamenta el espectáculo. Es la apoteosis del simulacro, y para referirla no hubiera sido necesario recurrir a Debord. El pijo Baudillard, el teórico de los yuppies de los ochenta hubiera bastado.
Pero este espectaculotariado que los refractarios acaban de descubrir, pero no acaban de definir, sí que se opone a otra clase, la de los "espectaculistas", entre quienes se encontrarían parece ser los gestores del Archivo Situacionista, quienes no estarían, como el resto de la humanidad, "desposeídos de sus vidas, manipulados en sus deseos, reducidos a la satisfacción de la falsa pluralidad de opciones". Pero este "espectaculo-tarado", este tarado por el espectáculo que nos describen con sintagmas manidos podrían habérselo ahorrado, pues no es sino el "espectador" de toda la vida, un poco más degradado, más cínico e irrecuperable, en todo caso, y precisamente no se entiende qué es lo que los refractarios esperan de ese imbécil absoluto que Debord describe sin ningún tipo de celebración. Salvo que por arte de magia, invocando la bonita fórmula que todo lo purifica, la "acción directa" que hemos venido proponiendo constantemente en su forma vírica y descentrada como alternativa a la práctica artística (pero que no sirve de nada formular desde el estrado de los talleres de Arteleku ni, como ha quedado demostrado, en esas redes que todo lo enredan), mediante un salto espectacular en el escenario de las palabras transformen a ese especímen desanimado, manipulado, y "reducido a la satisfacción de la falsa pluralidad de opciones" en un zapatista, un confederal, un faista, un 'unabomber' o tantos otros etc., que en su universo mítico llevan la misma máscara. Citamos de nuevo el jugoso panfleto de Maldeojo: "Por supuesto, la ideas nuevas o, al menos, una reconsideración válida de la teoría y la práctica del proyecto de autonomía, brillan por su ausencia. Simplemente se despliega el irrealismo con apariencia radical para impresionar a una galería despoblada. No hay el más mínimo indicio de la intención de contribuir a la reconstrucción de la memoria, el lenguaje o el pensamiento revolucionario; tan solo resulta visible el deseo de componer otro bonito álbum de imágenes que se pueda añadir a los antiguos (cualquier imagen, por ejemplo, que infle la mitología del bandolerismo y del anarquismo de la bomba cabe en las páginas del 'Refrítor'...)".
En su momento nos opusimos a la difusión de este panfleto en las páginas del Archivo, considerando que no era positivo aceptar las provocaciones y seguir el juego a quienes no pretenden con ellas sino adquirir una notoriedad vicaria. Nos vemos obligados ahora a responder con este escrito para impedir que sus maquinaciones, sus infantiles juegos de conspiración nos salpiquen con sus calumnias. Con ello, los refractarios consiguen lo que quieren. Ahora les pedimos que nos dejen en paz, marchando discretamente por su camino, que es el camino del arte de acuerdo con los modos institucionales, y que no esperen nada más de nosotros, que en este preciso momento empezamos a olvidarlos, como hemos hecho con otros enrrolladetes por el estilo. Algunas personas, que sabemos que se esfuerzan por comprender y apoyar la denuncia del espectáculo global que va tomando cuerpo en ciertos medios, han aceptado al participar en sus publicitados eventos reivindicativos con cava y patatas fritas confundirse con una mayoría cínica, y les advertimos de que así no pueden esperar que guardemos un mínimo de interés por ellos, ni que nos volvamos a tomar en serio su pretensión de pindonguear alrededor de quienes, desde hace ya algún tiempo, cogieron el testigo de la vanguardia que los artistas olvidaron en el surtidor de Mutt antes de tirar de la cadena.
Les basta con parecerlo a ojos de los profanos, y para ello creen que es suficiente con escribir muchas veces con mayúsculas la palabra espectáculo, así como sus derivados y calificativos más obvios. Si nos embarcásemos aquí en una discusión teórica que ellos siempre han rehuido llevar a cabo sobre el terreno con la sana pretensión de entenderse, prefiriendo a ello la conspiración, la traición y el insulto, daríamos a entender que detrás de su rimbombante denuncia existe en efecto alguna pretensión de hacerse valer en el terreno de los argumentos. Pero no hay suficientes argumentos discutibles en su airado panfleto. Sobre todo porque no los hay en absoluto. Podría ser el guión de una sección de humor negro, y sin embargo se nos sirve como "contribución a un debate de lo que se cuece en el sector". No han faltado quienes se han opuesto a la huelga con argumentos, y nuestro desacuerdo sobre este asunto no nos ha impedido seguir manteniendo con ellos una sana amistad. Pero en este caso no nos vemos desgraciadamente enfrentados a argumentos sino, parece ser, a absurdos cargados de (mala) intención, a resentimientos personales, al afán de hacerse notar utilizando cualquier recurso, aún el de abstraer estos debates de su contexto y aumentar mezquinamente los pequeños detalles susceptibles de explotar el morbo y la ingenuidad de algún posible observador, tal y como dictan los métodos del buen "espectaculista" que parecen conocer y practicar.
El uso perverso de estos métodos, aunque bastante poco brillante, es sin embargo perfectamente consciente. Cuando los supuestos "refractarios" (cuya condición virtual no supera, ni en número ni en densidad de elementos, a la del Comité de artistas contra el Arte) mienten, saben que mienten; y si pudiesen hacer daño mintiendo lo harían a sabiendas, siempre que ello les permitiese hacerse notar allí donde han llegado tarde y donde nadie les esperaba: en el medio autónomo que, a pesar de sus repetidas pretensiones, les ha ignorado hasta ahora por completo. Un panfleto del colectivo Maldeojo denunciaba hace ya casi un año la aparición, con varias décadas de retraso, de "la revista que les hubiera gustado hacer a los refritarios en 1968, por ejemplo. Pero eso no podía ser, claro. Por la sencilla razón de que entonces uno era carlista, otro burócrata de izquierdas y un tercero, Marqués de la Piscina de Guadalajara. Años más tarde y en un contexto completamente diferente (del que Refrítor no hace ni el más mínimo análisis), la actividad (?) del grupo y su revista se vive en la ilusión más completa".
En efecto. Estos personajes retornados desde el esperpento hispánico de nuestro pasado reciente, emprendieron por aquellas fechas negociaciones "de buen rollito" con diversos colectivos del ámbito de la autonomía, que no tenían otro objeto que el de hacerse conocer y reconocer por él, ya que nunca los habíamos visto, al tiempo que el de engrasar y poner al día su oxidada maquinaria de artistillas alternativillos. Estas negociaciones, mediante las que pretendían establecer lazos y compromisos formales que sólo la práctica cotidiana puede consolidar, fracasaron casi sistemáticamente por este hecho sin que ellos pudiesen comprender la razón de que sus boletines de cuatro páginas a 500 pesetas, sus elogios a Debord pasados de fecha, sus encendidas dedicatorias a los mitos recurrentes de la resistencia se pudriesen en las estanterías de su chiringuito y apenas lograsen hacerse reconocer, en ese rincón de la sala, por el mundillo snob de las galerías y de la vanguardia.
En una de estas reuniones, sostenida amigablemente con alguien a quien hoy colocan al lado del "nazi al que desenmascaran", uno de estos refractarios ofrecía en aquellos días su apoyo a la Huelga de Arte a cambio de la apertura de un espacio cibernético vecino al "Archivo Situacionista Hispano", espacio que se le hubiera ofrecido en todo caso gratuitamente, al ser un espacio "liberado", como se había hecho con otros colectivos más o (sobre todo) menos artísticos afines al ámbito de la autonomía, y contrarios incluso a la huelga, sin necesidad de negociar apoyos a un concepto que se explica por sí mismo y del que nadie más que Karen Eliot, Luther Blissett y Monty Cantsin se han hecho responsables. En la misma reunión trataron de pactar una especie de provocación a un debate virtual, que tendría como objetivo zarandear a alguien por el único motivo de que su apellido es conocido, y eso lo convierte en objetivo fácil para este género de cobardes. Se trataría por supuesto de una polémica fingida, de una forma para ellos aceptable de "animar el cotarro", donde so capa de darnos mutuamente estopa lo que nos daríamos sería publicidad, aunque fuese a costa de ofrecer un espectáculo lamentable que apelase a los más bajos instintos del espectador. De este episodio da fe otro extracto del panfleto mencionado anteriormente y titulado "El bluff del Refractor": "Los 'refritarios' han visto la posibilidad de publicitarse más aún montando el espectáculo de una polémica literaria (...) en tanto que está diseñada desde el principio como ficción, como 'un acontecimiento divertido para animar la escena'. Lo que los refritarios buscan es una 'escena' donde exhibir su dudoso talento en la práctica de la provocación panfletaria y del insulto 'a la manera situacionista', y donde re-presentar mediante pobres elogios una imagen romantizada de sus héroes incapaz de reconocerse en las luchas reales y en el trabajo de base (...). Los refritarios viven en un mundo de pura ilusión donde todo está permitido porque nada tiene consecuencias reales".
Estas consecuencias reales son las que no valoran cuando entran en un medio delicado como elefante en cacharrería y se dedican a insultar a troche y moche a quienes les han preparado el lecho para que exhiban sus rancias consignas. El insulto está barato, y el de neonazi produce sin duda unos rendimientos extraordinarios, aunque se apoye sobre la débil base de que "todo intelectual que pide la verificación de sus postulados en una sociedad jerarquizada es un fascista". Pero ni es cuestión de alimentar la paranoia en estos tiempos difíciles marcando con la cruz gamada a cualquiera, ni son precisamente los convocantes de esta huelga desjerarquizada, sin centro ni promotores, concebida como un contexto de actuación a completar e interpretar por cada uno y no como un programa que distinga productores y consumidores como erróneamente interpretan, quienes han tenido nunca el afán de ver confirmados sus postulados. No son ellos quienes reclaman para sí un ámbito de actividad especializado en la producción de sentido como hacen los artistas, y remarcar el carácter ideológico de esta distinción no es llamar a nadie criminal. Sólo con intención malévola se puede, desde el estrado de un seminario en Arteleku probablemente bien financiado, acusar de mercadear con su obra a quienes se han enfrentado, a veces frontalmente y asumiendo las consecuencias, al mundo falso, decadente, estirado y cínico que es el suyo.
Como para poner de manifiesto lo obtuso de nuestra sensibilidad y señalar al mismo tiempo su elevado conocimiento del situacionismo en conserva, los refractarios descubren, después de declinar la palabra espectáculo en varios idiomas, al sujeto histórico del fin de milenio, que ya no sería el proletario clásico ni el espectador moderno, sino una suerte de engendro indefinido al que llaman espectaculotariado. Los artistas radicales se dedican a "desviar" cosas, ya se sabe... El problema surge cuando los juegos de palabras carecen de contenido, o simplemente engendran un nuevo ropaje para una vieja mentira. Hemos visto con frecuencia interpretar el triunfo absoluto del espectáculo que estos artistas expresan mucho más que metafóricamente como una coartada para justificarlo todo y dar rienda al más crudo cinismo. Ya hemos visto en otros debates cómo sobre esta base se pretende a veces negar la existencia de la guerra social, de opresores y exluidos, de beneficiarios y oprimidos, y relativizar así la propia actividad artística como un "mal menor". Esta interpretación, tan contaminada de los parámetros espectaculares que no es capaz de concebir nada fuera de ellos, deriva simplemente en la siguiente conclusión inmovilizante: como el espectáculo es todo, la realidad ya no es nada, luego ya no tiene sentido luchar desde la realidad, "crear" realidad; ya no tiene sentido siquiera "ser real". Incluso nosotros, en tanto que consumidores-patrones, nos hemos convertido en espectacularios opresores, y querer parecer otra cosa es asumir la hipocresía que fundamenta el espectáculo. Es la apoteosis del simulacro, y para referirla no hubiera sido necesario recurrir a Debord. El pijo Baudillard, el teórico de los yuppies de los ochenta hubiera bastado.
Pero este espectaculotariado que los refractarios acaban de descubrir, pero no acaban de definir, sí que se opone a otra clase, la de los "espectaculistas", entre quienes se encontrarían parece ser los gestores del Archivo Situacionista, quienes no estarían, como el resto de la humanidad, "desposeídos de sus vidas, manipulados en sus deseos, reducidos a la satisfacción de la falsa pluralidad de opciones". Pero este "espectaculo-tarado", este tarado por el espectáculo que nos describen con sintagmas manidos podrían habérselo ahorrado, pues no es sino el "espectador" de toda la vida, un poco más degradado, más cínico e irrecuperable, en todo caso, y precisamente no se entiende qué es lo que los refractarios esperan de ese imbécil absoluto que Debord describe sin ningún tipo de celebración. Salvo que por arte de magia, invocando la bonita fórmula que todo lo purifica, la "acción directa" que hemos venido proponiendo constantemente en su forma vírica y descentrada como alternativa a la práctica artística (pero que no sirve de nada formular desde el estrado de los talleres de Arteleku ni, como ha quedado demostrado, en esas redes que todo lo enredan), mediante un salto espectacular en el escenario de las palabras transformen a ese especímen desanimado, manipulado, y "reducido a la satisfacción de la falsa pluralidad de opciones" en un zapatista, un confederal, un faista, un 'unabomber' o tantos otros etc., que en su universo mítico llevan la misma máscara. Citamos de nuevo el jugoso panfleto de Maldeojo: "Por supuesto, la ideas nuevas o, al menos, una reconsideración válida de la teoría y la práctica del proyecto de autonomía, brillan por su ausencia. Simplemente se despliega el irrealismo con apariencia radical para impresionar a una galería despoblada. No hay el más mínimo indicio de la intención de contribuir a la reconstrucción de la memoria, el lenguaje o el pensamiento revolucionario; tan solo resulta visible el deseo de componer otro bonito álbum de imágenes que se pueda añadir a los antiguos (cualquier imagen, por ejemplo, que infle la mitología del bandolerismo y del anarquismo de la bomba cabe en las páginas del 'Refrítor'...)".
En su momento nos opusimos a la difusión de este panfleto en las páginas del Archivo, considerando que no era positivo aceptar las provocaciones y seguir el juego a quienes no pretenden con ellas sino adquirir una notoriedad vicaria. Nos vemos obligados ahora a responder con este escrito para impedir que sus maquinaciones, sus infantiles juegos de conspiración nos salpiquen con sus calumnias. Con ello, los refractarios consiguen lo que quieren. Ahora les pedimos que nos dejen en paz, marchando discretamente por su camino, que es el camino del arte de acuerdo con los modos institucionales, y que no esperen nada más de nosotros, que en este preciso momento empezamos a olvidarlos, como hemos hecho con otros enrrolladetes por el estilo. Algunas personas, que sabemos que se esfuerzan por comprender y apoyar la denuncia del espectáculo global que va tomando cuerpo en ciertos medios, han aceptado al participar en sus publicitados eventos reivindicativos con cava y patatas fritas confundirse con una mayoría cínica, y les advertimos de que así no pueden esperar que guardemos un mínimo de interés por ellos, ni que nos volvamos a tomar en serio su pretensión de pindonguear alrededor de quienes, desde hace ya algún tiempo, cogieron el testigo de la vanguardia que los artistas olvidaron en el surtidor de Mutt antes de tirar de la cadena.
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